El jueves 25 de agosto de 2011, cuando encontraron cerca de Culiacán el cadáver del periodista Humberto Millán Salazar, confirmé que la eterna confrontación entre periodistas y políticos había pasado de las ideas a las balas. Enfurecida porque la sociedad la deletrea a través de la incesante retahíla de reporteros y medios, la bestia insaciable de poder había decidido—desde antes, incluso—anteponer el estruendo intimidante de la pólvora.

Al mismo nivel que el crimen organizado, los políticos tienden a sepultar cualquier asomo de civilidad. Hablan de diálogo y se reflejan intolerantes; ofrecen libertad y piden sometimiento; se dicen transparentes y se tornan turbios, camaleónicos, negros. Y ahora matan como si el modelo que Javier Duarte implementa en Veracruz fuese una franquicia codiciada por ellos.

Esto ha ido empeorando. En la mira de capos que imponen unanimidad silenciosa ante sus fechorías, el periodismo en Sinaloa enfrenta también la inquina de servidores públicos y candidatos a puestos de elección popular que suscitan odio contra todo aquello que no suene agradable a sus oídos. A la necesaria exploración crítica de la realidad le responden con saña discursiva, bestialidad ideológica o con la crueldad de la ráfaga.

Hoy en Sinaloa es Héctor Melesio Cuén Ojeda el que se ha colocado en el centro de una arremetida irreflexiva contra los periodistas, como si estos fueran el verdadero enemigo de él. Instigado por una caterva de bufones que le aconsejan que la frontalidad es el único camino, el Cuén que precisamente de la ecuanimidad emergió a altas posiciones de poder se resiste a entender que incluso la apertura al cuestionamiento lo haría crecer como político y como ser humano.

Por pedido o por comedimiento Cuén cuenta con una estructura colérica que intenta arrasar moralmente con el que lo cuestiona. Ha ido dejando una lista de periodistas agraviados debilitando más la franja de quienes por convicción pudieran reconocerle sus méritos de persistencia y trabajo. Es que muy oculta detrás de esa actitud irascible sí hay un Cuén que con la cultura del esfuerzo político llegó a ser rector de la UAS, presidente municipal de Culiacán y construyó un partido de interesante presencia social.

cuen y medios

Cuén y la prensa: enfriar la relación.

Todavía está a tiempo de corregir. Antes de que otra tragedia lo aniquile políticamente, por completo. La crítica duele, sí, pero el elogio comprado, muy bien pagado por cierto, lo lleva a la trampa de la vanidad. La mitología griega nos previene con la leyenda de Narciso que al verse reflejado en las aguas de un arroyo, celada que le tendió la diosa Némesis, acabó siendo incapaz de contemplarse a sí mismo.

Por eso cuando firmé el viernes 18 de marzo por la noche el pronunciamiento que la Asociación de Periodistas 7 de Junio hace contra la intolerancia de Cuén Ojeda, lo hice pensando en el periodismo que ya tiene suficientes miedos como para agregarle otro. Pensé que Cuén solo es uno más de tantos arrastrados por narcisismo político.

Pensé también en aquel Cuén que siendo director de Bienes e Inventarios de la UAS abría la mente a los consejos de los amigos y le sacaba la vuelta a la zalamería de los que venden elogios.

Y pensé, sobre todo, que estamos a tiempo de evitar muertes por móviles políticos como la de Humberto Millán en Sinaloa y las que suma a su larga lista trágica el gobernador de Veracruz.

 

Re-verso

Son políticos y periodistas,

Para bien o para mal,

Amigos y antagonistas.

¿Por qué un choque frontal?

La rifa del tigre

 

Cancélese cualquier celebración en torno a la definición que hizo el Partido Acción Nacional para que Martín Heredia Lizárraga sea su candidato al gobierno de Sinaloa. Sin el PAS como aliado, el PAN es pan comido. ¿Tiene sentido la malicia ciudadana al creer que todo es parte de una estrategia armada en Los Pinos para que Quirino Ordaz Coppel gane la elección mucho antes de que la gente salga a votar?