El problema en materia de urbanismo de los gobiernos salientes, tanto el estatal como el de Culiacán, es que proyectaron a la ciudad hacia una modernidad desde un concepto muy personal, y a partir de la infraestructura vial. Es decir, estuvieron concentrados exclusivamente en cruceros congestionados por la gran demanda vehicular.
Habría que preguntar si el problema estaba en los cruceros o en la exagerada existencia de vehículos, que por cierto Culiacán lidera en el país con mayores unidades per cápita. Esos pasos deprimidos demostraron que al agilizar el flujo continuo de automóviles en determinado punto, la congestión se trasladó a las retículas viales contiguas, entrampando igualmente la circulación en estas.
El mensaje fue muy claro: solo a través del automóvil particular se beneficia el ciudadano de las políticas públicas de movilidad urbana. Se olvidaron que vialidades, banquetas y plazas forman parte del espacio público y que el vehículo no es el único demandante de este espacio. En el mismo paquete se olvida que el peatón tiene la jerarquía preponderante.
Lo más inteligente de cualquier política pública encaminada al pedestrismo es que esta infraestructura es la de menor costo y al mismo tiempo la de mayor beneficio social puesto que resulta elemental para la estructura urbana. Caminar no es solo la forma natural de desplazarnos, contemplar y pensar; desde ahí se moldearon las retículas viales urbanas que preceden a la aparición del auto, siempre respetando la topografía natural, dando las formas rompientes y entretenidas que les daban carácter y encuentro espontáneo a las ciudades antiguas.
En cambio, el auto con su velocidad alargó las vialidades y las distancias monótonas sin quiebres, según porque ocasionan accidentes. En esa escala de prioridades se dejó al peatón con un paisaje que cansa antes de recorrerlo. A esto se le llama “síndrome de las piernas cansadas”.
El doctor Jesús Manuel Fitch Osuna —académico de la Universidad Autónoma de Nuevo León y curiosamente del mismo lugar de procedencia de quienes hicieron la ingeniería de flujos del par vial con enfoques totalmente distintos— nos explica que la valoración económica de la ciudad moderna se da mediante las conquistas urbano-ambientales, que son obtenidas a partir de la accesibilidad.
La accesibilidad es el catalizador para que funcione la jerarquía social, el ambiente y por lo tanto el valor inmobiliario. Aquellos lugares donde discapacitados y toda la categoría de peatones pueden convivir en un espacio atractivo, tendrá mayor valor siempre y cuando evite estar cundido de vehículos. Este es el fundamento de especialistas para ser armonizado con los habitantes y crear los objetivos buscados.
Recordemos que el mayor punto de inflexión se dio en Culiacán cuando el alcalde Sergio Torres, por actitudes propias y bajo la presión de los formatos del centralismo, impuso el proyecto del par vial sin lograr ni un solo aliado. Implantó una autopista difícil de consensuar y todo el tiempo actuó como mandatario progresista de la época en que todavía no maduraban las instituciones.
Dichas prácticas prevalecen hoy gracias a que no hemos pulido las estructuras jurídico-políticas que rigen la relación material de la ciudad. Dice el periodista José Reveles que “los mexicanos somos una sociedad enterada, pero no informada”. Yo agregaría que no sabemos regirnos ni nos obligamos a regirnos (no somos hábiles en el uso del bagaje institucional); nos reducimos a ser solo una sociedad quejosa, y en el otro lado de la balanza están los mandatarios con el entendido de que si ellos no impulsan verticalmente el desarrollo, este no se consuma.
Y, como resultado, esto ya no se trata de un sobrenfoque de la moralidad sino del obedecimiento de la ley. Esa es la llave que acciona el mecanismo de respeto y avance. Ya no hay entorno para las obras públicas en las cuales no se convenia con la sociedad: si las leyes son estrechas, más todavía el espacio público y las calles.
Lo peor fue que Sergio Torres, al imponer no consideró que todos queremos la autopista urbana para llegar fácil y rápido a nuestra casa, pero nadie quiere la autopista próxima a su casa. Y que el verdadero retraso para la modernidad es que el presidente municipal rechazara la infraestructura para una ciclovía en dichos ejes, por la obstinación de que ocasionaría accidentes a los propios usuarios. Despreció la inteligencia de los diseñadores urbanos pues el objetivo de la forma siempre será la utilidad.
Finalmente solo asiento que la decisión unilateral de los gobernantes jamás podrá remplazar a la razón de los habitantes… y de quienes estudian esos espacios.
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