Derechos Humanos

Donde las madres desentierran a sus hijos

El 26 de enero del 2017, la vida de María Isabel Cruz dio un giro inesperado. La desaparición de su hijo, el policía municipal Yosimar García, cambió su mundo, su hogar, sus intereses, sus relaciones, lo cambió todo. Cómo ella, hoy por lo menos 37 mil familias mexicanas sufren la desaparición de sus seres queridos.

FOTO: César Hernández/Revista ESPEJO.

FOTO: César Hernández/Revista ESPEJO.

Desde aquel día, la ahora líder del colectivo de familiares de desaparecidos, Sabuesos Guerreras, A.C., ha encontrado fuerzas en el recuerdo de Yosimar para emprender una búsqueda a la que, como piedras rodantes, se han sumado decenas de mujeres sinaloenses en cuya mente no cabe otra misión que la de encontrar a sus hijos, hermanos o esposos desaparecidos. Ellas los llaman sus tesoros.

Su hogar, ahora oficina del colectivo, es reflejo fiel de esta búsqueda. La ventana que da a la calle se encuentra llena de fichas de búsqueda; al entrar por la puerta principal el recibidor alberga una vitrina que resguarda las camisetas grises que se han convertido en su uniforme diario; la sala ha dado lugar a decenas de botellas de agua, lonas, cajas y herramientas; y el estudio, que fuera el lugar favorito de su hijo, se ha transformado en el espacio desde el cual se organizan para ya no solo buscar, sino acompañar a toda persona que se acerque a la organización a través del largo y cansado proceso que inicia con la desaparición de un familiar.

Estamos en Culiacán, Sinaloa.

Es la mañana del 6 de julio y desde este espacio, el grupo de mujeres se prepara para otro día de búsqueda.

Realizarán un mapeo en diversos predios de la sindicatura de Eldorado, donde una fuente anónima les advirtió, podrían encontrarse cuerpos de personas desaparecidas y asesinadas por el crimen organizado.

Son alrededor de las 10 de la mañana y el sol empieza a anunciar los 40 grados de temperatura a los que las Sabuesos Guerreras se tendrán que enfrentar durante el día. Pero además del calor, otros riesgos ponen a prueba la decisión y valentía de este grupo de mujeres.

México: la fosa común

Hasta abril de este año, el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), cuenta un total de 37,435 casos denunciados en el País.

Tres cuartas partes del total son hombres y el 60% tenían, al momento de su desaparición, entre 15 y 39 años de edad. Los estados más afectados son Tamaulipas (6,131), el Estado de México (3,918), Jalisco (3,388) y Sinaloa (3,042). En ese orden.

Hay que tener en cuenta que, al solo incluirse en estas estadísticas los casos denunciados, la cifra real puede ser mucho más grande.

Así, en términos económicos, el fenómeno de la desaparición forzada afecta directamente a la población joven en edad productiva. Mismo sector de la población que, ante la falta de oportunidades de educación y empleo, se ha configurado como un “ejército industrial de reserva” de mano de obra a disposición del crimen organizado.

En términos sociales, la pérdida va más allá de los 37 mil casos denunciados y se traduce en miles de corazones rotos e incapaces de sanar y un sentimiento de indefensión que buena parte de la sociedad solo ha podido asimilar intentando ignorar el terror, la desesperanza y la descomposición social generados.

Lee más: Sabuesos Guerreras | ‘Si nosotros no los buscamos, nadie más los va a buscar’

Activismo guerrero, no callar

Ante esta aplastante realidad, las Sabuesos Guerreras han sacado fuerzas desde sus heridas para no dejarse arrollar y emprender así un camino lleno de obstáculos en el que si una cosa no se vale es el silencio.

El colectivo lo tiene claro y en voz de su líder, Isabel Cruz, señalan que han sido sus tesoros quienes les han dado la fuerza de gritar sus nombres, de no quedarse calladas.

Están conscientes de que una de sus principales fortalezas, forma de mantenerse seguras y de presionar a las autoridades, es el hacer su movimiento lo más mediático posible; es por eso que una parte importante de su labor va enfocada en este sentido.

Una marcha hacia la Fiscalía General del Estado en pleno Día de las Madres, una manifestación por los policías desaparecidos durante la misa por el Día del Policía al interior de catedral y el llenar las letras de Culiacán de fotos de desaparecidos durante una colecta de apoyo, han sido acciones que por su carga simbólica es imposible presenciar y quedar indiferentes.

La perspectiva institucional

Tal vez es este esfuerzo por ser visibilizadas el motivo por el cual las autoridades no han tenido más remedio que reconocer la labor de los grupos de búsqueda como Sabuesos Guerreras.

Sin embargo, para el colectivo este reconocimiento solo existe en el mundo etéreo de las declaraciones, pues mientras que el discurso de la Fiscalía se ha centrado en destacar un reconocimiento y acompañamiento puntual, Sabuesos Guerreras acusan que, desde su conformación como colectivo, el fiscal Juan José Ríos Estavillo ni siquiera les “ha dado la cara” y que el apoyo se ha limitado a la utilización del binomio canino de perros rastreadores, lonas y el acompañamiento, de mala gana, de algunos peritos.

Otra de las acciones institucionales enfocadas en atender el tema ha sido el anuncio por parte del fiscal de la creación de una Fiscalía Especializada en Desaparición de Personas, órgano que acompañará a otras de reciente creación como la Unidad Especializada en Investigación de Robo de Vehículo; la Unidad Especializada para los Asuntos de Violencia contra las Mujeres, la Familia y Grupos en Situación de Vulnerabilidad; la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción; la Fiscalía Especializada en Atención a Delitos Electorales y la Unidad Especializada para Investigar Delitos contra el Patrimonio de las Personas.

Sin embargo, hasta hoy no se ha emitido el acuerdo que crea dicha unidad y el grupo Sabuesos Guerreras tiene pocas esperanzas en que esta dé más resultados de los obtenidos hasta ahora.

“Pues, la verdad yo pienso que va a ser otro nombramiento más, sin que tenga ningún resultado”, declaró María Isabel Cruz Bernal en aquel momento. “Será otra vez nomás para bajarse los recursos porque de ahí para allá no creo que tenga algún avance”, añadió.

¿Voluntad política? Aquí ni la conocen

La falta de fe en el trabajo de las autoridades no es gratuita.

Rosa Neris, miembro fundador de Sabuesos Guerreras, que además pertenece a grupos como el Fundec, Fundem, la Red de Enlaces Nacionales, la Bridaga Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas y el Movimiento Nacional por Nuestros Desaparecidos, cuenta que comparado con otras entidades, en Sinaloa “no hay una voluntad política ni del fiscal, ni del gobernador, ni de nadie”.

Ella, quien se involucró en el tema de los desaparecidos con la desaparición de un cuñado en Monclova en el 2010, advierte que en comparación con aquel estado, las autoridades sinaloenses quedan muy rezagadas en cuanto al trabajo en favor de las víctimas de desaparición forzada.

“En Coahuila por lo menos hay voluntad… Allá desde hace dos años tenemos la Ley de Declaración de Ausencia, tenemos la Ley de Exhumación Forense, tenemos periódicamente mesas de trabajo con todo el equipo forense y un modelo de conducción. Esto gracias a las familias, y por qué no decirlo, a la voluntad política de los gobernantes”, explica.

“La verdad sería yo muy habladora si te dijera que en Coahuila no hay voluntad política, cosa que aquí ni siquiera la conocen”, añade al pedirle que compare el trabajo realizado en aquel estado con lo que se hace en Sinaloa.

Explica que la última vez que el gobernador Quirino Ordaz Coppel atendió a los grupos de búsqueda fue en febrero del 2017, durante una visita al estado de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas. “Nos sentamos con él y sí se comprometió a que iba a estar en comunicación con nosotros, que íbamos a tener mesas de trabajo. Ya ha pasado año y medio y no le hemos vuelto a ver la cara si no es por la televisión”, lamenta.

Respecto al fiscal general del estado, Ríos Estavillo, comenta que al principio esperaban que, al haber presidido la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se solidarizaría con su movimiento.

“¡Que equivocadas estábamos!… él nunca nos ha atendido”, remata.

Todólogas

Ante los vacíos y omisiones por parte de las autoridades, los grupos de búsqueda han tenido que asumir el rol no solo de rastreadoras de fosas, sino también de abogadas, policías, investigadoras, peritos, forenses e incluso legisladoras.

Así, desde su creación el 30 de agosto del 2017, el colectivo ha tomado cursos y talleres en temas tan diversos como antropología forense, autoprotección, criminalística, identificación por medio de huellas y tatuajes y un largo etcétera.

De vuelta al viaje, de camino hacia los predios en la sindicatura de Eldorado, se asignan los roles que asumirá cada una. Mientras, Isabel solicita un monitoreo de seguridad cada dos horas mediante un pequeño teléfono celular brindado por las autoridades; Miki, otra de las fundadoras del grupo, se encarga de llevar el registro de quienes participan en el viaje de mapeo; cada una de los miembros del colectivo tiene un número clave, en caso de acompañantes externos al grupo, Miki anota su nombre completo y teléfono celular. Otra de las asistentes se encarga de documentar el viaje por medio de fotografías, así como registrar las coordenadas de las zonas visitadas.

Entre todas cooperan para la gasolina, cargan una hielera con agua y bebidas rehidratantes, deciden qué herramientas necesitarán, qué tanto se adentrarán a las zonas señaladas y los lugares en los que excavarán.

Una vez en la zona de mapeo, lo primero es cubrirse del sol, protegerse de las picaduras de insectos y agudizar los sentidos para observar cualquier rastro que pudiera indicar la presencia de una fosa o restos humanos.

Video:Sabuesos Guerreras | “Sí estamos locas, pero por dolor”

Tema de seguridad nacional

“¡Yo escuché un silbido y ahora escucho motos plebes!”, exclama Rosa Neris mientras Miki explica a la cámara la manera de buscar indicios de fosas en espacios quemados.

La precaución no es exagerada, pues con ocho años dedicados a las búsquedas, ha vivido el riesgo de hacer enojar a personas que preferirían que los cuerpos se quedaran debajo de la tierra y fuera de la mente de sus seres queridos.

En este tiempo ha participado en búsquedas en estados como Coahuila, Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Sinaloa, donde, por lo menos en tres ocasiones, ha visto de frente el riesgo de ser emboscada.

“A mí me tocó en Veracruz”, cuenta: “Íbamos a un punto que nos señalaron… nos íbamos bajando cuando se escucharon interferencias de radio y escuchamos que decían Vámonos porque vienen los azules. Íbamos con la Policía Federal y gracias a esa interferencia abortamos la búsqueda. Esa fue una vez, la segunda andábamos dentro de los cafetales inspeccionando unos pozos”.

En una tercera ocasión, recuerda que estaban en las faldas de un cerro en el municipio sinaloense del Rosario cuando de repente notaron que desde lo alto había gente armada observándolas.

“La misma persona que habló para darnos el anónimo nos dijo que nos saliéramos. ¡Y vámonos!, más vale. Así por las buenas pues sí”, añade.

Aun así, ella sigue considerando el problema de los desaparecidos un tema de seguridad nacional que, además, ya se ha convertido en parte central de su vida.

“Para mí sí, todo lo que es referente a este tema para mí es lo más importante”, cuenta con una sonrisa que, más que alegría, transmite nostalgia.

Buscándolos nos encontramos

Al final de esta búsqueda, después de quizá cientos de picaduras de mosquitos y litros de sudor, el grupo decide que es hora de regresar a casa.

Fuera de algunos indicios como restos de prendas de vestir y tierra suelta, en esta ocasión como en muchas otras, la pesquisa no logró dar con restos humanos. Esto no es ninguna sorpresa, pues a pesar de salir casi todos los días, son pocas las ocasiones en que logran desenterrar algún tesoro.

Además, al toparse con tierras cercadas han decidido no adentrarse más a la zona, porque ello significaría poner al grupo en riesgo y, de encontrar algún resto, no podrían sacarlo al encontrarse en propiedad privada.

De vuelta a Culiacán, hacen parada en un abarrote, se refrescan con helados de frutas y charlan de manera amena.

El grupo es una familia. Isabel, a quien llaman jefa, se ha vuelto algo así como una madre de madres que buscan a sus hijos. Lo que para ellas es el motivo que las hace levantarse día a día, para otros es una realidad trágica difícil de ver de frente.

Lo que para ellas ha significado la suerte de encontrar una mano amiga en medio de la apatía, en algunos casos hasta por parte de sus familias, para las autoridades es un problema que mejor sería invisibilizar.

Las mujeres que hace algunos años llevaban una vida normal han sido orilladas a salir del mundo que conocían para entrar en uno ajeno.

Asumen su realidad trágica con esperanza y valentía, animadas por el compañerismo de sentirse unidas para enfrentar una misión común, misión autoimpuesta por la necesidad de sanar un dolor que solo es comprendido por quien ha vivido una situación similar.

“Empezamos siete y ahorita somos casi 90. Todas las compañeras nos hemos encontrado en el camino. Te enteras que levantaron a alguien y tratas de buscarlo, de conseguir su teléfono, de hablarle y brindarle ese abrazo que tanto necesitas en ese momento y hacerlas sentir que no están solas”, cuenta Isabel.

“Por eso decimos que caminando nos encontramos. Porque cuando, por ejemplo, a mí me sucedió la tragedia, yo creí que era la única que estaba llorando y en el camino nos fuimos encontrando. Buscándolos nos encontramos”, añade Rosa Neris.

De regreso al hogar que funciona como su oficina, se encuentran con un paquete del cual sacan un libro y una dedicatoria escrita a mano:

“Bienvenida a la microantropología forense”.

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