Los cuentos de Chema Rincón | El Ñahual
Sí, lo estoy escribiendo y diciendo de forma correcta. No quieras tacharme de ignorante desde antes de leer, porque no me estoy equivocando. Ahorita no me refiero al ser mitológico, al brujo que puede transformarse en distintos animales y que tiene poderes mágicos y que imponía respeto desde épocas prehispánicas. Aunque ahora que lo pienso, […]

Sí, lo estoy escribiendo y diciendo de forma correcta. No quieras tacharme de ignorante desde antes de leer, porque no me estoy equivocando. Ahorita no me refiero al ser mitológico, al brujo que puede transformarse en distintos animales y que tiene poderes mágicos y que imponía respeto desde épocas prehispánicas.
Aunque ahora que lo pienso, creo que sería una buena idea iniciar hablando un poco de este famoso nahual. Se tiene aceptado que este chamán solo podía transformarse en animal durante las noches; hay quienes dicen que esto lo hacía para bien y otros aseguran que su presencia no podía significar algo bueno. Incluso con la llegada de los españoles no desapareció la creencia en estos seres, que empezaron a ser perseguidos por pactar con el demonio para lograr esos poderes. Pero incluso hoy en día, se habla de que cuando un tecolote aparece varios días frente a tu casa, es un nahual, y que traerá la muerte de algún ser querido.
Explicado esto, puedo avanzar con la historia: no me considero un gran experto, pero a no más de veinte kilómetros de Culiacán hay una zona en forma de triángulo cuya base es el río Tamazula y la altura es el Arroyo del Agua. En ese espacio me ubico bastante bien, ahí me enseñaron a cazar, a abrir veredas, a ubicarme en el monte, a recolectar frutos silvestres, a reconocer las huellas de los animales y los cantos de los pájaros.
En cuanto supe lo suficiente, quise ser yo quien les enseñara a otras personas todo aquello. Me gusta llevar gente en Semana Santa, cuando todo está seco y se puede andar con tranquilidad entre el monte, o en tiempos de frío, cuando las palomas abundan y si se tiene una buena caza, uno puede cenar de lo que el monte da. Y justo es en invierno cuando la naturaleza sinaloense te da un extra: los coyotes aúllan, en el cielo pueden verse las constelaciones sin complicaciones y las fogatas son aceptables por unas pocas semanas del año.
La primera vez que llevo a alguien a cazar, me gusta que sea tarde completa, terminar de comer, aceitar rifles, llenarse los bolsillos de balines 6.35 y salir al monte. En el horario de octubre a marzo, empieza a tardecer desde las seis, por lo que aquellos que debutan en recorrer el arroyo tienen ganas de volver muy pronto, mucho más antes de lo que me gustaría.
Pero un amigo y yo siempre tenemos lista la novatada. Nos alejamos del arroyo y nos adentramos cada vez más en el monte, hasta que de pronto, quedamos perdidos en medio de la nada, a oscuras y con ruidos extraño que asustan a cualquiera que no sepa qué animal los produce. En ese momento siempre los volteo a ver y les digo.
—Ya está oscuro, hay que regresar.
¿En dónde se junta esto con el ñahual? Pues bueno… Mientras regresamos bajo la luz de la luna (que difícilmente atraviesa las hojas de los árboles), empiezo a contar la leyenda del ñahual. Al principio ponen cara de risa, pero a como vamos avanzando en medio de la oscuridad, y después de darse cuenta de que aprendieron muchas palabras nuevas durante la caza, se hacen a la idea de que el famoso ñahual puede existir. En algún punto de nuestro regreso, mi amigo finge que la lámpara se ha quedado sin batería y debemos volver a oscuras el resto del camino.
La historia del ñahual les taladra la cabeza, les asusta y les hace pensar todo tipo de cosas, mientras la oscuridad hace que se les agudice el sentido del oído, haciéndoles escuchar ruidos que para el principiante son bastante terroríficos, el aullar de los coyotes y el canto de los tecolotes le da un mejor toque a aquella experiencia. Esto mientras mi amigo y yo, disfrutamos el regreso viendo el miedo en la cara de los otros.
Cuando por fin llegamos a la casa, se ve en el rostro de los principiantes un descanso y una tranquilidad que nunca antes habían reflejado. Mi amigo y yo nos burlamos unos momentos más hasta que finalmente les contamos qué es el ñahual. La historia se remonta a un señor de una ranchería de la zona, que, en alguna ocasión, se excedió con el alcohol y empezó a exagerar sus historias de cacería, hasta que en cierto punto, todos reventaron de risa al escucharlo.
—Neta, maté un ñahual, aunque no me crean.
—Don José, querrá decir nahual —le contestaron en medio de risas.
—No, el ñahual es un animal más feo, cabrones, no se burlen, es una cosa fea, prieta, vieja y hasta roñosa —dijo antes de que todos volvieran a romper en carcajadas.
Al final eso es el ñahual: la fantasía de un borracho que sirve para asustar a los que se inician en la cacería.
© José María Rincón Burboa.
Comentarios