Opinión

Historias inconexas

  Con tres garrafones de agua, Ana intenta apagar un incendio en la selva donde vive; nadie se entera y a su vecino ni le importa. Notre Dame se incendia; el mundo lamenta la tragedia. Feliz, Pablo, celebra los 99 años de su madre, en Veracruz. Yadira anuncia su innovada receta de capirotada, en el […]

 

Con tres garrafones de agua, Ana intenta apagar un incendio en la selva donde vive; nadie se entera y a su vecino ni le importa. Notre Dame se incendia; el mundo lamenta la tragedia. Feliz, Pablo, celebra los 99 años de su madre, en Veracruz. Yadira anuncia su innovada receta de capirotada, en el D.F. Con una migraña que empieza a calmarse, yo descubro, en la playa, a Henry Miller… “Esta mañana, Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar” dice Kafka en su diario de 1914.

Si el director de Magnolia quisiera encontrar una relación en cada uno de estos hechos, seguro hilaría otra trama tan genial como lo hizo con esta película —donde se cuenta la historia, aparentemente inconexa, de varios personajes a lo largo de un día normal—. Ignoro cuál es la conexión en estos sucesos —seguro la tiene—. Hoy, los creyentes de un pueblo se entregan a su devoción de Semana Santa y los turistas se tiran en la arena olvidándose del mundo y viendo pasar las gaviotas.

Pablo celebra los 99 años de su madre. Lo comparte con todos en el Face; somos testigos de su gratitud y felicidad. Lo curioso es que hace más de un año, él compartía igual su propia celebración de cumpleaños, con protagónico pastel en las fotos del Face, cuando a los pocos minutos ocurrió el terremoto —19 de septiembre, 2017—. Horas más tarde, igual compartía imágenes de su departamento casi en ruinas. Pablo es un conocedor y amante de la literatura y de la música; ahora que celebra a su madre ocurre el incendio de la emblemática Notre Dame, con una pérdida cultural de la que seguro ahora, entristecido, compartirá con su madre.

Ana venera todo eso que tiene vida; entre sus favoritos se encuentran los tejones y los monos araña. Esta semana, Ana, daba queja de un conato de incendio —gracias a la basura que alguien más quemaba— en la selva donde vive. Buscó ayuda entre los escasos vecinos, pero no encontró a nadie. Corrió a su casa y llevó sus tres garrafones de agua al lugar, para intentar evitar que el fuego se propagara. A su paso, un vecino se hamacaba acompañado de su gato —éste con el hocico ensangrentado, pues acababa de destripar una lagartija endémica—. No supe si mi amiga, después de tremenda fatiga, se sentó a llorar. Lo que sí sé es que lamentó la indiferencia humana.

Yadira me invita a degustar su nueva receta de capirotada —con la que promete superar a la de su progenitora—, ella ignora que estoy fuera de la ciudad y que la migraña me habría hecho vomitar cualquier indicio de bocado. En un intento por mejorar, Mario lee para mí y yo escucho fascinada la historia de un hombre que en una etapa de su vida vendió enciclopedias, de puerta en puerta. Alguien le preguntó por qué hacía eso, él respondió que lo hacia porque quería conocer la forma de vivir de muchas personas e intimar en su mundo, para luego escribir sobre sus vidas; una mentira que se inventó al momento. Se sintió tan mal de haberlo dicho que apenas abandonó ese lugar, se dijo que jamás volvería a mentir de esa manera. Dejó de vender enciclopedias y realmente se puso a escribir sobre los hombres y las mujeres que habían pasado por su vida. Supe más de Henry Miller, ese que tanto admiraba Anaïs Nin y a quien llamó su padre ideológico.

Vi fotos del incendio y recordé la tragedia de Antonieta Rivas Mercado, quien en la misma Notre Dame acabó con su vida con una pistola de Vasconcelos; este abril Antonieta habría cumplido 119 años de vida. Ella no, pero la mamá de Pablo sí; él le celebra sus 99. Recordé el libro de mi amigo Óscar, Viernes trece en París, quien describió la tragedia de los atentados en el Bataclán, en noviembre del 2015. Muchas respuestas en la vida de Henry Miller —en Trópico de Capricornio—. La selva de Ana se incendia, su vecino no es capaz de acarrear un bote de agua y yo, paralizada, no puedo ni comer un plato de capirotada… cuestión de ciencia, diría Coldplay.

Comentarios: majuliahl@gmail.com

 

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