Hasta hoy, dos días después de los hechos sin precedentes de violencia en Culiacán, los sinaloenses nos seguimos preguntado qué fue realmente lo que sucedió el jueves 17 de octubre. Las titubeantes versiones del Gobierno Federal, en contraste con la burlesca actitud de la delincuencia, hacen necesario saber con absoluta claridad lo que ocurrió y solo con base a la verdad asumir acciones que garanticen la no repetición de hechos tan cobardes.

Basta de pretender encontrar las respuestas en el debate virtual que luce estancado en fobias y filias políticas. Estamos ante un asunto que va más allá de la popularidad presidencial o la derrota moral de sus opositores. Centremos la conversación y las soluciones en levantar a las instituciones que se arrodillaron ante el crimen organizado; alzarlas y fortalecerlas es la labor que urge.

Aun después del cerco violento que el hampa estableció sobre la capital sinaloense, panorama ampliamente expuesto por los medios de comunicación, el Estado mexicano continuó achicándose y los comandos armados del narcotráfico engrandeciéndose. Ninguna autoridad federal, estatal o municipal ha enviado la señal que la gente espera: la garantía de que nunca más los ciudadanos vamos a estar frente a este tipo de amenazas.

¿Cuáles servidores públicos de alto nivel van a responder por el contexto de ingobernabilidad que afrenta a México ante la comunidad internacional? ¿Quién tomará las medidas de gran trascendencia que el país necesita en estos momentos? ¿Alguien del gobierno nos garantiza que el mando nacional constitucionalmente instalado ha retomado el predominio por encima del poder fáctico que ejerce la delincuencia?

Culiacán tiene hoy las heridas, pero el dolor es en todo el territorio nacional. La lección enviada desde aquí exige la unidad de todos, pero antes el gobierno de Andrés Manuel López Obrador nos debe decir la verdad como base para volver a confiar en quien el primero de diciembre de 2018 prometió respetar y hacer respetar la ley. Sirve voltear al pasado e inferir que este nos rebasa, sin embargo, hoy es el presente el que nos atropella y humilla.

Respuestas sin la alharaca de los perdones ni de los abrazos y no balazos o del operativo fallido que dio origen a la anarquía total. La verdad sobre qué se rompió ese día aparte del estado de derecho que fue hecho trizas. La verdad por encima de los corridos apológicos y fiestas de las células criminales que se creen triunfantes. La verdad a pesar de gobernantes doblados y cabizbajos que se escudan en la justificación obvia de que vale más la vida de los ciudadanos que la captura de un delincuente.

La verdad de por qué en el operativo en Culiacán no se acudió a las fuerzas armas élite para cumplimentar la orden de aprehensión contra un integrante del cártel de Sinaloa. La autenticidad sobre eventos que convirtieron a los culiacanenses y a las familias de militares en rehenes de un narcodominio con superioridad numérica y táctica en relación con la fuerza pública.

La verdad respecto a la supuesta existencia de miles de elementos de la Guardia Nacional en Sinaloa, con todo y base militar que se les construyó en Culiacán, presencia y logística que no se vio el jueves 17 de octubre. ¿Se está fundando en la mentira la estrategia para la pacificación de México mientras la delincuencia vertebrada la sustenta en la auténtica guerra encarnizada y la muerte como forma de existir o coexistir en el nuevo régimen? ¿Inofensiva saliva oficial contra las balas asesinas de los criminales?

Queremos la verdad, presidente y gobernador

La verdad, insistimos, que supere ya la narrativa del Gobierno de México y del Gobierno de Sinaloa del “estamos echándole ganas”, “nos faltan recursos”, “vamos a depurar las policías”, “estamos en un proceso de construcción de paz”. La verdad, aunque duela, dejando atrás el “guácala, fúchila”, “la corrupción es la culpable”, “así recibimos el país”, “los vamos a acusar con sus mamacitas” o el “hubiera sido peor”.

La célula del narco que sometió a Culiacán hizo extensivo a las demás organizaciones criminales que operan en México el modo en el que es posible doblegar al gobierno. Nadie ni nada puede garantizar en estos momentos que el modus operandi acuñado en la tierra de los tres ríos sea irrepetible de hoy en adelante.

Tampoco ninguna autoridad puede certificar que el adecuado comportamiento de los culiacanenses, al usar toda la capacidad de sobrevivencia y recibir el respaldo de familias y empresas para refugiarlos, lo cual evitó mayores pérdidas de vida en la población civil, se dé en enfrentamientos subsecuentes en lo que las fuerzas armadas resulten derrotadas por el hampa.

¿Podrán decirnos la verdad? Esta que resulta crucial en la difícil coyuntura actual si es que el jefe del Ejecutivo Federal y el Gobernador de Sinaloa desean incentivar la colaboración generalizada, descontaminada de intereses y ambiciones políticas, la del ciudadano que pide a gritos que les abran espacios de participación, que lo escuchen y le ofrezcan respeto, porque ahí en la sociedad están las soluciones.

Hablar con la verdad antes que los gobernados se harten de las mentiras y excusas y surja el grito unánime del “¡ya basta” que está a punto de brotar en miles de sinaloenses que la tarde del jueves 17 atestiguamos el rendimiento del Estado que, reconozcámoslo por el bien de todos, significa la hora de la intervención cívica para nunca más ser humillados por aquellos que gobiernan cuando a cada uno de los pacíficos nos ponen el arma en la sien.