Emancipación
No sé en el de ellas, pero en mi mundo las mujeres son alucinantes. Se la rifan, traen los pantalones bien fajados. Hace tiempo dejaron de lado el romanticismo. No hay espacio para llorar mucho menos para dudar. Ponen cara dura y hacen como que no sienten nada; eso no es para ellas. Los otros, […]

No sé en el de ellas, pero en mi mundo las mujeres son alucinantes.
Se la rifan, traen los pantalones bien fajados. Hace tiempo dejaron de lado el romanticismo. No hay espacio para llorar mucho menos para dudar. Ponen cara dura y hacen como que no sienten nada; eso no es para ellas. Los otros, esos que fueron, se han desvanecido ni huella dejaron. ¿Volverán?, no les importa. ¿Quieren regresar? Allá ellos; nadie los espera.
No sé en el de ellas, pero en mi mundo las mujeres dejaron las lagrimitas.
Alguien más se encarga de los lamentos. Son otros quienes se sientan a beber desgracias, a alcoholizar añoranza, a maldecir lo marchado, a llorar lo que se fue; a culpar la desdicha, el destino. Otros, que no ellas, se desviven por descifrar lo inexplicable. Ellos se congregan para ver pasar la vida, ellas logran que se mueva al mundo. Hundidos en la desidia, ellos, que no son ellas, las dejan escapar pensándolas cautivas. No alcanzan a comprender que hace tiempo ellas los abandonaron, montaron su bicicleta y cruzaron el viento. Ellos no lo entienden, pero lo saben; lo viven, pero no lo aceptan. Se engañan, se drogan, se emborrachan, violentan, deambulan: duelen.
No sé en el de ellas, pero en mi mundo las mujeres desconocen el sexo débil. Alguien les dijo que les pertenecía y ellas callaron. Preguntaron si hablaban de un tercer sexo, no encontraron respuesta. Ellos no supieron decirles y perdieron la voz; ellas la tienen. Ellos claudicaron, no pudieron, no soportaron, no quisieron. Erguidas y pausadas como son, ellas, dirigen, actúan, vigilan, proveen, prevén, multiplican, dividen, guardan, aguardan. Abrazan. Aman. Construyen. Viven. Creen. Confían. Ellas saben dónde están y la piedra en la que pisan. Ellas son roble, pilar; son luz, son agua.
No sé en el de ellas, pero en mi mundo las mujeres no necesitan salir a la calle a exigir que las respeten, saben bien cómo aplicar el silencio. Éste, el silencio de ellas, de las de este lado, retruena más que los gritos nebulosos, histéricos, alterados y vacíos. Su sigilo, el de éstas, reverbera en oídos ajenos. Los ajenos, que son ellos, que están cerca, que están lejos, sin medir la longitud, pegados están y no lo soportan. Precisan salir a gritar para violentar al mundo, el de éstas, el de nosotras, el de aquellas. Les aflora la nulidad, no la soportan. Vuelven a drogarse. Se hunden, se pierden…
No sé en el de ellas, pero, en el nosotras, las mujeres terminaron viendo sólo seres pueriles, capaces de destruirse sin presencias ajenas. Anulados, vencidos, derrotados, desvalidos, ellos, desde tiempos inmemoriales, quedaron solos en el instante mismo en el que ellas, y nosotras, de su mundo nos emancipamos.
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