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Ya no somos los mismos, decía una señora a su amiga en una cafetería. Si antes había que llevar un plato y una cuchara a la fiesta del Día del niño, ahora los desechables son brillantes y temáticos. Antes le hacían a una un vestido con los retazos de los que ya no usaban […]

Ya no somos los mismos, decía una señora a su amiga en una cafetería. Si antes había que llevar un plato y una cuchara a la fiesta del Día del niño, ahora los desechables son brillantes y temáticos. Antes le hacían a una un vestido con los retazos de los que ya no usaban las tías, ahora los chamacos hacen berrinche y se visten como quieren.
Una reunión era para ponerse al día, ahora no alcanza el día para hartarse de tanta novedad. Un teléfono en casa era suficiente, ahora cada mano tiene uno, pero eso sí, resulta que no hay señal cuando el marido se pierde —señora, póngale localizador—. ¿Qué no han cambiado los tiempos? Si ahora mi hija parece una anciana por el estrés en la oficina: ‘hay otros que harían lo mismo por un menor sueldo’, le dicen los muy carajos. La pobre ya no sabe ni lo que quiere.
La retahíla continuaba y yo, entre escuchando y no, continué leyendo el periódico: “En este siglo ha surgido una nueva corriente en la relación hombre-perro, caracterizada por pautas equivalentes al cuidado de un niño (perrijos). Este esquema, favorecido por el consumismo e individualismo, es resultado del aislamiento personal, la inseguridad y la cibercomunicación, y puede llevar a trastornos psicológicos tanto en los individuos como en los perros”. Mi amigo tronó su relación porque su pareja tenía más consideración con su gato.
Hemos engordado el entorno. El vecinito me lo confirmó. Rodeado de juguetes me preguntó si tenía un regalo para él, que estaba aburrido. Lo único que quería la criatura era otro fugaz instante de gusto al descubrir el nuevo objeto, su infantil bienestar se le balancea; así como les pasa a sus padres con los efímeros likes de su publicaciones. ¿Será que es la obesidad quien ha desbordado el cuerpo para dar cabida al hiperconsumismo?
Justo empezamos el año y nos hacen creer que la gente sigue gastando como si no hubiera un mañana, —¿o será que sí?—. No hay liquidez, pero sí meses sin intereses. Peras o manzanas, ahora lo que no alcanza es el tiempo, ese que parmitía una sabrosa sobremesa. Ahora la torta se saca en el semáforo, en el metro, en el micro, para darle dos mordidas, con peligro del atraganto en el arrancón para morir olvidado en el tumulto.
Diciembre nos dispone a la nostalgia, a veces a la plenitud, pero enero llega con una extraña resequedad, esa que toca el abandono, desencanto y frustración. Un mes que muestra el crudo paneo. Bastan cinco minutos para ver el rumbo de las cosas. Una vez más releo el modelo propuesto por el filósofo Henry David Thoreau (1817-1862) quien criticó duramente a quienes dedican su vida a labores innecesarias para obtener cosas igualmente innecesarias para la vida y de este modo descuidan y dejan de hacer lo que se deben para una plena realización como seres humanos. Ahora lo in es desechar la civilización de espectáculo y consumo, pues nos ha mostrado que no hay bien ni cosa que alcance. Ahora lo in, digo yo, es la simplicidad voluntaria.
¡Feliz 2020! Buenaventura les deseo desde la Zona Chilanga.
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