Cincuenteando II
Viajar es para ricos. La frase le quedó grabada cuando la madre le dijo a su hermana que estaba loca por querer viajar a Europa: “tienes aire en la cabeza, eso es lo que pasa.”

Su hermana se lo creyó porque, a decir verdad, sí que tenía un vientecillo que a veces le nublaba la razón. Pero ella fue más modesta en sus pretensiones, por lo menos al inicio. Empezó sin ventolera ni anuncios. Just do it, había escuchado. Su primer desprendimiento fue del hogar paterno. Consiguió roomies y luego se plantó en la capital en un modesto departamento. Tomó un poquito de aire y sin desbocarse hizo sus primeros vuelos; aunque ella diría saltos. Supo lo que era el norte, pero más bien lo que a ella le llamaba era el sur.
Hizo la lista. La famosa lista, esa que no debe faltar cuando vas a cocinar, al súper, a la farmacia o al médico para no olvidar mencionar los males; viajar no era menos importante que esas endilgas domésticas. Organizar rutas y hospedajes, elegir ropa suelta, cómoda, algo ligero para sentir, para vivir la libertad. Hizo mochila. Tenía 22 años cuando cambió el rumbo de su vida. Nadie sabe bien a bien qué habría pasado con el trazo que traía destinado, porque la vida se elige y se olvida el resto. Así lo hizo. Ahora, a sus casi 50, quizo retomar y volver a visitar esos lugares de la lista. Esos que descubrió pese al pronóstico materno. Así lo hizo. Inició con una playa. Ella, y la lista, se encontraban, de nuevo, en Zipolite.
La tenue luz que llegaba del foco del balcón fue la perfecta para comenzar. El reggae sonó toda la noche y no tuvo más remedio que levantarse y hacer algo. Irse con ellos no era tan sencillo, había que bajar la escalera de caracol y caminar por el patio nada iluminado. La noche anterior había visto un enjambre de avispas y caminos de hormigas por el sendero. No quería encender la luz, no fuera a ser que alguien se despertara, y para qué quería. Se resistía, dudaba, pero qué más da, ¿qué no estaba de vuelta en cada lugar para revivir algo? Regresaba no en el sentido más plano, sino en ese meditativo, consciente, ese que hace recapitular y darle forma a las cosas; según se dijo. Encendió la pantalla del teléfono y bajó con cuidado. Se guió hasta la playa. Allí estaban ellos como dios los trajo al mundo. Allí estaba ella mirándolos tenuemente bajo la luz de la luna.
Continuará…
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