“La justicia era como las bolas de colores en las manos de un mago: cambiaba de tonos y formas a la luz de la política”.
Qiu Xiaolong. Muerte de una heroína roja.
Hace un año el jurado dictó el veredicto de “culpable” contra el Chapo Guzmán por dirigir una organización que traficaba droga. Meses después fue condenado a cadena perpetua. ¿Algo cambió?
El martes 12 de febrero de 2019, terminada la audiencia donde se dio a conocer el fallo en la Corte del Distrito Este de Nueva York, el gobierno norteamericano dirigió un mensaje por conducto del fiscal Richard Donoghue, quien consideró la decisión del jurado como un triunfo para la justicia estadounidense y también para México. Afirmó: “Hay quienes dicen que la guerra contra las drogas no vale la pena. Esas personas están equivocadas”.
Pero Nueva York está muy lejos de Sinaloa y Brooklyn no es Culiacán. ¿De verdad vale la pena? ¿Aprendimos algo? A la distancia, en el tiempo, podemos destacar cinco puntos.
1 El juicio en los EE.UU. tuvo un carácter simbólico, en parte fue una ceremonia ritual para castigar al Chapo Guzmán, el ícono de la maldad que representa el narcotráfico. En ese drama, los mexicanos ponemos los muertos, los asesinos, los narcos, los corruptos, y los norteamericanos ponen la “superioridad moral” de su sistema de justicia.
2 La defensa de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera trabajó todo el tiempo cuesta arriba, pues su alter ego, El Chapo, ya había sido condenado desde hacía tiempo por la opinión pública. El proceso estuvo lleno de peticiones negadas a la defensa. Desde poder comprar seis botellas de agua, hasta la solicitud de un nuevo juicio por alegar que el jurado estuvo prejuiciado.
3 La fiscalía empleó los tres meses del juicio para presentar infinidad de grabaciones de audio y video, gráficos, declaraciones de policías, agentes y peritos, documentos, incluso cartas escritas por el propio acusado, pero sobre todo, hizo uso de su elenco estelar, catorce testigos colaboradores, delincuentes confesos que fueron interrogados en audiencia a cambio de reducir sus condenas. Entre estos aparecieron “amigos”, como Vicente Zambada, y “enemigos” como Dámaso López. Aquí es donde se empaña el brillo de la moral justiciera gringa, pues debe hacer trato con diablitos para condenar a Satanás.
4 El cártel de Sinaloa no desapareció, ni fue desarticulado. El negocio del narcotráfico continúa. Hay quien dice que sigue a cargo de Ismael el Mayo Zambada, otros sostienen que ahora la fuerza son los hijos de Joaquín Guzmán.
5 Las ganancias y la fuerza del cártel no se vieron mermadas, tal y como lo demuestran el jueves negro y la boda de Alejandrina Guzmán. De hecho, pareciera que una vez que retaron al gobierno, las caretas cayeron y se sienten a gusto de que todos sepamos que hay infinidad de espacios donde ellos son los que mandan.
¿Aprendimos algo? ¿Qué cambió? Confieso que me vi tentado a responder “nada”. Pero la verdad es que ahora queda más claro que seguir el camino de subordinarnos a las necesidades políticas del aparato de justicia norteamericano sólo perpetúa el actual estado de las cosas. Ese círculo vicioso que requiere de un cártel mexicano que produzca enemigos públicos número uno para que agentes, fiscales y jueces americanos produzcan el fabuloso teatro del juicio.
¿Qué papel jugamos tú y yo, paisano, en este espectáculo?
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