Históricos 8 y 9
“Háblame cuando llegues, si no te mataron antes”, le dijo cuando se bajó del Metro. Las dos jóvenes que siguieron en el vagón —con pañuelos verdes en su muñeca— continuaron hablando de la aplicación de alerta, de la marcha del 8 de marzo y de: “El 9 nadie se mueve”.

Venía de la universidad, justo regresaba de la facultad de Filosofía y Letras donde aún no se levanta el paro, ante la exigencia de mayor seguridad: erradicar la violencia hacia las mujeres. Las estudiantes han denunciado abuso y acoso por parte de maestros. El día anterior había escuchado que la periodista de mayor rating se unía al paro del lunes 9 de marzo. Meses antes estuve en la presentación de un libro, escrito por doce mujeres, que habla de la cuarta ola femenina, “¿feministas, mujeres o súper mujeres?”.
Casos:
En zona chilanga, en estos momentos, nadie está al margen de la lucha feminista. “En México nos están matando”, dicen ellas. Casos detonantes —como el asesinato de Lesvy, dentro de Ciudad Universitaria, en 2017; de Leslye, otra estudiante universitaria desaparecida, en 2018 y encontrada muerta en enero 2019; de una menor de edad violada, presuntamente, por cuatro policías, en 2019; de Ingrid, brutalmente asesinada por su esposo, en 2020— han reactivado la indignación de mujeres de todos los sectores. Ha resurgido el grito #NiUnaMenos que viene escuchándose desde 2015. Un alto a los feminicidios, al maltrato doméstico, al acoso callejero, a la cosificación y objetivación de la mujer, a la brecha salarial, son sólo algunas de las demandas de este movimiento. Las cifras hablan: 10 mujeres asesinadas por día, dice el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Tonos y voces:
Voces de todo tipo, a favor y en contra. Mientras algunos colectivos feministas argumentan y justifican su hartazgo con pintas y destrozos a edificios y monumentos históricos: “ningún edificio vale la muerte de una mujer”; otros grupos se oponen: “no se construye destruyendo”. El tono de la protesta no puede existir de manera pacífica en un mundo tan violento, dicen las voces, de nada ha servido que seamos moderadas. Si quemar Palacio Nacional me regresara a mi hija, yo misma lo incendiara; eso no pasará. No ha habido un cambio institucional, pero sí uno a nivel personal y colectivo. Un tema que está en boca de todos; de todas y de [email protected]: una lucha también por el lenguaje inclusivo.
Restricciones:
Miradas lascivas, piropos, halagos y todas las galanuras masculinas que vimos en el cine, en la música, en la literatura son expresiones que allí se quedan. Si ahora un hombre las lanza a una mujer será sancionado. Si viaja en Metro no podrá usar los vagones exclusivos para mujeres. Si ofende, agrede o acosa a una mujer en redes sociales, cibervenganza y ciberporno, se le aplicará la Ley Olimpia —una nueva ley que lleva el nombre de Olimpia Coral, una joven que dio la batalla legal tras la difusión no autorizada que hiciera su novio de un video íntimo que ambos grabaron—
Supuse que la chava del Metro llegó a su casa, pero quizá tampoco sea su sitio más seguro. ¿Llegar a casa es llegar al lugar más seguro?, no, por desgracia, responde Felipe Garrido —académico de la lengua— “la mayor parte de las veces, la violencia se genera en la familia”.
Para Garrido, el deterioro social empieza con la degradación del lenguaje “Cuando comienza a degradarse el lenguaje se degradan muchas otras cosas. El nivel de trato se pierde”. Recordé el argumento del libro Entre los rotos de Alaíde Ventura —recién ganadora de importante premio de literatura—, donde dice: “entre los rotos nos reconocemos”, una novela que retrata la tragedia que enfrenta una joven en su entorno familia.
Cualquiera que sea el origen, en definitiva, este 8 de marzo, la historia será otra. Las calles de México se convertirán en una plaza pública. Una marcha legítima donde las mujeres lanzaremos un grito por las que ya no están y por el derecho a vivir una vida sin violencia.
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