Culiacán

Historias de histeria | Raza ondeada

La morra se bajó bien rápido y le suplicó que no le hiciera nada, pero el wey estaba como poseído.

En la ciudad de Culiacán, los altos niveles de violencia han propiciado una grave descomposición social que se traduce en hechos que parecen sacados de relatos de terror, relatos que han trascendido la fantasía y se han convertido en el día a día de los habitantes de la urbe. En historias de histeria hacemos un recuento de aquellos sucesos que nos hablan de la necesidad de emprender acciones para devolver la paz y tranquilidad a todos los culichis.

Yo no quería armar la peda ese día, pero me convencieron. Como andaba agüitado les dije que sí, malamente lo hice.

Ya eran pasadas de las 2 am y en la casa de Ronaldo el ambiente apenas empezaba a encenderse, aunque solo era una reunión de amigos, la voz se corrió gracias a las historias de Whatsapp e Instagram y poco a poco fueron cayendo conocidos y extraños.

Del reguetón lento se fueron a la banda y de la banda a las canciones de antaño, otros conocidos que salieron tarde de sus trabajos en los bares del centro llegaron y entonces sobraba fiesta, pero faltaba alcohol. Botes, cuartitos, medias o alguna botella, lo que fuera pero la fiesta por falta de pisto no iba a parar.

Nadie quería ir al aguaje, los que traían carro se hicieron sordos y duraban buen rato con la cerveza en la mano con tal de no ir por más alcohol al aguaje de la avenida, entonces Marco y Enrique, ‘el chico’ como le dicen los plebes se animaron a ir pero solo si yo los acompañaba, porque no sabían cómo llegar al expendio o al Oxxo que también sirve como aguaje.

Fui con Rolando, mi roomie y le avisé que iba a ir con los plebes, que se estuviera al pendiente de la casa, me subí al auto de ‘el chico’ y arrancó rumbo a la avenida, en el camino puso un corrido porque estaba harto de la música de la peda y nos empezó a hablar de la morrita que le había gustado y que le encargó un ocho.

Llegamos bien rápido, literalmente el aguaje de la avenida está en corto, pero no nos quisieron vender los 6 ochos que buscábamos, nada más nos dieron 4, entonces nos jalamos al aguaje del Oxxo que está como a 10 cuadras del expendio.

Cuando llegamos nos estacionamos enseguida de un camioneton que traía un vato junto con otras dos muchachas muy guapas, de lejos se veía como estaba ese pedo, porque ese wey no era nada atractivo.

Nos bajamos pedimos los dos ochos y preguntamos si tenían cigarros, compramos dos cajas, carísimas por cierto. Duraron como 10 minutos en darnos la feria y en lo que esperábamos el vato de la camioneta comenzó a discutir muy fuerte con una de las morras.

Les dije a los plebes que nos fuéramos porque eso se iba a poner muy denso, pero Marco había pagado con 500 pesos, le sobraban como 150 y no los iba a dejar ahí regalados en el aguaje.

Entonces la morra le dio una cachetada al tipo de la camioneta y este men la agarró del cabello de forma violenta, el chico se quiso meter, pero lo pesqué de la camiseta. Nos subimos al carro ‘en chinga’ y de los nervios Marco no podía encenderlo.

En eso se abre la puerta de atrás, a mi lado y se sube la morra que estaba peleando con el vato.

-Dale, le dijo a Marco muy enojada.

-No le des, le dije yo con la voz toda quebrada.

-Dale por favor, le dijo llorando.

Marco le dio muy lento a la camioneta, no avanzamos ni media calle cuando el camioneton ya estaba delante de nosotros. El vato se bajó enfurecido y bajó a Marco del volante, lo echo al suelo y le sacó una pistola, todo en menos de un minuto.

La morra se bajó bien rápido y le suplicó que no le hiciera nada, pero el morro estaba como poseído.

-Ven, vamos a platicar, le dijo la muchacha entre lágrimas.

Se apartaron unos pasos de ahí y el vato comenzó a abrazarla, la morra tomo su rostro con las manos y le sonrió, fue una escena muy extraña.

-Ya váyanse, nos dijo la otra morra que venía con ellos.

Ellos se subieron como si nada a la camioneta y se fueron, en cuanto se fue la camioneta se acercó uno de los morros que trabajaba en el expendio y nos dijo “se ondéa cabrón esta raza, aquí está la feria”, mientras la deba los 150 pesos a Marco.

Nos subimos al carro y nadie dijo nada de regreso a casa. Llegamos y los plebes contaron lo que había pasado, poniéndole de más para quedar bien con las morras de la fiesta. Yo estaba bien agüitado, pero al rato se me pasó.

La peda se convirtió en amanecida, según para celebrar que no nos había pasado nada.

¿Será que la constante exposición a hechos de violencia, narcotráfico, corrupción e impunidad y muchos otros más que ocurren constantemente en Culiacán y Sinaloa empiezan a afectar el correcto funcionamiento de la psiqué de los sinaloenses?

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