Por Albaro Sadoval | Revista ESPEJO

Al miedo lo fue bordando la pólvora aquel día que Culiacán se arrodilló. Los fusiles del Cártel de Sinaloa y los del Gobierno hicieron gárgaras desde las tres de la tarde en el Desarrollo Urbano Tres Ríos.

A quien aún traiga en llamas el recuerdo de aquel 17 de octubre de 2019 habrá que entenderle su silencio y su aspaviento al hablar.

Quien viene de esa hoguera sabe que la histeria tiene dientes, y que no muerde, da dentelladas, enloquece temporalmente. Quien viene de esa hoguera acaso sabe que los pellejos de los hombres son las ruinas de sus ciudades.

Aquí este retrato de aquella faena que por cruel y desquiciante se torna inolvidable. Estos son los ecos de una guerra que unos cuantos compraron. Y a un año de la batalla, el pus aún no encuentra su salida.

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OVIDIO, EL RATÓN

A esa hora, a las tres de la tarde, la orden ya está dada. La consigna es rescatar a Ovidio, uno de los jefes. A sangre y fuego, con todo el arsenal y la gente disponibles. Literal.

Los marinos lo tienen copado en su casa de la calle José Muro Pico 2340 del Tres Ríos, en el punto comercial más importante de la capital del estado. Pinche gobierno.

La alharaca de halcones y sicarios crepita en los radios. El cartel sale, florece. Todos en bola pero no a lo pendejo. Hay un orden en los movimientos, en el despliegue de la fuerza.

Tú dispara desde aquí, ustedes tapen allá, nosotros acá. Tírenle al “boludo”. Saquen las blindadas, los calibre 50, los cuernos. Tumben carros, quiten camiones. Quémenlos. Ocupen las calles. Que arda la ciudad.

El Cartel toma Culiacán. Y mil, dos mil rehenes quedan en medio del fuego cruzado. A merced de una bala o una ráfaga. Que el mundo sepa quién es el que manda aquí.

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UN OVILLO EN EL FONDO DEL SENTRA

Y aquí está Alexia en su Sentra blanco, sobre la desviación del semáforo de los bulevares Universitarios y Enrique Sánchez Alonso, donde parece que para ella la vida se acaba. Ahí fue uno de los encontronazos.

Está sola ante el inicio del caos. Y el caos son estos carros sin avanzar y este mundo detenido en octubre casi a las 3 de la tarde.

Oye los primeros estruendos. Ráfagas tal vez, disparos quizá. No lo sabe. No lo entiende, si ella solo ha ido a comprar boletos para el juego de los Dorados de este jueves por la noche.

Baja un poco el vidrio, deja el vehículo encendido y se tira a donde deberían ir los pies del copiloto. Ahí se vuelve un ovillo. El temor la empequeñece, hace que se acomode en un espacio en el que, en otra circunstancia, no habría cabido.

“Escuché el estruendo. Un ruido fuerte y después una ráfaga. Aunque soy de Culiacán nunca había pasado por una situación de esas. No se quitaba, ruido, estruendos de todo tipo de armas. No sé cómo me hice bola ahí. Me hice bolita. No sé cómo logré meterme”.

Revisa su celular y solo tiene 5 por ciento de pila. Le marca a su novio. Escucha la voz y entra en pánico. Le dice que está en medio de una balacera, que no sabe qué hacer.

Le marca a su papá. ¿Qué onda, morrilla?, le dice. Ella explica la situación. A su padre sólo le queda decir no te muevas; junto a la madre de Alexia intenta acercarse al lugar para rescatar a su hija.

“A partir de eso entré en pánico. Empecé a llorar. Ni siquiera podía gritar. Es como un nervio que me consumía. Me pasé aproximadamente 3 horas y media en mi carro. En esas tres horas pensé: en cualquier momento puede entrar una bala. Las escuchaba en mi oído”.

FOTO: Cortesía.

El operativo de captura de Ovidio Guzmán López por parte del grupo de Análisis de Información del Narcotráfico (GAIN) de la Sedena está en marcha. Y el Cártel de Sinaloa le responde con un contra-operativo de rescate del jefe.

Todo eso lo desconoce el padre de Alexia. El hombre trata de aproximarse a la zona. Llega a las inmediaciones del estadio de los Dorados. Ahí topa con pared. Un grupo de sicarios le hace señas para que se retire. Han tapado el paso hacia Universitarios y Sánchez Alonso. Se resguardan, se quedan por la zona a la espera de ingresar al punto crítico.

El operativo de rescate del ovillo humano en el fondo del Sentra blanco queda trunco.

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ZONA CERO

Casi llegando al semáforo del City Club, a Angie le agarra el desespero. Quiere salir del brete. El enfrentamiento se enciende.

Por ahí cerca, en el mismo semáforo, Erick va detrás del convoy de la Secretaría de la Defensa Nacional. Mira cuando los sicarios del Cártel de Sinaloa abren fuego contra los soldados.

Les tiran por enfrente y por la retaguardia. Erick se baja de su carro, ahí lo deja. Y corre a resguardarse a los locales cercanos. Ahí permanece hasta siete-ocho de la noche. “Aún tengo los impactos en el carro…”

Israel también está en el semáforo del City Club. Las ráfagas le hacen acelerar su vehículo. Va rumbo al estadio de los Dorados. Escucha el vozarrón del Barret. Se baja por ahí en una casa cualquiera y se tira al suelo. Ve muchas camionetas de lujo. De ellas bajan hombres armados.

Sigue su marcha rumbo al Salón 53 en busca de retornar a su casa en la colonia Tierra Blanca. En ese crucero Israel mira que los sicarios atraviesan un tráiler al que le disparan y le prenden fuego. Se regresa y en el cruce de Obrero Mundial y en Enrique Cabrera encuentra otro tráiler en llamas.

“Tenía miedo de las balas perdidas. Por fin me metí a un taller… Ahí dormí pues nunca me animé a regresar a Tierra Blanca. Otro día vi el campo de guerra… Infinidad de carros y camiones quemados. Lloré al llegar a mi hogar”.

En el Milow Bowl & Fun del Desarrollo Urbano Tres Ríos, Elizabet festeja el cumpleaños de su sobrino. En el inmueble hay decenas de niños. “Gracias a Dios lo podemos contar, y los que no, oramos por su descanso…” Aquí la fiesta ha terminado.

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LLORAR SIN LÁGRIMAS

Alexia llora sin soltar una lágrima. Y grita, grita mucho. Grita dentro del carro. Porque está sola, porque tiene miedo. Las ráfagas en la zona no paran. Las descargas de los fusiles están en su oído.

No, Alexia no tiene miedo. Alexia tiene terror. Ahora entiende lo que pesa una palabra y la consistencia de la otra. Sabe la distancia que hay entre las dos. Pasa saliva y le raspa.

“Grité mucho. Esa vez conocí una parte de mí que no sabía que existía. Me puse a gritar pero a la vez tenía miedo de que me escucharan gritar. Me callaba, me tragaba ese grito, ese nervio. Recuerdo que lloré mucho y no me salían lágrimas. Era terror. Sentía terror. No tenía tristeza sino mucho miedo, mucho”.

El enfrentamiento lleva ya media hora, 50 minutos. No para. Nadie detiene a unos ni a otros. Desde el carro ve el helicóptero que sobrevuela el área. Si tiran me va a tocar, piensa. Estoy en medio de todo esto. ¿Cómo me salvo?

Alexia solo ha bajado un poco la ventana del lado del piloto. El auto está encendido. Espera la oportunidad, que haya una especie de tregua, para salir. Pero no. Esto apenas inicia.

Y ahí se queda con su llanto sin lágrimas, con su terror, hecha un ovillo. Si acaso lleva una hora hecha bola aún le faltan 2 horas y media más en esa posición.

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RÁFAGAS Y GRITOS

Mientras Alexia se resguarda en su Sentra blanco, a unos metros Sara y sus dos niños ven correr un gentío hacia ellos. Han empezado a sonar los tiros, las ráfagas. Bien a bien no saben de dónde salen ni qué pasa.

La malteada del McDonalds que Sara quiere comprar tiene que esperar un mejor momento. Ella, sus hijos, una prima y su mamá se apuran a regresar a la Bodega Aurrerá.

Hay gente corriendo por todos lados, buscando dónde resguardarse. El enfrentamiento no sabe de sutilezas. La gente baja de los carros, corre, grita.

“Una cosa espantosa. Nosotros nos quedamos pensando qué chingados está pasando. Fue una ráfaga interminable. Las ráfagas estaban pero horribles. Aunado a todo eso empezaron las explosiones. Se escuchaban cerca. Bien feo. Y las ráfagas y los gritos”.

Sara y su familia entran a la Bodega Aurrerá, donde unos momentos antes habían comprado cosas para preparar la comida. En esa tienda habrán de permanecer 18 horas.

Los guardias de seguridad cierran la puerta principal. En cuanto bajan las cortinas empiezan los golpes. Afuera los soldados gritan que abran. Hay más gente que busca protegerse de los tiros. Las ráfagas continúan.

FOTO: Cortesía.

Son cerca de 80 personas dentro de la tienda. A todas las conducen a un cuarto al final del inmueble.

“La balacera no se acabó en una, dos horas. Duró desde las tres de la tarde hasta las ocho, nueve de la noche. A las doce volvieron a rafaguear. Era la incertidumbre porque nosotros no sabíamos nada, nada, nada”.

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TIEMPO EN BLANCO

Hay un tiempo en blanco que Alexia no recuerda. Dice que tal vez se desmayó o se durmió. A un año de aquel 17 de octubre, del llamado Jueves Negro, no lo tiene claro.

De pronto se despierta. Está sudando. Tiene mucho calor. El aire acondicionado del carro está apagado. Sigue donde mismo, en el semáforo de Universitarios y Sánchez Alonso, cerca del City Club.

“Me quedé dormida o desmayada, la verdad no sé. Cuando desperté y vi el reloj del carro eran como las 5. Tenía dos por ciento de pila en el cel. Le marqué a mi papá, le dije, estoy bien, adentro del carro”.

“La verdad tenía 90 por ciento de seguridad de que no iba a salir viva de ese lugar. Me decía: No me quiero morir pero no hay nada que esté en mis manos que yo pueda hacer para salvarme…”

Piensa mil cosas. Si le pega una bala ojalá que no sea en la cabeza. Que no le pegue en la cabeza.

Mejor que le pegue en una mano. Pero si le da en la mano ya no podrá tocar en su banda. “Tenemos una banda y tocamos música”. También decía: si me da en la mano ya valió mi corta carrera musical”.

Mejor que le pegue en un pie. Venga, bala, venga. Que le pegue donde sea pero que no la mate. Si ya le está pasando esto al menos que no sea algo tan peor.

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HISTERIA COLECTIVA

En el refugio de Sara hay hombres y mujeres en pánico. Mira a mujeres que rezan. Escucha gritar a un tipo. Otros quieren salir de ahí, piden que les abran la puerta de atrás. Los empleados de la tienda se niegan. Hay que esperar.

Nada de eso es normal. Esto no pinta bien. Algo pasa y es algo serio. Y las cosas de adentro dan un norte de que las cosas de afuera están peor. Porque los disparos siguen. Y no son tiros esporádicos. Son ráfagas. Las ráfagas. Esas ráfagas interminables.

“Ahí nos quedamos a dormir. Bodega Aurrerá nos facilitó cobijas, almohadas. Estuvieron a la altura pero no nos dejaron salir. El protocolo de seguridad de ellos era que no saliéramos. Entonces ¿qué pasó?: La histeria colectiva.

Es el miedo, como el que en ese momento experimenta Alexia en su cuerpo, tirada quién sabe cómo en el piso de su carro.

FOTO: Héctor Parra.

“A nosotros nos tocó vivirla, a nosotros nos tocó sufrirla. Tuve que tener cordura, paciencia, fortaleza sobre todo, por mis hijos. Mis hijos eran un mar de lágrimas. Desesperados. Salimos a las ocho de la mañana del otro día (viernes 18). A esa hora nos permitieron salir. Subimos al carro y órale, pícale para la casa”, dice Sara casi un año después de los hechos.

Ahí adentro el llanto ha doblegado a las mujeres que se sienten solas. Y los hombres, desde su orgullo de culichi, les acompañan a lo lejos y de cerca, igual de temerosos. Con el mismo terror a flor de piel.

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ASOMARSE AL CAOS

Alexia se da valor. Se desentume de su posición dentro del auto. Levanta la cabeza, asoma la cara al caos y las ráfagas. Ahí están todos tirando. Marinos y sicarios. “A la madre, estoy rodeada de todos ellos”.

Sí, está rodeada. Los sicarios tiran del lado del puente de los Dorados, de Universitarios, de atrás del City Club. Las blindadas también incursionan disparando por Sánchez Alonso.

Las balas pegan en todos lados. El plomo no ha alcanzado al Sentra blanco. La bala perdida no ha llegado a la cabeza de Alexia. Ni al pie ni a la mano. El 10 por ciento que se calcula de sobrevivencia sigue jugando en esta locura de jueves que se ha jodido ya.

Alexia ve un marino tirado en el asfalto. El soldado dispara hacia el puente del estadio de los Dorados. El hombre la ve y con señas le dice que espere, que aguarde. También le pide que se agache.

Con la última gota de pila de su celular le marca a su papá. Le dice que los marinos ya la vieron.

Ahí está la oportunidad de salir del caos. Dos marinos van al Sentra y sacan a Alexia. Le dicen “agáchate lo más que puedas y camina rápido”.

Por el celular su padre la acompaña en el rescate. Luego, el celular muere. Alexia no lleva una bala en el pie ni en la mano ni en la cabeza.

Son casi las seis y media de la tarde. Alexia ha pasado tres horas y media oyendo las ráfagas, aturdida por el terror, hecha bola en el piso de su Sentra blanco, con la suerte de no ser el blanco. Está a salvo, al parecer. Nadie ha dicho que la ciudad está en paz.

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EL OTRO CAOS

Los marinos la llevan a la tienda Calzzapato. El edificio está cerca de donde ha quedado su carro. Allí Alexia se topa con otro caos.

Mujeres, hombres, niños, jóvenes, todos llorando. En crisis. Gritando. Gente desmayada, gente echándole aire con cartones, con abanicos improvisados ante el apuro. La histeria colectiva por esta guerra que parece no tener fin.

“Había gente grande, embarazadas, abuelitos con niños. Habíamos unas 20 personas”.

A Alexia la suben a la bodega de la planta alta. Ya adentro no tiene tanto miedo. Las trabajadoras de la tienda le han dado agua. Entre el olor a zapato nuevo, en los anaqueles de las cajas del calzado, ahí se acuesta.

Alexia dice que en la tienda no habló con nadie. Si acaso habrá dicho dos, tres cosas. No sabe por qué. 

“Me sentía como en deuda con las trabajadoras de la Calzzapato porque me trataron bien. Lo que hice, como al mes o dos meses, fue volver. Les llevé un regalito, les puse gracias por su ayuda. Les llevé un pastel”.

Cerca de las nueve de la noche, cuando el Cártel de Sinaloa ya ha liberado a Ovidio Guzmán, cuando el Gobierno ha bajado la cabeza y emprendido la retirada, se encuentra con su padre, que por fin ha podido llegar a la zona crítica.

Alexia pregunta por su carro. Los marinos apuntan hacia donde lo estacionaron. Allá está su Sentra blanco, limpio de plomo, sin ningún balazo.

“Mi papá venía viéndome, en lágrimas. Ahí sí lloré, me desahogué. Les dijo: Muchas, muchas gracias a los marinos. Ellos le dijeron que era su trabajo. Mi mamá estaba en shock. Camino a casa estaba la escena de película de terror”.

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“NO ME QUIERO MORIR”

Y entonces Sara oye a su hijo: “Mami, yo no me quiero morir aquí. Mami yo no me quiero morir… Quiero ver a mi papi. Ya no quiero estar aquí”.

Las palabras le salen mientras llora. Sara no sabe qué hacer. No halla qué decirle, qué responderle porque no sabe nada de lo que sucede en Culiacán, solo que allá fuera soldados y sicarios se disparan a matar.

El mayor, que ya entiende las cosas, me decía: ‘Mamá, no me quiero morir aquí. No me quiero morir aquí. Tengo miedo de estar aquí’. Tú como padre cómo le vas a decir que va a estar todo bien si tienes toda la incertidumbre…”

Y sus dos hijos lloran. Lloran mientras afuera la pólvora atiza el enfrentamiento. Y esas ráfagas. Cabronas ráfagas de este jueves 17 de Octubre, el día que el Gobierno detuvo y soltó a Ovidio Guzmán.

Afuera está la bala perdida, el fuego cruzado. Afuera están los sicarios, los ‘cuernos’, el 50, las blindadas… Tantos clichés del mundo Narco como tiros.

Afuera Culiacán ya fuma y suelta al cielo su humo negro de vehículos carbonizados. Dentro de la Bodega, la incertidumbre de Sara y su familia se hace vieja con la noche.

Ya vendrá otro tiempo en el que Culiacán habrá de reinventarse pretendiendo olvidar lo inolvidable.

Olvidar. Esa es la palabra que viene. Y Quirino Ordaz Coppel, el gobernador de Sinaloa, sabe lo que significa, porque unos días después le pedirá a la sociedad darle la vuelta a la página.

¿Es tan fácil olvidar, darle vuelta a la página? Sara dice que no. Que a esa página no puede darle vuelta. Ahora ve las secuelas de ese 17 de octubre. Su hijo mayor, de apenas 10 años, no puede entrar a una Bodega Aurrerá.

“Mi hijo mayor le tiene pánico a las Aurrerá. Después de eso nos cambiamos a Mazatlán. Opté por llevármelos para allá. En un día normal que fuimos a hacer el mandado llegamos a la Aurrerá y mi hijo mayor no quería entrar. Mis hijos no entran a una Aurrerá”. 

A su hijo menor, de seis años, también le ha detectado un cambio de comportamiento. Ella habla de los cuetes (pirotecnia). El menor los asocia con balazos.

“Se me asusta. Se me pone muy nervioso, de que no quiere y no quiere y no quiere. A ellos les dan ataques de pánico. A mí me potenció la ansiedad. Fue una sensación muy difícil, muy intensa. Mi prima ese mismo viernes agarró sus maletas y se fue”.

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SOÑAR ESE JUEVES MALDITO

Alexia dice que a veces le parece irreal lo que vivió. No alcanza a asimilar lo que de verdad pasó. Acepta que se ha vuelto muy miedosa.

A los pocos meses que iba al trabajo en su carro le volvió el pánico. De pronto los autos no avanzaban en un semáforo que ya estaba en verde. Los cláxones sonaron y Alexia tuvo miedo.

“Los carros no avanzan. ¿Qué pasa? ¡No veo nada! Reviví la escena”.

Dio reversa para escapar y chocó a la camioneta de atrás. “Qué pasó, niña”, le dijo el conductor de la camioneta. Perdón, ¿está bien?, dijo ella. Todo estaba bien.

Alexia se subió a su carro y empezó a llorar. Maldita sea. Otra vez.

“Me da miedo pitar en mi carro, hacerle un gesto a los automovilistas. Me da muchísimo miedo estar parada esperando el semáforo”.

“Durante todo este año he soñado esa escena en muchos lugares de Culiacán. Sueño que estoy en medio de una balacera, que me tengo que esconder. Lo he soñado un chorro. Ocurre en diferentes puntos. Es muy raro. A veces me llega el flash back de la nada y me entra el miedo, la ansiedad”.

La empresa donde trabaja Alexia brindó sesiones sicológicas para trabajar en su miedo. “Me ayudó pero confieso que todavía siento miedo… Siento que tengo que regresar con la psicóloga. Aún no me siento del todo bien”.

Dice que ha vuelto a pasar por aquel lugar donde quedó atrapada en medio del fuego cruzado. Las primeras veces se negaba a acercarse. Una vez iba con su papá en el auto a dejar a una amiga que vive por el sector; conforme fueron acercándose a la zona ella fue sintiendo el miedo. Su padre se desvió.

FOTO: Cortesía.

Sin embargo, luego le hizo frente al lugar. Le dolió el estómago, le dio náusea. “Es inevitable no sentir como un hueco en el pecho… Siempre que paso por ahí siento algo que me quema”.

Es la vibra mala de sentirse en un callejón sin salida. Porque hablar de Ellos, de los que mandan, es una cosa. Y verlos y sentirlos de cerca encorva, somete, amansa.

Y el terror de Alexia es el terror de todos. El terror agazapado, el que hoy revive en el calendario y de paso oscurece el corazón de Culiacán.

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SÍ Y NO

Sara dice que el Gobierno tomó la mejor decisión pero no. Habla de la retirada del Gobierno, que cedió ante el Cartel de Sinaloa. Repliegue que luego el presidente Andrés Manuel López Obrador justificó con el argumento de no arriesgar a la población.

“Cuando se decidió (el repliegue de los soldados), para no poner en riesgo a la población, para que no se afectara a civiles, porque iban a perder la vida más de 200 personas inocentes… Y se tomó la decisión. Yo ordené que se detuviera ese operativo y que se dejara en libertad al presunto delincuente (Ovidio Guzmán)”.

Sara señala que por una parte está de acuerdo. “Lo agarras, no lo sueltas… Y esa bola de… mata a diestra y siniestra. Lo digo desde la perspectiva de lo que yo sufrí. No me hubiera gustado que el Gobierno hubiera dicho: No lo voy a soltar y a ver cómo le haces. Y después aparecer en las noticias como uno de los tantos occisos… Por ese lado no puedo decir nada. Decir: Amlo es un pen… Gracias a esa decisión mis hijos y mi familia estamos bien. Ya pasó un año de eso y lo estoy contando. Imagínate que hubieran tirado granadas a la tienda donde estábamos ochenta y tantas personas…

“Sin embargo, creo que no fue la mejor decisión. El narcotráfico va a seguir y va a seguir. Qué es lo único que se demostró con esto: Que el Gobierno no puede contra el Narco. El Gobierno no tiene ni voz ni voto ni nada”.

FOTO: Héctor Parra.

*Albaro Sandoval escritor y reportero sinaloense integrante de Revista ESPEJO. Autor de la novela Lodo en tierra santa (Tierra Adentro), ganadora del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras / Border of words.