Por Héctor Parra

En los variados e interconectados contextos de un siglo XXI intrincadamente globalizado y mediatizado, la forma en que se crean, mantienen y rompen los secretos sigue siendo de vital importancia para las ciencias sociales y la opinión pública en general.

El acto fotográfico acompaña el desarrollo de las sociedades desde una modernidad temprana. En sus múltiples aplicaciones ha sido el instrumento por excelencia para registrar las distintas caras del desarrollo humano. Las imágenes dan cuenta de la diversidad cultural o la convivencia cotidiana, del conflicto y de la paz, es una fuente de información en la medida que aporta datos sensibles sobre la actividad humana.

El jueves negro nos tomó por sorpresa a la mayoría. Un jueves cualquiera en la ciudad de Culiacán amaneció con garantía de asombro. La información circula por varios canales. En los rincones del gobierno federal se sabía que algo estaba por pasar, en las amplias avenidas de nuestra ciudad era un día como tantos. Ya mucho se ha dicho y analizado la secuencia de hechos y la cartografía que siguió el conflicto.

En lo simbólico ocurrió un desgarramiento, el rompimiento de la tensión superficial de nuestra apacible calma cotidiana, la que esconde los secretos públicos. Encubiertos en la capacidad de simulación, que hemos adquirido para seguir en calma nuestras actividades. Hay hechos no conocidos, relaciones veladas, secretos que, dentro de un contexto de corrupción institucional, añaden peligro a saber lo que no se debe saber.

El secreto, en las profundidades, adquiere formas simbólicas que construyen el terror para los que se atreven a ese desgarramiento. Los mecanismos de la violencia en estos casos buscan construir el miedo, el miedo a decir la verdad, el miedo a saberla, y conducen a la configuración de un secreto público. Todos podríamos saber quién fue, pero es más valioso saber que no debemos saberlo, es una estrategia de protección ante eventos trágicos.

El jueves negro nuestro secreto quedó expuesto, se desgarró la superficie, el rumor cobro forma objetiva. Por momentos vimos el poder y el tamaño del monstruo que, si bien es un hecho conocido, su dimensión y capacidades son desconocidas para muchos.

La verdad desgarró la realidad al subir a la superficie. Terminó siendo una realidad que camina y se mueve en vehículos motorizados por todos los rincones de la ciudad. El secreto de nuestra fragilidad se debilitó, el monopolio de la violencia no es sólo del Estado, lleva tiempo ya, en manos de otra forma de oposición, secreta, velada.

*Héctor Parra, fotoperiodista, antropólogo y maestro en Historia por la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS).