En la Sierra Tarámari, en el norte de Sinaloa, ya se graduaron las primeras generaciones del kínder, primaria y secundaria.
“Ellos han visto que hay muchachas que van avanzando, que hay dos profesionales, ven que no solo es ir a la escuela y que hay un futuro”, contó Clemente Sandoval, integrante del Colectivo Tarahumara Sinaloense.
Ahí viven decenas de familias indígenas Tarámari, grupo que desciende de la cultura Tarahumara y que se asentó en Sinaloa con la migración forzada por el clima, la violencia y la escasez de alimento y agua.
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Los registros históricos y de cronistas establecen que en la década de 1980 fue cuando llegaron y se instalaron en Sinaloa, pero fueron invisibilizados hasta que hombres y mujeres como Román Rubio López se acercaron para conocer más de su cultura.
Ese hombre logró hacer un movimiento llamado Colectivo Tarahumara Sinaloense, con el que se han hecho campañas para recaudación de fondos, la construcción de infraestructura social, la contratación de maestros bilingües y la inclusión en el presupuesto estatal como parte de su reconocimiento.
El colectivo ha trabajado para que la comunidad Tarámari tenga mejores opciones a las que ofrece la Sierra, primero con el apoyo de refugio, al que mujeres y hombres han acudido, sobre todo, para atenciones médicas, pero también en la búsqueda de desarrollo personal.
Así es que hay dos mujeres tarámari que sostienen sus estudios profesionales y han inspirado a más generaciones, como a las y los nueve niños y niñas que se graduaron del kínder, primaria y secundaria como las primeras generaciones.
“Lo que ansiamos es que se profesionalicen y que regresen ellos siendo maestros, enfermeras, atender el dispensario que se inauguró hace dos administraciones”, dijo Sandoval.
Para el Colectivo Tarahumara Sinaloense hay opción de que los Tarámari se desarrollen en un futuro y puedan ocupar espacios de desarrollo en la Sierra.
Incluso, puedan encabezar los trabajos en el dispensario médico de Cuitaboca, el cual está vacío tras su inauguración en la administración de Mario López Valdez (2011-2016).
Sin embargo, nada de eso podrá suceder si no se construyen los caminos en esa área sinuosa. Se necesitan carreteras, es fundamental para hacer proyectos productivos. Ya han dicho al Colectivo de sus ganas de sembrar tomate y venderlo cuando en el valle no se produzca por el clima, pero sería en vano si no tienen la manera de transportarlos.
Ahora mismo, con las lluvias de verano, no sube ni siquiera Diconsa para repartir el alimento de programas sociales. Hacerlo implicaría someter las camionetas a mantenimiento por descomposiciones tras atascarse una y otra vez.
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Han pasado alrededor de 40 años para que los Tarámari puedan fortalecerse como comunidad y tener garantizado sus derechos. Aún falta, pero ya hay niñas, niños y adolescentes que se están graduando para tratar de cumplir con esa esperanza.
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