Cuamúchil, Sinaloa.- Han llegado casi 500 personas. Hay niños que juegan entre los salones de esta preparatoria adaptada como albergue temporal para personas desplazadas. Aquí brincan, saltan, sonríen y platican, se hacen bromas mientras sus madres los siguen para que no se golpeen. Están en un lugar que no conocen. Vinieron a fuerzas. Era eso o permanecer en la Sierra, donde la violencia los alcanzó de un día para otro.
Una mujer aguarda en la entrada del albergue, tiene los ojos llorosos y ojeras largas de tanto esperar. Se vino el puro 28 de julio que empezaron las balaceras a las 4 de la madrugada en San José de las Delicias. Su esposo le dijo que debían irse porque ya había empezado la tracatera. Lo más cercano a donde hay autoridad es Guamúchil, una ciudad a unas dos horas y media de camino, y se arrancaron, pero solo llegó ella.
“Unos hombres armados en el camino se nos atravesaron y se llevaron a Jorge, mi esposo. Sabe para qué. Lo detuvieron y nos dijeron que nos arrancáramos. Mi papá manejó hasta acá y yo sigo esperándolo”, dijo la mujer que aguarda frente a la puerta del albergue. A lo mejor lo sueltan y llega a Guamúchil, dice.
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Eulalio, un hombre de unos 57 años, está a un lado. Él se movió de Las Blancas, un pueblo a un lado de donde pasó lo de las balaceras. Dice que todo estaba tranquilo hasta antes de una semana y de pronto empezaron a quemar carros y a tirar bala a las casas.
No sabe qué o a quién buscan. No lo sabe él ni nadie en este albergue. No lo sabe tampoco la autoridad.
“Hace como dos años se dejó de sembrar mota, no sale ese negocio y la gente que vivimos ahí vivimos pobremente bien. Sembramos nuestro maíz, movemos las vacas, vamos viendo qué comer. A lo mejor es eso, que quieren quedarse con la tierra”, menciona el hombre mientras está sentado con una despensa en mano.
Luego otro hombre lo interrumpe. Dice que iban por un hombre llamado Mario, al que le dicen “Mario Calabazas”.
-”No estaba ahí”
-”No, pero ahí se la lleva”
-”Ese tiene otro rancho, uno más pa’ arriba. Allá escondido”
La gente aquí desconoce qué pasa, a quién persiguen o por qué se metieron a los ranchos. Son de varios pueblos, de Carrizalejo, Las Blancas, La Laguna, La Lagunita, Las Calabazas, Los Linderos.
El primer día llegaron 120 personas, el segundo hubo 210 y el tercero más de 114. No todas esas personas se quedan aquí a dormir, hay quienes tienen familia en la ciudad, pero están llegando todos los días a comer y a esperar a más familia a que baje de la Sierra.
Lo que pasa ahora es como un deja vú a lo que pasó hace unos 12 años. Aquella vez también fue de pronto. Hubo hombres armados y en la madrugada empezaron a tirar bala, y se fueron casa por casa sacando a hombres para matarlos o desaparecerlos y jamás regresarlos.
Esos armados fueron a la Sierra de Sinaloa municipio y sacaron a la gente de San José de Gracia y los pueblos alrededor. Le decían a la gente que tenían 24 horas para escoger un bando o irse para no volver.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Comisión Nacional de Derechos Humanos dieron cuenta de esos hechos, pero fue hasta dos años después que exigieron al gobierno de Sinaloa hacer algo al respecto. Para ese entonces ya había miles de personas desplazadas dispersas dentro y fuera de Sinaloa. Organizaciones civiles como la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos de Sinaloa calculó unas 35 mil personas desplazadas incluyendo a los niños y niñas, quienes ahora son jovencitos con una historia lejos de sus raíces.
El gobierno de Sinaloa comenzó un censo para registrar los casos, pero fue un registro fallido que apenas logró reconocer a cerca de 10 mil personas.
Luego llegó otra administración y se hizo un acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados para hacer un nuevo registro. Este aún no comienza, pero el reto creció con estos nuevos casos.
Las familias de desplazados de hace 12 años en adelante decidieron dejar en la memoria los recuerdos de la Sierra, de sus casas, de los chaparrones del verano, de las cañadas verdes alrededor de los ríos. Ahora ahí hay minas, hay en San José de Gracia y en otros pueblos. Hay en Concordia, Choix y Badiraguato, de donde salió la gente aterrada.
Esta vez nadie sabe por qué la violencia, ni las autoridades, solo que hay miedo de regresar.
“¿Y los que no queremos regresar? ¿Qué vamos a hacer?”, dice una mujer del pueblo La Laguna, “¿Los que tenemos miedo? ¿Quién nos va a ayudar?”
Y esas preguntas las escuchan los funcionarios, entre ellos el gobernador Rubén Rocha Moya.
-“Yo les prometo que vamos a hacer todo lo posible para que puedan regresar”, responde.
-”¿Pero a los que nos queda el miedo?”, replica la mujer.
-”Vamos a buscarles para que puedan estar aquí o en otra ciudad”, dice Rocha Moya.
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Las personas desplazadas están en una preparatoria, un lugar adaptado como albergue, porque los alumnos están de vacaciones. El gobierno de Sinaloa quiere que regresen pronto, pero aquí hay quienes aún espera, quienes tienen miedo, quienes no saben qué pasa en las montañas y quienes no saben si esto será como hace 12 años.

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