In memoriam de José Agustín

Se ganó una beca y se largó. Así como si nada, como si no tuviera marido. Hizo maleta y voló a ese lugar maravilloso donde conocería a escritores de todo el mundo, donde tendría todo el tiempo para escribir, donde al fin valorarían su trabajo y se convertiría en esa mujer que había soñado y que, ya casada, había dejado de ser. Eligio ya la tenía cansada; las reuniones, los amigos y las conversaciones eran siempre en torno suyo y sobre su arruinada carrera de actor —lo que sí le salía muy bien eran los panchos que siempre le hacía—. Eso se acabó, ella se fue. Aunque…Susana, jamás pensó lo que Eligio haría: el colmo de los colmos, la siguió para demostrarle una vez más que era el típico y envalentonado macho mexicano…

Llegó a la ciudad de Arcadia, apenas una manchita que no figuraba ni en el mapa; no le  importó, conviviría por cuatro meses con escritores, poetas, prosistas y dramaturgos de más de veinte países. Entre todas las novedades, la que más la impactó —como anticipando el mundo gris y superficial que descubriría— fue encontrarse, en plena marcha y sentido contrario, una casa de madera con todo y porche, sótano y mosquiteros; la llevaba un tráiler chato que en segundos se volvió apenas un manchón a lo lejos de la carretera. Sí, una casa completa en plena carretera. Aún y eso, Susana respira y agradece la soledad —nada que ver con la caótica ciudad de México que acababa de dejar—, sobre todo al ridículo y absurdo de Eligio.

Apenas unos días y el panorama le cambió; esa ciudad era la cosa más desolada e inhóspita que haya conocido. Aunque… algo no estaba tan mal, era ese europeo sospechoso y grandulón, que, viéndolo, bien era más apuesto que Eligio; lampiño y más prieto que un carbón.

 

¿Cómo se vive una relación de pareja en una estrambótica ciudad?, una ingeniosa muestra en Ciudades desiertas. Con una prosa desenfadada, la vida de esta pareja se muestra con ingenio, ironía, sarcasmo… si es que hay otra manera de vivir las enormes ciudades, sin que te ahoguen. Como en todo lo que escribió José Agustín, esta ciudad está llena de personajes y protagonistas locuaces. —Los onderos estuvieron de moda en los años 60 y debían su influencia a los beatniks estadounidenses, según Carlos Monsiváis—

Susana y Eligio son artistas, una pareja de creadores que apenas se toleran entre sí, pero se aman. Él ha olvidado que ella existe y ella no soporta una reunión más con él —sabe de memoria la historia que contará, los chistes chafas que repetirá—; la decadencia a la que ha llegado ese hombre que alguna vez admiró. Apenas consiguió la beca, Susana, no tuvo siquiera la cortesía de anunciárselo. Él enloqueció, pero supo que esa “putita” —así se las gastaban— no se saldría con la suya. Aunque en ese viaje, ella le da su gran lección de vida; una tremenda sorpresa.

Un esposo enloquecido, un amante que sin decir palabra logra infundir un placer indescriptible, un reencuentro de lo más absurdo en un país de lo más mediocre, un singular viaje que pone todo en su lugar, becarios soñadores, vidas incomprendidas y solitarias; un perfecto caos. Ciudades desiertas muestra la compleja relación de pareja de una manera tan ágil y actual que pareciera que esa tramada cotidianidad se desborda por las ventanas de muchos interiores por donde caminamos a diario; una realidad que José Agustín conoció y retrató de manera inmisericorde.

“Quiero que reconozcas que mereces un castigo, tú admítelo y no hay problema. ¿Pero por qué me castigas, porque me fui de la casa sin decirte nada, porque me acosté con otras gentes? Eligio, ¿crees que todos estos meses yo he andado cantando «La vida en rosa»?, ¿crees que las cosas han sido fáciles para mí?, yo también he pagado mis tributos de humillación, de asco de mí misma, ¡mentira, pinche Susana…”… por siempre Ciudades desiertas.

 

En memoria del gran maestro José Agustín (1944-2024)

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