
La innovación y el desarrollo tecnológico nos han llevado a realidades que, para bien y para mal, superan toda ficción futurista de siglos anteriores. Paso a paso, hemos conquistado distintas fronteras y transitado a un mundo de imposibles a uno en el que millones de posibilidad esperan a la vuelta de la equina. Poco nos hemos detenido a pensar en el precio para el medio ambiente y nuestra calidad de vida tras construir enormes ciudades de acero y cemento donde la naturaleza cumple con funciones decorativas al tiempo que consumimos y desechamos con tal rapidez que el planeta se desgasta a pasos agigantados. Si bien culpamos en parte al proceso que involucra la producción de acero, un material indispensable en la actualidad, el acero verde podría convertirse en la solución del futuro.
Producimos desechos cada vez más duraderos, volviendo virtualmente imposible que se reintegren a la tierra con el ciclo de la vida natural. Lo peor, es que la terrible desigualdad que acompaña al desarrollo de la humanidad, en una época donde Oxfam estima que 42 individuos, multimillonarios, cuentan con más riqueza acumulada que la mitad del planeta. Es decir, que mientras algunos acumulan más de lo que necesitan y podrían utilizar a lo largo de su vida, millones padecen carencias de hambre, sed y una vida digna en general, con pocas o nulas probabilidades de escalar en la pirámide social cuya cúspide se encuentra cada vez más distante de la base.
En este contexto, no es sorprendente que poco más del 15% genera más de una tercera parte del total de la basura del planeta, sobre todo considerando que para los más ricos es más sencillo utilizar y desechar, mientras que los menos afortunados remiendan y reparan las cosas para aprovecharlas al máximo. Tan solo en México, se generan 53.1 millones de toneladas al año, de las cuales se recolecta solo el 84%. Se intenta fomentar el reutilizar y reciclar, pero no es sencillo con el ritmo acelerado de desecho, además de que existen tipos de desechos que por su naturaleza se dificulta encontrarles un segundo uso o, incluso, procesarlos debidamente a causa de una falta de cultura respecto a la separación de la basura y de minimizar la huella ecológica de cada individuo.
La situación es preocupante, y merma nuestras expectativas de un futuro y un mundo mejor. Veena Sahajwalla, una visionaria preocupada por la crisis ambiental llevó a la práctica su filosofía, que se basa en que el reciclaje es útil solo si se utiliza para crear algo permanente con beneficio que permita netamente solucionar el problema de la basura, a diferencia de reciclar en productos que se desecharán y deteriorarán rápidamente, lo cual perpetuaría el interminable ciclo de los desechos. Como resultado, inventó una tecnología disruptiva que podría sentar el precedente para construir ciudades sustentables a la par de reducir la basura proveniente de plásticos y neumáticos: el acero verde.
El acero verde se utiliza ya en algunas partes de Asia y Europa, por medio de un proceso en el que neumáticos viejos y plásticos reciclados se utilizan como sustituto de fuentes de energías no renovables para fabricar acero. De esta manera, la basura se vuelve la base del suministro de energía requerido para crear el acero y se aumenta la eficiencia energética en 3% al tiempo que se ahorra hasta el 35% en costos de carbón sin reducir la producción de las más de 1.200 millones de toneladas de acero bruto anuales que han probado ser imprescindibles para el desarrollo urbano. Esto podría ayudar a reducir la emisión tóxica al medio ambiente, que actualmente constituye casi el 10% del total del dióxido de carbono generado. En el mediano plazo, el objetivo es producir y aprovechar acero libre de fósiles, situación que podría transformar por completo la cadena productiva de este compuesto de la industria, lo cual es de vital importancia considerando que se estima la demanda por el acero siga en crecimiento.
Por supuesto, parte del proceso consiste en obtener la basura a tratar, transitando de minas tradicionales de materiales fósiles a lo que se ha llamado minas urbanas: centros de recopilación de desechos que permita extraer minerales y materiales que puedan ser aprovechados, especialmente de materiales electrónicos. Estas “minas” se pretende se encuentren equipadas con el equipo de seguridad suficiente para extraer los componentes de manera segura, minimizando los riesgos de lidiar con desechos potencialmente tóxicos y dañinos para la salud.
Las minas urbanas abren la puerta para una de las mayores oportunidades de la propuesta alrededor de la industria verde: además de reducir la emisión de gases dañinos y darle un uso real y permanente a los desechos, ayudaría a volver la ya indispensable labor de recolectar y separar la basura un trabajo formal y con menos riesgos para aquellos que se dedican a ello.
El potencial resultado: ciudades del futuro construidas con acero que aprovecha el plástico y otros polímeros de manera sustentable, con una menor huella de carbono generada en el proceso. Además, lugares específicos en distintas partes de las ciudades para poder disponer adecuadamente de nuestros desechos. ¿A quién no le ha pasado que tiene una computadora, teléfono, tableta, o incluso baterías que ya no sirven y no sabe dónde depositarlos sin hacer daño al ambiente? Por si todos esos beneficios no fueran suficientes, hablamos de un futuro donde ser recolector de basura podría consolidarse como un empleo verdaderamente formal y con menos riesgos asociados de los que involucra actualmente.
El acero verde podría ser el primer paso para reinventar toda una cadena productiva y, con ello, asegurar un futuro mejor para nosotros y las generaciones que vienen. La pregunta es, ¿México esta lito para adaptarse?
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