¿Arde Nueva York?
A dos meses del fallecimiento del escritor y periodista francés, Dominique Lapierre, a los 91 años de edad, justo es recordarlo por sus novelas de temas políticos y sociales que han mantenido expectantes a sus millones de lectores en todo el mundo
Lapierre fue un activista social no sólo por su postura en las obras que escribió sino porque destinaba sus ganancias en beneficio de las víctimas de la desigualdad social y mantenía su lucha contra la pobreza. Algunas de sus novelas fueron escritas en colaboración del periodista estadounidense Larry Collins, fallecido en el 2005.
¿ARDE NUEVA YORK? Es una de las novelas que escribieron ambos escritores, en colaboración y en la que aparecen personajes reales e imaginarios así como situaciones fantásticas y/o verídicas. Se publicó en el 2004, siendo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush.
En la primera parte de la novela aparece el líder Islámico Osama Bin Laden, quien vive escondido en unas montañas del noroeste de Pakistán, fuertemente resguardado por sus creyentes y adeptos. Bin Laden, que en su gran odio hacia los norteamericanos los llama “El Gran Satán”, ha enviado un mensaje al presidente Bush, con la amenaza de que ha instalado una bomba nuclear capaz de matar a millones de habitantes y que hará estallar pasados cinco días, si durante ese plazo no ordena al Presidente de Israel, su aliado, a desalojar las colonias ocupadas por los israelíes y que pertenecen a los palestinos por derecho. Para dar credibilidad al mensaje, le informa que los “Guerreros de Yahid” ya han instalado otra bomba de menor mortalidad que se encuentra en un lugar de la estación de Pennsylvania en una maleta de piel color café. Con desconfianza, el presidente Bush ordena localizar la maleta que es hallada en el lugar tal y como le fue indicado.
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George W. Bush reúne de emergencia a los jefes de las fuerzas de seguridad de su país. Se concentran en una sala privada en la Casa Blanca, el jefe de la CIA, el del FBI, interviene la NASA, el Secretario de seguridad, su Consejera en conflictos internacionales, el alcalde de N. York y todo el equipo de seguridad, junto a especialistas en terrorismo, ataques nucleares y todos quienes pudieran conformar una idea salvadora ante tal evidencia destructiva. Alguien propone llamar al famoso creador de la bomba atómica de Pakistán con la hipótesis de que pudo haber dado asesorías a los extremistas. Les ofrece colaboración. Ese mismo día el presidente Pakistaní nervioso y asustado, llama más tarde a Bush para indicarle que las investigaciones le confirmaron que había desaparecido una poderosa bomba atómica del arsenal de su país. Concluyendo que esa podía ser la bomba introducida clandestinamente a N. York.
Por seguridad nacional, se mantiene en secreto el acontecimiento. Mientras tanto, dos jóvenes y una muchacha palestinos, llegan a N. York, vía Canadá, con poco equipaje; se dirigen a un cercano descargadero a recibir un bulto grande y pesado, aparentemente conteniendo arroz. Se instalan en un hotel de los suburbios; con grandes trabajos esconden el pesado bulto, sacan una esfera metálica a la que conectan el detonador al móvil que les habían confiado mediante el cual, debían recibir una llamada para hacer explotar el pesado artefacto. La llamada sería única y exclusivamente hecha por Osama Bin Laden. Contaban con cinco días para esperar la llamada y posiblemente terminar inmolados con patriótico heroísmo.
Los desesperados planes para salvar la situación crean propuestas tales como desalojar a millones de neoyorkinos, llegar a arreglos con el presidente de Israel para que logre desalojar a los israelitas de territorio palestino, lo cual es negado rotundamente por el mandatario. Se propone asimismo enviar a los Marines para desalojarlos aun en contra de su voluntad, lo que tampoco es bien recibido por los aliados. Los días transcurren y los investigadores sólo consiguen pistas falsas. Una de las últimas mañanas del plazo, los detectores de bombas enloquecen ante los signos de metal radioactivo en el aire de la gran urbe; al percatarse de que son palomas enviadas por los jóvenes palestinos con pequeñas cargas de uranio en las patas, se dan cuenta de la macabra broma que los ha distraído.
Uno de los jóvenes enviados por Bin Laden, se arrepiente de hacer detonar la bomba, los comentarios son tomados con violencia por sus otros compañeros. Salen a relucir las armas. Ambos mueren en su propia batalla. La joven huye. La balacera alerta al dueño del hotel, quien llama a la policía que se reporta con sus superiores. La bomba estaba ahí. Los expertos estudiaban las características para desactivarla, lo primero que había de hacerse era neutralizar el móvil con el que se haría la llamada desde un lugar desconocido. Mientras tanto, Osama Bin Laden sostenía gozoso el móvil con el que haría la mortal llamada.
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La realidad y la ficción han despertado interés y logrado derramar algunos gramos de adrenalina entre los lectores aficionados a los llamados thrillers. Aun cuando Lapierre y Collins han escrito novelas para el gusto de sus millones de lectores, nos preguntamos:
¿Será posible que dichos autores sean agoreros de un incierto futuro para la humanidad?
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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