Atrapados
La cuarentena en un principio nos alegró, teníamos todo el tiempo para disfrutarnos, sin importar si era de día, tarde, media noche o madrugada. Dimos rienda suelta a la imaginación; enervados por el deseo nuestros cuerpos entrelazados tomaban formas arrebatadas, indescriptibles.
La tregua nos servía para probar un bocadillo, y tomar un vaso de vino. Las palabras que un principio sirvieron para encender la llama, fueron desapareciendo. Hubo un momento en que sentí que el fuego nos consumiría, quedábamos rendidos y dormíamos sólo para despertar y volver a besarnos, estrujarnos, mordernos hasta sentir que nos quemábamos entre las sábanas que apartábamos con desespero.
En un receso, mientras tomaba una ducha, me acordé de Víctor. Ni siquiera había imaginado que llegara de improviso; fue el remordimiento el que me atrapó, salí dispuesto a cortar con aquello que era un sacrilegio, una grave falta, y que no merecía él una traición, y yo no merecía tanta felicidad. Felicidad robada a mi mejor amigo.
Sentí en la espalda una caricia que me hizo vibrar, pegada a mi cuerpo aspiré su olor y perdí. Volvimos a quedar atrapados, y así, pasó el tiempo.
Una noche, me despertó su voz. –Está en la habitación de huéspedes… ¿cómo? No sé por qué no te contesta, tal vez tenga su celular descargado. ¿Quieres que vaya a despertarlo? Está bien, mañana le digo que te hable.
Me quedé quieto, esperé a que se durmiera y sigiloso fui a mi cuarto, empaqué mis cosas y salí. Eché a caminar y el resplandor del sol me sorprendió en la carretera. Con mi mochila a la espalda, caminé caminé y seguí caminando sin parar, un buen señor de aspecto campesino, paró su vieja camioneta que llevaba cargada de elotes, me invito a subir.
-Amigo, le doy raite porque lo veo que no trai bozal. -¿Bozal? –Me refiero al tapa bocas. –Aaah, es que yo… -Sí ya sé, usté, igual que yo, no cree en esos inventos. Mire, en mis ochenta y tres años, he vivido esta historia varias veces, pestes, guerras, y las amenazas del acabo del mundo, que con el desorden mundial ya se va acabar la tierra. ¡Tonteras oiga! La tierra mi amigo, es maravillosa. Se repone cada año, pa eso son las estaciones, son un ciclo natural que pa´ eso sirven, pa´ darle nueva crianza a la naturaleza. Por eso amigo, yo no creo en estas patrañas que inventan a saber quién y pa´ que. Eso del corona virus, siempre ha existido, enero y febrero el desviejadero, cada año se mueren munchos viejos asmáticos, y últimamente también se van muchos jóvenes, pero esos por descuido, tragan y se drogan con mierda de químicos. Es la ley natural. ¿Usté que opina?
-Me parece que tiene razón… -¡Claro amigo! Tengo razón, pa´ lo único que no tenemos remedio nosotros los hombres, ¿sabe usté a qué me refiero? –Pues la verdad… – ¡Pa´ las viejas amigo, ai sí, con ellas la perdemos. Nos dominan, ¿a poco no? Por la cara que puso, ya me lo dijo todo. Casi puedo adivinar que a usté, lo corrió su mujer. –Sí… tiene usted razón, pero, ¿cómo lo supo? –Los años amigo, los años dan esperencia.
Llegamos a un snack, compré café y dos tortas, y seguimos el viaje; el señor aquél, que ni siquiera supe su nombre, me dejó en Pichilingue, tres horas después a bordo del Ferry logré ponerme en contacto con Víctor. Me dijo. –Mi hermano. ¿Elsa te hizo mala cara? –No. Lo que pasa es que logré este pasaje y no quise desaprovechar, tú sabes, debo estar con mi madre. –Sí si, entiendo, lamento que esta vez no pudimos vernos, yo quedé atrapado en Hermosillo, y tú en mi casa en Los Cabos, así es el destino. En cuanto la pandemia lo permita, te caigo en Culiacán; iremos al Guayabo a echarnos unas, ¿te parece? Por supuesto.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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