Auge ¿y caída? del streaming
En México el gasto mensual en plataformas de streaming incrementó un 77% durante 2022
La televisión fue un invento disruptivo en el mundo. Transformó el entretenimiento, las dinámicas familiares y la transmisión ideológica y cultural. De pronto, las personas seleccionaron sus programas favoritos de los disponibles y se aprendieron los horarios de transmisión para poder sintonizarlos, esperando los cortes comerciales para aprovechar y correr por la botana o al baño. Se hacía el esfuerzo de ajustar los tiempos para poder disfrutar de la televisión. En algunos hogares, incluso, se volvía un pretexto para la convivencia familiar: sentarse en torno al televisor. Eventualmente, se volvió posible grabar los programas para observarlos más tarde o, en algunos casos, esperar la repetición. En efecto, era un esquema para el cual el consumidor debía de adaptarse.
Comprar películas o series se volvió una respuesta para empoderar a los consumidores, dándoles el control de elegir el contenido, el horario para verlo y la capacidad de pausar o detener la reproducción, así como cambiar características como el idioma del audio o los subtítulos. Eventualmente, la opción de rentar películas o series ya sea en formato de VHS o DVD volvió este ámbito más accesible y diverso, pues cada vez más familias podían rentar por unos días películas y series para disfrutar ya sea solos o en familia. Eran los años noventa, los años dorados para este negocio. Una de las efigies más conocidas de esta era fue Blockbuster, una franquicia de videoclubes que permitían la renta de películas ya sea en tiendas físicas o por correo. Hacia 2004, el titán de los videoclubes contaba con más de nueve mil locales en ciudades alrededor de todo el mundo, y cubría una cuarta parte del mercado mundial de esta industria.
Esta situación se mantuvo por años hasta que, hace menos de una década, surgió la disrupción innovadora que prometía ser el siguiente paso en la evolución de la televisión. El streaming, que resultó ser no solo el sucesor, sino el verdugo de modelos tradicionales, entre ellos el de los videoclubes. La tecnología venció a la tradición al presentar por primera vez esquemas personalizables centrados en las preferencias y experiencias individuales del usuario. Fue así como los servicios de streaming revolucionaron nuestro consumo de entretenimiento, abriendo la puerta a un sinfín de posibilidades. De pronto, se volvió posible elegir completamente el tipo de películas, series o documentales que queremos ver, con control absoluto de los horarios.
El streaming permite pagar suscripciones individuales o grupales que dan acceso a un amplio abanico de contenido tanto de terceros como exclusivo que se puede ver en cualquier momento en casi cualquier dispositivo conectado a internet, por lo que pronto se convirtió en la gallina de los huevos de oro. Fue así que estos servicios, especialmente Netflix, la punta de lanza en el surgimiento de estos nuevos modelos de negocio, se presentaron como la respuesta a necesidades que ni los televidentes sabían que tenían: costos muy bajos por suscripción, opciones de contenido muy diversas en una sola plataforma (lo que eliminaba la necesidad de suscribirte a distintos canales), sin anuncios publicitarios e, inclusive, contenido exclusivo que podía ser lanzado con una frecuencia mucho mayor a la que estábamos acostumbrados.
El crecimiento de este negocio, y sus suscriptores, fue exponencial: en el caso de Netlflix, el gigante pasó de cerrar el 2013 con 41.43 millones de suscriptores, a 230.75 millones en 2022. Es decir, en apenas 9 años, se quintuplicó la cantidad de usuarios de la plataforma. Pronto, comenzaron a surgir más y más opciones de plataformas de streaming, lo que también cambió la industria cinematográfica, señalando la urgencia de reinventarse, al comenzar a producirse contenido para estreno exclusivo en plataformas saltándose el antes considerado obligatorio lanzamiento en el cine, situación que por supuesto fue fomentada por la pandemia por COVID-19 y la necesidad del distanciamiento social.
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En México, a pesar de la crisis, datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones reflejan que el gasto mensual en plataformas de streaming incrementó un 77% durante 2022.
No obstante, parece ser que las ambiciones de los servicios de streaming superaron a sus capacidades para cumplirlas, porque muchas plataformas comenzaron a generar contenido en esquemas de prueba y error, especialmente de series, que costaban miles de millones de dólares, se publicaba la primera temporada, y después se decidía si continuar o no con el proyecto.
Algunas plataformas se vieron superadas por los costos de producir cuando sus modelos de negocio perdieron rentabilidad y la disruptiva industria se tambalea en lo que parece ser la caída de un segundo imperio, de menor duración que el de los videoclubes.
De pronto, nos encontramos con decenas de servicios de streaming distintos entre los que debemos elegir pagar suscripción, como si de canales de televisión se tratara, series y películas desaparecen del catálogo de las opciones constantemente, se debe pagar extra para tener acceso a los estrenos, se busca restringir el uso de las cuentas y los costos de suscripción se encarecen al grado que titanes como Netflix proponen esquemas con anuncios publicitarios para ofrecer opciones más económicas.
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El streaming, que prometía ser imparable, se encuentra ahora contra las cuerdas y debe tomar la decisión crucial de innovar o morir; hacer ajustes realmente innovadores en lo que ofrece a los usuarios y en sus modelos de negocios, o permitirse convertirse en la televisión 2.0 aun con todas sus fallas y limitaciones hasta que un nuevo proyecto disruptivo lo deje en bancarrota. Los tiempos actuales son acelerados, de reinvención y ajuste constante.
¿Podrán las plataformas de streaming romper los esquemas que ellos mismos crearon y adaptarse a las necesidades de entretenimiento actuales?
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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