En la era de la obsolescencia programada, pareciera que vivimos en un mundo desechable. Hemos normalizado que el tiempo promedio de vida útil de lo que nos rodea disminuya constantemente. Al mismo tiempo, nos acostumbramos a que arreglar los objetos que se descomponen es más complicado que comprar uno nuevo, incluyendo nuestros dispositivos electrónicos que son cada vez más numerosos.

Los celulares, por ejemplo, duran cada vez menos años y repararlos se vuelve más complejo y costoso que adquirir uno nuevo, motivándonos a obtener modelos más modernos que terminan contando con muy pocas diferencias. De igual manera, las computadoras personales son sencillamente reemplazables una vez que dejan de funcionar adecuadamente. Esto sería un mero problema para las finanzas de las personas si no fuera porque los dispositivos que dejamos de utilizar se convierten en desechos para los cuales no tenemos grandes alternativas sobre cómo reutilizarlos o procesarlos. En consecuencia, terminamos con un inmenso problema a nivel global:

¿qué hacer con la basura electrónica?

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La basura electrónica, que consiste en los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, se posiciona como uno de los desafíos más inmensos y apremiantes de la actualidad. El informe Global E-waste Monitor 2020 elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, reveló inquietantes datos, de los cuales sobresale que en 2019 se desechó la cifra récord de 53.6 millones de toneladas de electrónicos en el mundo. De esa cifra, menos del 20% fue reciclada.

China, Estados Unidos e India son las naciones con mayor producción de basura electrónica, acumulando entre las tres casi el 40% del total de 2019. Los tres países tienen en común que se consideran entre las capitales tecnológicas del mundo actual, si bien no han orientado mayores esfuerzos a gestionar apropiadamente estos desechos.

México no se queda tan atrás: somos el undécimo país que más basura electrónica genera en el mundo, y el segundo de Latinoamérica y el Caribe, con alrededor de 1.3 millones de toneladas de residuos electrónicos en 2021 

En promedio, cada mexicano desecha 9.23 kilogramos de electrónicos al año… sin que contemos con un plan e infraestructura concreta para la gestión de estos. Si es preocupante ahora, imagina en un par de años, que se estima que incrementen estas cantidades en alrededor de 20% hacia 2025, pues este tipo de desecho crece entre 16% y 28% cada cinco años. En nuestro país, el 66% de los residuos corresponde a pantallas y televisores, seguido por computadoras en diversas presentaciones que conforman el 24%. Contrario a lo que pensaríamos, los teléfonos celulares desechados suman apenas el 4%, aunque es casi seguro que incrementará conforme mayor porcentaje de la población lo utilice.

Es alarmante pensar que el crecimiento del problema rebase con creces la planeación de una solución, especialmente si consideramos que entre el 70% y el 90% de estos desechos podrían tener una segunda vida. El resultado ha sido la creación irresponsable y prácticamente incidental de vertederos urbanos: espacios de recopilación de desechos plásticos y electrónicos que usualmente acaban sobresaturados fungiendo como una zona peligrosa para la integridad y la salud de las personas. 

De continuar así, volveremos nuestro hermoso planeta un basurero inmenso lleno de materiales que no se degradarán en los próximos siglos, lo cual se agrava porque el ritmo de procesamiento de los desechos es ínfimo comparado con el ritmo al que desechamos materia inorgánica y potencialmente tóxica para los ecosistemas. Una alternativa que comienza a observarse en países más avanzados es la llamada mina urbana: reacondiciona los basureros electrónicos para que se puedan extraer con seguridad y prudencia minerales y materiales para ser aprovechados en recursos como el acero verde. No obstante, estos esfuerzos aun no son suficientes.

Se han generado increíbles proyectos artísticos para crear obras únicas a partir de estos desechos con el objetivo de generar conciencia sobre este tremendo problema que parece pasarnos desapercibido hasta que tenemos un dispositivo electrónico que se descompone y no encontramos alternativas para repararlo o para tirarlo. Hasta ahora, hay pocas opciones, entre las que prevalece llevar los dispositivos viejos o descompuestos a centros de acopio especializados, pero son esfuerzos aislados que no se dan abasto para solventar la magnitud del problema. 

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Es urgente generar estrategias e infraestructura para reducir y gestionar la basura electrónica con un enfoque integral que abarque desde la concientización hasta el adecuado desprendimiento de estos dispositivos. Seamos honestos, realmente nadie requiere un celular o una pantalla de televisión nuevo al año. Es momento de revaluar qué buscamos en nuestra tecnología para favorecer lo duradero sobre lo efímero, lo sustentable por encima de las modas. No podemos olvidar que salvar el futuro del planeta y de la humanidad está en manos de cada uno de nosotros… debemos generar cambios de mentalidad y en nuestros patrones de consumo que nos ayuden a transformar nuestra manera de vivir y, como consecuencia, nuestro bienestar y el de cada una de las especies que nos comparten su planeta.

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