Aunque en ocasiones pareciera que se trata de una discusión reciente que ha surgido al calor de las divergencias ideológicas entre quienes hoy en México son gobierno y quienes la voluntad popular los ha colocado del lado de la oposición, lo cierto es que para acordar que el PIB se convirtiera en la manera convencional de medir el progreso de un país o una región, desde un principio hubo que decidir entre contar con un indicador para medir el bienestar de la sociedad o uno que cuantificara solamente la actividad económica.
Las condiciones de la época (Segunda Guerra Mundial) y la subjetividad que podría implicar la medición del bienestar, condujo a la decantación a favor de medir, a través del PIB, la suma del valor agregado total en la economía o los ingresos totales, a pesar de que se reconociera que esto implicaba asumir una buena cantidad de supuestos o convenciones. Con el paso del tiempo, el indicador ha ido sumando críticas, que se resumen en aquellas que lo cuestionan por no incluir el bienestar social, la distribución del ingreso, los servicios o productos no remunerados y el trabajo doméstico no remunerado, entre otros; pero también por incluir los gastos en la defensa nacional, los gastos por enfermedades profesionales, los gastos provocados por la contaminación y los gastos hospitalarios por problemas ambientales, entre otros. El PIB no sirve tampoco como indicador de sustentabilidad y a través de él no se puede saber si las generaciones futuras estarán cuando menos tan bien como la presente.
Desde su creación, muchos indicadores se han construido con el propósito de sustituirlo, sin que hasta ahora hayan conseguido un cálculo y un uso generalizado. Hasta hoy y pese a todo, el PIB sigue siendo útil para que la macroeconomía cuente con una idea aproximada de la forma en la que evoluciona la actividad económica total. Pero lo que debería estar presente en los analistas y en quienes toman decisiones en los ámbitos público, privado y social, es que de ninguna manera el PIB es un instrumento para medir el bienestar económico y social, sino que en todo caso puede ser incorporado en otros indicadores o bien ser utilizado junto a otros para complementar un análisis que supere lo estrictamente económico, incorporando aspectos sociales, ambientales, de bienestar y de calidad de vida.
Como un indicador de bienestar alternativo al PIB, en 1950 Lew Daly creó el Índice de Progreso Real o Genuino (IPR o IPG). La principal ventaja de este índice es que no solo está en posibilidad de medir el bienestar sino también el progreso social, ya que incorpora factores que no son exclusivamente monetarios. El IPR incorpora variables relacionadas con el trabajo, incluido el no remunerado, como el voluntariado o el trabajo doméstico; pero además descuenta la pérdida de los recursos ambientales, las desigualdades de la renta y hasta la delincuencia. Así, consigue obtener valores más precisos en relación con la salud o el bienestar social, por lo que puede medir de mejor manera el impacto de lo económico en la sociedad. El IPR incluye 26 indicadores que agrupa en 3 áreas temáticas: indicadores económicos, indicadores ambientales e indicadores sociales. Toma en cuenta el subempleo, la desigualdad de ingresos y las inversiones netas. También mide la contaminación del aire, el agua y hasta el ruido, haciendo especial énfasis en los daños al ecosistema y al cambio climático. Para el cálculo del índice, se descuentan los costos por agotamiento de ozono, de bosques o de cultivos. En los indicadores sociales incorpora las tareas del hogar, el cuidado a familiares, el voluntariado, el valor de la educación y el uso de las infraestructuras. No son tomados en cuenta, o se desincorporan, la disminución del tiempo recreativo, los costes de los accidentes de tránsito y los asociados a los desplazamientos en el transporte público.
También entre los indicadores utilizados como alternativa al PIB, destaca el Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES o ISEW), que fue diseñado por Daly y Coob en 1989. El IBES integra de manera ponderada, variables económicas, distributivas, sociales y ambientales. Algunas de las variables que incorpora son el consumo ajustado, el coeficiente de Gini (que mide la inequidad en la distribución percentil de la renta nacional), los gastos compensatorios o defensivos en que incurre la población para compensar los costos ambientales impuestos, el nivel de salud, la educación y el acceso a otros bienes y servicios que denotan las funciones de bienestar social. A decir de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), al utilizar este índice se han encontrado diferencias entre los resultados que este muestra y los que tradicionalmente se han obtenido con el cálculo del PIB, a la hora de medir las tendencias del crecimiento económico.
Los índices mencionados, el IBES y el IPR, han sido utilizados fundamentalmente para analizar el comportamiento de la economía y la sociedad norteamericana, aunque también se han construido, sin alcanzar una cobertura mundial, en muchos otros países. De hecho, de condiciones similares, han alcanzado una aplicación más amplia y una mayor difusión, indicadores como el Índice de la Felicidad elaborado por la Red para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y el Índice para una Vida Mejor elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En el caso del Índice de la Felicidad, recientemente se conoció el Reporte Mundial de la Felicidad 2020, en lo que constituye ya su octava edición. El índice evalúa, para 153 países, los factores que más contribuyen a la felicidad promedio en cada país, considerando tres diferentes entornos que impactan el bienestar: social, urbano y medio ambiental. Este indicador mide la felicidad o el grado de satisfacción con la vida, a través de un índice compuesto por seis elementos: Producto Interno Bruto (PIB), expectativa de vida sana, relaciones sociales, libertad, generosidad y ausencia de corrupción. Para este año, 2020, Finlandia, Dinamarca, Suiza, Islandia, Noruega, encabezan la lista de los países en donde sus ciudadanos dicen ser más felices. El top 10 lo completan Holanda, Suecia, Nueva Zelanda, Austria y Luxemburgo. No sorprende que predominen los países nórdicos ya que como dice Nicole Fuentes, estos países se caracterizan por un círculo virtuoso en el que varios indicadores culturales e institucionales clave se alimentan entre sí: una democracia que funciona, servicios sociales generosos y efectivos, bajos niveles de criminalidad y corrupción, así como ciudadanos satisfechos que se consideran libres, tienen confianza entre ellos y en sus instituciones gubernamentales. México ocupa la posición 24, con una posición perdida con respecto a la medición del 2019. De América Latina, Costa Rica es el país mejor posicionado (puesto 15).
Por su parte, el Índice para una Vida Mejor, elaborado por la OCDE, visualiza y compara factores que contribuyen al bienestar de los países de la OCDE, considerando variables agrupadas en las categorías, condiciones de vivienda o alojamiento, ingresos, empleo, relación con la comunidad, educación, medio ambiente, compromiso cívico o democracia, salud, satisfacción de vida, seguridad y, equilibrio entre el trabajo y la vida. Considerando que últimamente se ha discutido mucho acerca de cómo medir el bienestar de las sociedades, la OCDE se pregunta, ¿es la riqueza lo único que importa o deberíamos considerar otros aspectos, como el equilibrio entre el trabajo y nuestra vida privada?
Los resultados del indicador revelan que, para alcanzar mejores posiciones en el grupo, a México aún le queda mucho por hacer, ya que en el ranking general ocupa la posición 39 de 40 países que han sido evaluados. Tan mala posición obedece a que, en la mayor parte de las categorías, con excepción de satisfacción de vida (lugar 20) y compromiso cívico (lugar 10), ocupa las últimas posiciones. El resto de los países de América Latina ocupan mejores posiciones, Chile se ubica en el puesto 34, Brasil en el 35 y Colombia en el 38.
Pero sin duda el indicador más utilizado para realizar un análisis comparativo de los niveles de bienestar económico entre países y regiones es el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Se trata de un índice del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicado desde 1990, que clasifica a los países en cuatro niveles de desarrollo humano, combinando mediciones de la esperanza de vida, la educación y el ingreso per cápita. Específicamente considera la esperanza de vida al nacer, los años esperados de escolarización para los niños y los años promedio de escolaridad para los adultos, y el Ingreso Nacional Bruto (INB) per cápita. En el Informe 2019, se incluye el IDH de 189 países y territorios y 15 regiones o grupos de países en función de los datos recopilados en 2018. Las primeras cinco posiciones las ocupan, Noruega, Suiza, Irlanda, Alemania y Hong Kong. En América Latina, con un IDH alto se encuentran Chile (42), Argentina (48) y Uruguay (57), mientras que un IDH medio se tiene a Panamá (67), Costa Rica (68), Cuba (73) y México (76). En México, destacan por tener un IDH alto, las entidades de CDMX, Baja California Sur, Nuevo León, Baja California, Sonora y Sinaloa. En las últimas posiciones del ranking nacional, con un IDH bajo, aparecen Chiapas, Guerrero y Oaxaca.
En el análisis regional o subnacional, los indicadores económicos suelen complementarse con los indicadores sociales o de bienestar para obtener conclusiones más completas. Por ejemplo, los llamados Cuadrantes de Desempeño Económico se construyen utilizando como indicador al PIB, pero cuando se combinan con el IDH permiten obtener los Cuadrantes de Desempeño Económico y Social. Para México, se trata de identificar cuatro grupos, separando por renglón a las entidades federativas cuya tasa de crecimiento medio anual en el periodo 2003-2018 ha sido más baja y más alta que la media nacional y, por columna, a las entidades que tienen, en el 2018, un PIB per cápita más bajo y más alto que la media nacional. Se configuran así cuatro cuadrantes, el cuadrante I que incluye las entidades federativas dinámicas y con alto PIB pc, el II que contiene las dinámicas y con bajo PIB pc, el III en donde están las no dinámicas y con bajo PIB pc y, el IV, que concentra las no dinámicas, pero con alto PIB pc. Es decir, el cuadrante I reúne a los estados con la mejor condición y el III a los que están en la peor condición. Se tienen hasta aquí los Cuadrantes de Desempeño Económico, pero si en cada cuadrante se separan las entidades según su desempeño social, tomando como base el IDH (alto o bajo, según su posición con respecto al promedio nacional), se obtienen los Cuadrantes de Desempeño Económico y Social.
Los Cuadrantes de Desempeño Económico y Social se pueden construir también a partir del Índice de Progreso Social (IPS). Se trata de un índice diseñado para satisfacer la necesidad de una medida integral de la calidad de vida de la población. Es independiente de los indicadores económicos como el PIB, pero no busca reemplazarlos sino complementarlos y su propósito principal es evaluar aquello que realmente importa en la vida de las personas: ¿Tengo un hogar que me brinde protección? ¿Tengo suficiente para comer? ¿Tengo acceso a educación? En todo caso, el IPS permite evaluar la eficacia con la que el éxito económico se traduce en progreso social. Para su construcción se consideran tres dimensiones, necesidades humanas básicas, fundamentos del bienestar y oportunidades, cada una dividida en cuatro componentes. En este indicador, México ocupa en el mundo la posición 55 de una lista en la que los primeros lugares son para Noruega, Dinamarca, Suiza, Finlandia y Suecia. En el ámbito nacional, Nuevo León, Querétaro y Aguascalientes ocupan los primeros lugares, mientras que, en el fondo de la tabla, aparecen Oaxaca, Guerrero y Chiapas.
Finalmente, de lo que aquí se trata es de mostrar que el cálculo de PIB, teniendo presente sus limitaciones, resulta muy útil para analizar la dinámica de crecimiento de los países y las regiones, y la evolución del desarrollo y el progreso social cuando se complementa con otros indicadores, como los que aquí se han señalado. Se busca también aprovechar estas herramientas para poner en evidencia que México tiene todavía mucho que mejorar en las condiciones de ingreso y bienestar de su población, para poder escalar posiciones tanto en América Latina, como en el ámbito mundial. Para el país, aprovechar para volver a señalar el compromiso histórico y moral que la sociedad mexicana tiene de rescatar a la región sureste del país del abandono y la marginación que por años ha soportado, situación que resulta más que evidente a partir de su permanente ubicación en el tercer cuadrante y de su condición de entidades económica y socialmente estancadas, en al menos los últimos 40 años.
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