Ya no sé que tan buena idea fue eliminar el horario de verano. Ahora desde muy temprano el sol abraza con todas sus fuerzas a la mañana, quitándonos la oportunidad disfrutar al menos los primeros minutos del día.
Amanece sin tregua. Por la ventana se cuela una luz resplandeciente acompañada de un calor veraniego anticipado que muy probablemente se prolongará hasta ya bien entrado el otoño.
El retraso de las lluvias destiñe el paisaje y lo hace ver triste. Los montes secos se pintan de amarillo, y la tierra agrietada por falta de humedad levanta un polvo que flota suspendido por el aire.
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Caminar sobre el asfalto en estas condiciones se vuelve un peregrinar tortuoso. Evitar exponerse a la radiación solar es un asunto de supervivencia. Por eso la gente recurre a todo tipo de estrategias de camuflaje, como si se tratara de la última de las batallas en el desierto.
¿Será que de ahora en adelante estamos condenados a vivir de esta manera la inclemencia del calor, refugiados en el enclaustró del clima artificial y saliendo sólo para atender lo indispensable?
El cambio climático ha ocasionado temperaturas extremas. Ciudades como Culiacan que por su geografía tienden a ser muy calurosas en los meses centrales del año, experimentan ya una sensación térmica que vuelve la vida pública insoportable.
La forma en que hemos construido el entorno urbano no ayuda para nada a mitigar la asfixia. El concreto desenrollado sin límite sobre avenidas atrapa la temperatura sin el alivio compensador de los árboles.
Nada nos impide dar un viro, un golpe de timón. Reimaginar los espacios pensando que su transformación será la mayor de nuestras aportaciones.
Todo empieza y todo termina en los barrios. Un radio de cuatro cuadras alrededor de nuestra hogar es el lugar de acción inmediata, la región política más próxima, y de mayor empoderamiento ciudadano.
Hace falta trazar las agendas vecinales. La protección de la vegetación debe comenzar a revolver nuestra consciencia, como sí un único árbol fuera el último de su especie.
Identificar cada zona libre y ocuparla. Reforestar las aceras para poderlas caminar. Que se enverdezcan todavía más los parques disponibles. Nunca es tarde para hacer un pequeño jardín, o una huerta en el lote baldío que hasta ahora ha sido utilizado como basurero.
Vigilemos que las nuevas tiendas comerciales no extiendan una plancha de concreto para colocar un estacionamiento. Las condiciones las ponemos nosotros. Es nuestro barrio.
Habrá que salir a platicar a la banqueta más seguido. Utilicemos la sombra más fresca de la calle para pasar la tarde y convivir con aquellos amigos con los que hace tiempo no charlamos. No harán falta invitaciones.
Y ahora que estás afuera, permite que los niños lo hagan también. Desempolva la bicicleta. Enséñale a andar en dos ruedas a tu hijo. Guarda las llaves del carro y vayan juntos a las tortillas. Sudar un poco hace bien.
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Andar por tu colonia te brindará una nueva perspectiva. Te darás cuenta que tan descuidada la tienes, y que posibilidades existen para que se mejore. En todo esto descansa la posibilidad de un futuro diferente.
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