Camila La Serrana | La Veva llegó caminando
Fueron alrededor de 20 operaciones hechas a mí niña en: piernas, muslos, rodillas y pies. Fue una hazaña de los médicos, sus enfermeras y asistentes del hospital, hicieron un milagro de la ciencia
En el año de La Pandemia, dice la gente que muchos han perdido sus trabajos; yo creo que sí, el Leo aquí se lleva sentado siempre escribiendo y leyendo, seguro es porque no tiene más negocio que hacer. Lo bueno es que ya se enseñó hacer comida, asea la casa y va por las tortillas sin renegar.
El tiempo siguió su curso. El pequeño Miguel, mi hermano, aquel recién nacido que recogió mi tía Lola cuando mi madre nos abandonó en este mundo; el plebe creció bajo su cobijo y dirección. Lo hizo a su manera, lo enseñó a ser violento. –¡No te de dejes de ningún cabrón! ¡Si te pegan, responde a chingadazos! -Así lo arengaba.
Él era un buen muchacho, de nobles sentimientos, además, era muy guapo; moreno de ojos verdes, pelo ensortijado y de un carácter muy alegre. Tenía amigos y amigas, gustaba de las fiestas. Influenciado por mi tía, ensayaba todo tipo de artes de defensa y ataque: boxeo, karate, lucha libre; estaba capacitado en todo tipo de deportes porque también jugaba béisbol y era bueno para nadar.
Hubo algunas veces que llegó a mi casa con notables señas de haber peleado, y en veces entrado en copas. Yo le aconsejaba como si fuera mi hijo, él tenía al morir 22 años, yo 34; esa diferencia me daba para esa posición de mando sobre él. Él me escuchaba, pero nomás. El martes de carnaval del año de 1961 en Mazatlán, fue asesinado brutalmente a traición, por un agente de la policía judicial. Fue un golpe muy duro para todos. La Laya que era secretaria de un funcionario de la presidencia municipal; ella y Leo, fueron llevados en una patrulla de policía para hacer las gestiones del traslado del cuerpo a Culiacán. A mí hijo lo entristeció mucho aquella tragedia; mi hermano le estaba enseñando todo lo que sabía de cómo defenderse y atacar. Se querían mucho, y mijo hablaba de él como el mejor de todos en todo.
En el velorio había mucha gente, yo fui acompañada por mi hermano Matilde. Mi tía Lola, sentada frente al féretro, con exageración gritaba: ¡Hay, pobre hijo mío! ¡No tenía a nadie en el mundo! ¡Yo era su única madre! ¡Yo, nomás era su madre; no tenía a nadie más!
Matilde me dijo. –Camila, esta pinche vieja nos está ignorando, seguro a de creer que vamos a reclamar lo que aiga dejado mi hermano. ¿Tienes interés en reclamar algo? –¡No!, ¿cómo crees? –Entonces, vámonos a la chingada. Ya no soporto escuchar a esta pinche vieja. Al día siguiente, Leo me contó que mucha gente, estimó miles, acompañaron a mi hermano al panteón. Señal de que era querido por mucha gente.
Con el tiempo supe que mi tía había cobrado una indemnización de parte de la Compañía de Luz y Fuerza de Sinaloa, lugar donde Miguel trabajaba como mecánico. También la Laya, apoyada por su jefe, consiguió que el Gobierno del Estado respaldara a mi tía con una cantidad, por haber sido un judicial del Estado el asesino.
Lo que vino a darme una descripción más completa de la forma de ser de mi tía Lola, fue cuando supe que contrató a su propio hermano Miguel, El matón, para que cobrara venganza. Con su daga, de un certero lance mató al judicial asesino. El caso ocurrió seis meses después del asesinato de mí hermano.
La Noy ya tenía 20 años, ella había logrado cursar la carrera de Secretaria; trabajaba y la carga del sostenimiento familiar empezó a ser menos pesada para mí. Isidro era chofer de un camión propiedad de Leonardo, eso también fue un aliciente, pero no más, pues el proveedor seguía teniendo compromisos con las otras familias y le pagaba poco. Leo, se vio forzado a huir. Él, también había logrado hacer la carrera de Contador privado; con su esfuerzo cubrió la colegiatura y sus libros. En Culiacán había al menos tres academias privadas en las que año tras año, se titulaban un promedio de 120 profesionistas de contabilidad, y algo más de esa cantidad de secretarias; la demanda era muy limitada en una ciudad de apenas 60 o tal vez 70 mil habitantes, (año de 1961).
Ya tenía un mes de haberse recibido el Leo; aquél día como lo hacía todos los días desde que se graduó, muy bien vestido y acicalado iba a buscar trabajo; al salir, en la puerta de la casa lo detuvo su padre.
-¿A dónde vas Fifí? –Apá, voy a buscar empleo. –Pues ya tienes mucho con ese cuento, mijito; si no encuentras acomodo esta semana, el próximo lunes regresas a la pala.
Leo ayudaba a cargar materiales: tierra, grava, arena, piedra cantera en la góndola que manejaba Isidro. El sábado de aquella semana, Leo huyó en compañía de Pedro, un joven que también se había graduado; la ventaja de su compañero, es que ya tenía un puesto seguro en una empresa de un lejano lugar en la Baja California Sur. En aquel lugar había una empresa dedicada a la pesca de sardina. Leo se aventuró sin tener la posibilidad de su amigo. En La Paz se separaron porque mi hijo ya no tenía dinero para seguir, pero además sin la esperanza de empleo, prefirió quedarse en el puerto para buscar allí donde trabajar. Pero se topó con la mala suerte; ya de noche caminando por el malecón fue detenido por policías municipales, el cargo: por desconocido. Lo sentenciaron a 30 días de cárcel, pero cómo aceptó salir a barrer calles, sólo estuvo detenido 15 días. Le dieron 18 pesos de compensación y se fue al Valle de Santo Domingo; allá anduvo trabajando en campos agrícolas piscando algodón, después de pavo en un barco de la empresa pesquera y finalmente de Operador de radio de la misma pesquera del Puerto llamado Matancitas.
De cuando en cuando, recibía algún giro de mi hijo errante, y también alguna carta, en una de ellas me escribió:
Doña Camila:
Amá.
Espero qué al recibir la presente, se encuentre bien en compañía de mi padre y mis hermanos. Le pido perdón por haber dejado la casa, pero es que no quise volver a la pala, como sentenció mi Apá. Yo busco mejorar, no ser cargador de una góndola. Luego regresaré. Le mando abrazos y besos.
Leo.
La virgen escuchó mis ruegos. Doña Refugio, esposa de un líder cañero del Ingenio de Navolato, que era clienta de la empresa donde trabajaba la Noy, al saber de la invalidez de la Veva, porque mi hija le contó de la situación, se ofreció a ayudar. Su esposo, don Roberto Flores, dio de alta a Leonardo como obrero del Ingenio La Primavera de Navolato, para darle derecho a la niña de ser atendida en el Hospital Cañeros en la Ciudad de México. La Veva tenía 14 años, cuando la llevé al hospital aquella primera vez acompañada de la Noy.
Durante dos años, estuve yendo y viniendo con la niña en autobuses, visitando el hospital, buscando su curación. La Noy sabía de cómo hablar con los directivos del hospital, los médicos y las enfermeras. Todos ellos se portaban muy gentes con nosotras, seguro influía que éramos de un lugar lejano. Nuestra forma de hablar les parecía divertida. Recuerdo la primera vez que llegamos ante el médico especialista de la enfermedad de la polio. -¿De manera que su niña tiene problemas para caminar? –Pues sí doctor, esta güila. Dije. El doctor no pudo aguantar la risa, y hasta llamó a su enfermera y le dijo: pon atención. –A ver señora. ¿Qué tiene su hijita? Yo acortada y con pena dije: está güila. La enfermera soltó la risa, pero ay luego me dijo. –Perdone usted señora, no se mortifique, lo que pasa es que aquí viene gente, como ustedes, de otros lugares y hablan de forma distinta a la nuestra. Pero le aconsejo que ya no diga esa palabra para referirse a la enfermedad de la niña.
La Noy, que no es muy dejada, investigó, y supo que güila, allá con los Chilangos, quiere decir puta. Aquí entre nos, la Noy y yo, estuvimos de acuerdo, en que ser Chilango, era peor que ser puta; eso nos compensó. Sin embargo al paso de los días, fuimos cambiando esa equivocada apreciación. Mucha gente recuerda que hubo un tiempo de muchos años, en que la gente, sobre todo nosotros, los del norte del país; despreciábamos a los Chilangos, eso era porque, algunas gentes decían que eran ladrones que abusaban de la gente que visitaba el Distrito Federal. Ahora ya es muy distinto. De mi parte, desde aquellos tiempos me di cuenta que eran personas buenas, como la mayoría de los mexicanos. Eso lo pudimos comprobar. Les cuento.
Una amiga de doña Cuquita la esposa del señor Flores, fue doña Lucha; era Chilanga hasta las cachas, nos dio asilo en su casa por recomendación especial de doña Cuquita. Doña Lucha se convirtió en nuestro Ángel de la guarda en la ciudad de México, aparte de darnos asilo en su casa, nos daba de comer en su fonda que tenía enseguida; nos cobraba con mucha consideración, y nos orientó mucho en cuanto a la asistencia en el hospital. Algunas veces, hacía falta que estuviera un familiar para responder por mi hija; ella iba como tía de mi Veva, cubría ese papel como si lo fuera, o creo que más allá, porque ella sabía cómo tratar con la gente del hospital.
Fueron alrededor de 20 operaciones hechas a mí niña en: piernas, muslos, rodillas y pies. Fue una hazaña de los médicos, sus enfermeras y asistentes del hospital, hicieron un milagro de la ciencia, Dios, la virgencita de Guadalupe y los Santos a los que le rezaba; lograron hacer que las piernas tomaran fuerza, y que los pies, que tenían forma de teléfono, quedaran normales. En cada una de aquellas operaciones, mi Veva debía quedar internada en el hospital hasta dos meses y la señora Lucha se hacía cargo de estar pendiente como familia; que Dios y la Virgen María la bendigan por eso.
Fueron muchos los viajes en autobús, cargar con ella en una ciudad que no conocíamos, era una tortura y un temor de sufrir algún percance; fueron momentos de angustia casi permanentes. El apoyo de la familia Flores, y de la señora Lucha, fueron una bendición y milagro de Dios; sin ellos no hubiéramos podido conseguir lo conseguido. Por fin, cuando la Veva estaba a punto de cumplir 16, llegó caminando acompañada del Leo, él la llevó a su última visita al Hospital Cañero. Me contaron que la visita fue breve, nomás una revisión y en menos de una hora los dejaron libres, llevaban recursos para estar tres días; los aprovecharon para conocer el Castillo de Chapultepec, La Alameda central, Bellas Artes, el Centro Histórico, El museo de cera, La plaza Garibaldi, lugar donde escucharon a los mariachis y también se pasearon en camiones y trolebuses por toda la ciudad. Llegaron muy contentos.
Ella se miraba hermosa con su vestido floreado de fondo blanco, y sus zapatos de charol. Hice una tamalada con champurrado para festejar con la familia y vecinos. La vida nos cambió. Aquel acontecimiento vino a mejorar nuestra situación. La Veva aunque se apoyaba con un bastón, pudo ir a la secundaria; tenía muchas amigas y se divertía como todas. Tuvo pretendientes porque ella tiene un carácter alegre, es muy servicial y muy hermosa; lo que disminuyó en su cuerpo la enfermedad, no se notó nunca, eso es por su carácter alegre y determinado. Una vez conseguido el milagro de que caminara, todos logramos una vida más agradable y feliz para ella. Aunque también debo decir que ella, aún con su problema, nunca fue infeliz, siempre ha sido alegre, de buen humor; su invalidez la vivió como algo normal. Lo afirmo porque, por desgracia, no fue así con algunos otros casos de niños que conocí en nuestro barrio, salvo el Beto, aquel que la salvó de morir ahogada, otros dos varones y una jovencita, que también sufrieron el mal, por desgracia, siempre los miré tristes y amargados. Yo creo que era porque siempre estaban solos, abandonados por sus familias. La Veva no, ella siempre estuvo rodeada de mis hijos que la trataban como igual, y lo mismo pasaba con sus amigas y amigos. La ayudaban, la socorrían en todo; no con lástima, sino como algo normal. Así, fue forjando su destino. Un destino que la llevó a los Estados Unidos…
Lee el capítulo anterior aquí: “La Chencha” fue la que te salvó


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