Reflexiones

Alejandra Maytorena Güémez

Clonación: una esperanza para la recuperación de ecosistemas

Con ayuda de la biotecnología y la genómica, podemos aspirar a recuperar especies en peligro de extinción, permitiendo incluso que reaparezcan especies extintas que contaban con funciones indispensables para el medio ambiente.

Nuestro planeta ha existido por miles de millones de años. Tantos, que nos es muy difícil dimensionar su magnitud. Por ello, algunos científicos han construido una equivalencia más sencilla de digerir: si la Tierra hubiera existido tan solo 24 horas, los humanos aparecimos en los últimos segundos. A pesar de que ha sido relativamente poco tiempo, nuestra huella sobre el planeta ha sido innegable y no precisamente positiva.

En nuestro afán de buscar el progreso a toda costa hemos reducido drásticamente las áreas verdes: tan solo en 2017, el mundo perdió 15,8 millones de hectáreas de bosque tropical, hecho que no solamente afecta la calidad de vida humana y merma el manejo natural de gases dañinos como dióxido de carbono. Esta situación, aunado al uso desmedido de químicos en la agricultura y la ganadería, ha tenido un impacto significativo sobre la contaminación ambiental y nuestra forma de vivir, hecho del que los humanos no somos los únicos afectados.

El cambio climático y la desaparición de especies van estrechamente ligados. En 2007, la ONU emitió una desgarradora alerta: se estimó que, al día, desaparecían 150 especies, lo que se podía considerar la mayor ola de pérdida de la biodiversidad desde la extinción de los dinosaurios. Para muchos expertos, nos encontramos al borde de la Sexta Gran Extinción.  Es cierto, los seres vivos se extinguen en condiciones naturales, pero el proceso se ha acelerado alarmantemente desde la Revolución Industrial.  El calentamiento global no parece frenarse y el clima en diversas partes del mundo comienza a actuar de manera inusitada y extrema, como las heladas por las que pasan algunas entidades al sur de Estados Unidos.

Los humanos representamos apenas el 0.01% de la vida del planeta y, de acuerdo con científicos de la Universidad de Nueva Jersey y del Instituto de las Ciencias Weizmann en Israel, ya hemos acabado con el 83% de los mamíferos, el 50% de las plantas y el 15% de los peces del planeta.

Hemos domesticado a las especies naturales; ahora ¡solo el 4% de los mamíferos son salvajes, mientras que 60% son cabezas de ganado y 36% humanos! De la misma manera, solo el 30% de las aves que habitan la Tierra son salvajes. Somos el 0.01%, pero nuestras acciones y decisiones impactan al 99.99% restante.

Dada esta información, no es de extrañar que se ha afirmado hasta el cansancio que los seres humanos somos la peor plaga para el planeta. Durante siglos, nos dedicamos a expandirnos, conquistar y reemplazar los verdes campos por banquetas de concreto y gigantes rascacielos. Es hasta recientemente que comenzamos a recordar poco a poco el respeto que solíamos tener hacia la naturaleza y todos sus componentes e intentamos reintegrar controladamente lo natural en nuestra vida con soluciones como la ecotecnología, de la cual escribí recientemente.

Expertos de todo el mundo han enfocado sus esfuerzos a combatir y, de ser posible, revertir, el daño que hemos hecho a nuestro planeta para evitar que nuestro futuro se vuelva un escenario distópico. Para ello, se sugiere la adaptación de estilos de vida y el reemplazo de tecnologías por otras menos dañinas al mismo tiempo que la ciencia y la innovación buscan soluciones tangibles a la realidad que hemos creado.

Una de estas soluciones, y quizá de las más controversiales – es la clonación que consiste en “empaquetar” el ADN de una criatura para crear otra idéntica o muy similar. Hace algunas décadas, era una realidad inalcanzable digna de una película de ciencia ficción. No obstante, en 1996 se logró clonar por primera vez a un mamífero, la oveja Dolly. Este hecho emocionó y preocupó al mundo. Por un lado, la clonación podría ayudar a prevenir y tratar enfermedades desde su origen y preservar especies mientras que, por el otro, merece el debate ético sobre las causas y efectos de la clonación o la manipulación del ADN de un ser vivo.

Hace unos días, anunciaron que fue exitosa la clonación de un hurón salvaje nativo de América del Norte que se encuentra en peligro de extinción, el cual fue replicado exitosamente a partir de los genes de un animal que murió hace más de 30 años. Este hecho ha reavivado el debate y el interés en torno a la clonación: con todo el avance tecnológico que hemos logrado como especie, aunado a los descubrimientos sobre genética, pareciera que ya no hay imposibles.

Con ayuda de la biotecnología y la genómica, podemos aspirar a recuperar especies en peligro de extinción, permitiendo incluso que reaparezcan especies extintas que contaban con funciones indispensables para el medio ambiente.

La tecnología puede ser nuestro mayor aliado para contrarrestar el daño que hemos causado, pero debe estar siempre de la mano de la ética y el análisis de impacto que puede tener traer de vuelta a la vida a una especie desaparecida.

Para países megadiversos, como es el caso del nuestro, puede ser un enorme empuje para reactivar los ecosistemas y recuperar su equilibrio. Nuestro país ocupa el segundo lugar con mayor número de especies en peligro de extinción, además de registro oficial de la extinción de 49 especies animales como el oso gris mexicano, la foca monje del Caribe y el pájaro carpintero imperial. ¡Imagina lo que podríamos lograr en materia de recuperación ambiental y de especies con la correcta aplicación de estos avances!

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.

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