Me acerco y la vecina encargada del grupo del chat, ese que te recuerdan fechas de pago y eventos de la delegación —cosa sin sentido porque igual los recibos llegan al departamento y los eventos a nadie le importan— grupo por demás inútil pues cuando alguien reclamó que las cacas de perro siguen en el pasillo, que por favor el responsable no permita tales cochinadas, se hizo mutis y terminaron tachando de insensible a quien reclamó; “ellos también tienen necesidades, qué le pasa”… Volviendo a lo del tumulto, resulta que el vecino —ese nómada digital que tenía poco de rentar— había mandado un mensaje al grupo pidiendo ayuda pues temía suicidarse, pero que siempre no, que parece que se arrepintió. En lo que llegaron los bomberos, abrieron la puerta a golpes y allí estaba tirado, atorando la puerta, con el papel suicida en mano: “los likes no alcanzaron la meta y me han despedido. Estoy harto. Lo único que quiero es desaparecer”. La del 13 se apersonó, movió la cabeza y dijo: “mira, pobre. Tan sonriente y amable. Llegué a pensar que no trabajaba y que hasta era feliz”. En la entrada del edificio aparece un uber-eat, pregunta por el del 15 para la entrega. Se regresa cabizbajo, las cuentas no le saldrán y él que venía matándose en la moto para cumplir la meta; tampoco se ganará el bono de la semana y empieza a sospechar que él, claramente, no es el Chía de la historia. Una tal Titika dijo que nadie le había dado un golpe tan duro y sonriente al eurocentrismo como lo ha hecho Shakira, como si eso a él le importara.

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