SUCHIATE, CHIAPAS, 21OCTUBRE2018.- Comenzó la Caravana Migrante su recorrido a la ciudad de Tapachula. Partieron desde las cinco de la mañana para recorrer la carretera Panamericana en su viaje hacia la frontera con Estados Unidos. FOTO: ISAAC ESQUIVEL /CUARTOSCURO.COM

En 2020, la ONU nos advirtió de una escalada sin precedentes en la crisis humanitaria que viven distintas regiones de nuestro planeta: alcanzamos la cifra más elevada de personas desplazadas de sus hogares de los últimos diez años, con casi 55 millones de desplazados internos que equivalen a más de una persona por segundo que se ve forzada a dejar todo lo que tiene y lo que conoce por situaciones de violencia, persecución o carencia extrema

Estas cifras son solo la punta del iceberg de una situación que afecta sobre todo a mujeres y niños, separando familias y arrebatando patrimonios. En zonas particulares del mundo, la violencia, el desempleo y la pobreza llegan a tal grado, que las personas no ven otra opción aparte de huir, apostando lo mucho o poco que tienen por la oportunidad de un nuevo comienzo en un mundo mejor. En otros casos, los desastres naturales que han empeorado por el calentamiento global hacen que pueblos enteros pierdan todo, quedando en circunstancias desesperadas que los llevan a buscar una salida lejos de lo que alguna vez fue su hogar.

Uno pensaría que la pandemia, al limitar la movilidad, cerrar las fronteras y promover el aislamiento social, reduciría la situación… pero ha pasado todo lo contrario. El COVID-19 llegó a potenciar las crisis existentes: aumentando las hambrunas y el desempleo en prácticamente todos los rincones del planeta. Además, la inequidad en la aplicación de vacunas y la falta de eficiencia de los planes de algunos gobiernos para combatir el virus motivaron a aún más personas a buscar recuperar su seguridad y evitar problemas de su salud, consiguiendo sin desearlo el efecto contrario de contribuir a esparcir el virus al contagiarse en su cruzada.

Esto ha detonado lo que algunos países, coincidentemente los que suelen ser destino fijo para estas personas, han bautizado como la crisis migratoria. Es cierto, en su mayoría, los migrantes suelen encontrarse desesperados y llegan a sus destinos con carencias después de travesías titánicas. No obstante, eso no minimiza todo lo que tienen por ofrecer a sus destinos, si fueran aceptados en ellos: riqueza intelectual, cultural y mano de obra. Algunos parecen no ver esta realidad y los procesan como una problemática a resolver, cuando el origen de la situación se encuentra lejos de las fronteras en un problema con dos caras.

Por un lado, la falta de paz y bienestar básicos en el mundo que obligan a la gente a desplazarse. Por el otro lado, el terrible estigma que hace parecer que el migrante es el problema y no el síntoma que puede aprovecharse para fortalecer a las naciones.

Viendo lo que pasa en Estados Unidos, por ejemplo, la reducción en la emisión de Visas alcanzó un 54% en 2020 respecto al año anterior. El resultado de esto fue una escasez prácticamente en mano de obra que ni siquiera el aumento de sueldos para las vacantes ha podido remediar.

Muchos países optan por simplemente impedir el paso a los migrantes, engrandeciendo el problema al impedirles llegar a su destino y forzarlos a quedarse en lugares intermedios que en realidad no cuentan con la capacidad de ofrecerles la calidad de vida y las soluciones que tanto añoran, sin importar que estuvieran dispuestos a dar la vida por su sueño. Este es el caso de México, país que obligadamente cruzan en caravanas o en grupos pequeños para llegar a Estados Unidos y que, lamentablemente, cuenta con la mayoría de los problemas de los que intentan escapar: violencia, carencias, desempleo y desastres naturales.

La crisis entonces se vuelve un problema para los derechos humanos tanto de los migrantes como los locales que suele reflejarse en los indicadores de pobreza y delincuencia en poco tiempo cuando los migrantes ven su sueño truncado y, sin forma de avanzar o retroceder, quedan varados en estados o países con una realidad muy similar a la que buscan dejar atrás. Algunos logran salir adelante, consiguen apoyo comunitario o un empleo, pero otros caen en redes de trata de personas al ser considerados una población especialmente vulnerable al no contar con raíces, redes de apoyo o algo de qué sostenerse.

Debido a este tipo de situaciones, los destinos intermedios de los migrantes buscan apoyar con albergues. En marzo de 2020, se estimaba que en las ciudades fronterizas del norte del país operaban 90 instituciones de este tipo que alojan a cientos de solicitantes de asilo en Estados Unidos y de refugio en México, además de deportados y mexicanos desplazados. No obstante, estos se encuentran constantemente saturados y al tope de sus capacidades, lo que se presta para situaciones de abuso y de violencia. Esto es porque los albergues son medidas paliativas, un mero eslabón en la cadena necesaria para solucionar esta crisis que comienza por comprender que el origen del problema no es el migrante: ellos son personas cuyas circunstancias los obligaron a dejarlo todo y tuvieron el valor de intentarlo, el problema es estructural y mucho más profundo, pues comienza en el tejido mismo de la sociedad que debemos sanar y restaurar para que el desplazarnos de un lugar a otro sea una elección que se toma con alegría y no una peligrosa necesidad sin garantía alguna.

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