México es un país enormemente diverso. Lo decimos con orgullo, celebrando los matices de nuestra riqueza natural, de nuestra cultura, de nuestra gastronomía y, claro, de nuestra gente. Sin embargo, mantenemos una doble moral ante la diversidad, pues si bien la celebramos en discurso, los hechos y la estadística refieren que aun somos una nación permeada por el racismo, la desigualdad y la discriminación, aunque parece que pasa inadvertido la mayor parte del tiempo.
Prueba fehaciente es lo sucedido tras las acusaciones a un restaurante de Ciudad de México, que supuestamente cuenta con zonas específicas para los comensales de acuerdo con su apariencia física y, particularmente, su color de piel. Independientemente de si esto corresponde a la realidad o no, es preocupante cuando consideramos que ese tipo de comportamientos es creíble en la sociedad mexicana. Por supuesto, no faltó el humor a la mexicana para aderezar los acontecimientos con memes y chistes, pero una vez más nos remonta a enfrentar un mundo en el que características físicas definen el trato que recibimos de nuestro entorno.
Un gran problema de la discriminación en México es que seguimos en negación respecto a ella. Difícilmente un mexicano aceptará que tiene tendencia a juzgar a otros por su aspecto. No obstante, los datos cuentan otra historia. La más reciente Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS), realizada por el INEGI en 2017, reportó que uno de cada cinco mexicanos mayores de 18 años había sido discriminados por diversos motivos en el año previo al levantamiento de la encuesta, siendo la forma de vestir o el arreglo personal la razón predominante de la percepción de discriminación con un 30%, seguida por la complexión física y las creencias religiosas. Actualmente, se realiza el levantamiento de una nueva edición de esta encuesta, por lo que próximamente sabremos si esta situación ha mejorado o empeorado con todos los cambios que hemos enfrentado como sociedad en los últimos años.
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Tal vez la percepción de discriminación pueda considerarse subjetiva. No es el único indicador relevante para evidenciar esta situación, especialmente cuando hablamos de un tipo de discriminación que va más allá de la percepción para convertirse en una exclusión prácticamente permanente: la que viven las comunidades nativas en nuestro país. Decimos estar orgullosos de los pueblos indígenas de nuestro país, de su herencia y de las zonas arqueológicas que destacan incluso como Patrimonio de la Humanidad. Honramos los tiempos de antaño, mientras relegamos sistemáticamente a la población indígena que constituye a poco más del 6% de la población mexicana. Este sector de la población suele habitar al sur del país en comunidades rurales caracterizadas por pobreza extrema y carencias. Para este grupo social, la falta de empleo y recursos económicos se suma con la discriminación por su apariencia o por la lengua ancestral en la que se expresan, formando problemáticas constantes y difíciles de superar.
En la ENADIS 2017, casi la mitad de la población indígena de 12 años o más consideró que sus derechos son poco o nada respetados, situación que impide que tengan un acceso suficiente a atención médica, servicios gubernamentales e, incluso, trabajos formales. En consecuencia, estos grupos viven en situaciones de pobreza mucho más graves que las personas no indígenas, generando una espiral de desventajas de la que se vuelve difícil salir por la baja movilidad social en nuestro país. De acuerdo con datos del INEGI, esta población es especialmente vulnerable en temas de carencias por acceso a servicios básicos de la vivienda, de seguridad social y educación, observando una amplia brecha que no parece disminuir.
De esta manera, en 2020 se registró que para personas consideradas indígenas, el rezago educativo afecta al 35%; mientras que al resto de la población en 17%. En el mismo sentido, carencias por acceso a servicios básicos de vivienda afecta a casi el 60% de estos grupos vulnerables, en comparación con el 13.9% nacional. Sin duda alguna, los indicadores empeoran cuando se trata de estas comunidades. Imagina, si para un mexicano promedio la situación es bastante complicada, para este grupo que se ha convertido en una minoría vulnerable en todo el país, una vida digna puede considerarse imposible.
La población indígena es el grupo social para el cual es más difícil sobrevivir en el México actual, lo cual es una terrible ironía si consideramos que ellos son los pobladores originales del territorio; los descendientes de algunos de los rostros que vemos en efigies y billetes. ¿De qué nos sirve festejar tanto su legado si los olvidamos y discriminamos en vida? Por supuesto, resolver esta problemática corresponde en parte a los distintos niveles de gobierno que pueden desarrollar programas sociales y políticas públicas que trasciendan del clientelismo para realmente apoyar a estos grupos asolados por la carencia. Sin embargo, como suele ser el caso para la mayoría de los problemas sociales, los individuos también podemos contribuir de muchas maneras.
Un primer paso, digno de valientes, es observar a consciencia si tenemos actitudes o respuestas inconscientes de racismo, así como reflexionar sobre los chistes o el lenguaje que utilizamos de manera cotidiana. Además, optar por consumir local y recordar el valor merecido de lo artesanal puede generar maravillas entre estas comunidades que en gran medida se dedican a comercializar increíbles productos artísticos. Por otro lado, si te apasiona el ecoturismo, hacer recorridos por áreas del país habitadas por poblaciones indígenas es una gran oportunidad para apoyarlos, conocer más de sus fascinantes culturas y consumir productos y servicios únicos de gran calidad.
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Como dijo Marian W. Edelman: las “nuevas generaciones crecerán con el veneno que los adultos no tienen el valor de eliminar” ¿qué tal si rompemos con la cadena de racismo, discriminación y exclusión que ha prevalecido en nuestro país?

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