Las grandes urbes alrededor de todo el mundo se encuentran en un momento crítico de su desarrollo; ya que las mejores oportunidades laborales y culturales suelen encontrarse dentro de ellas, al igual que los mayores retos que conlleva el exceso de población en un espacio limitado. Desde el comienzo de la industrialización y en un intento de aumentar la oferta de vivienda y servicios alrededor de las ciudades más importantes, hemos dejado de lado la naturaleza para remplazarla por junglas de concreto en donde cada centímetro busca ser aprovechado para el desarrollo urbano.

Hoy en día, vemos el resultado de nuestra negligencia hacia la fauna y la flora original de los espacios que alguna vez rebosaron de vida y ahora se encuentran grises y apagados. La falta de árboles impide que se regule el clima, haciéndonos experimentar exceso de temperaturas al reflejarse los rayos del sol en el pavimento. Contar con áreas verdes en las ciudades nos permitiría también amortiguar los niveles de ruido y conservar la humedad en el ambiente. De igual manera, la concentración de dióxido de carbono afecta nuestra salud al no contar con la vegetación suficiente para purificar el aire de los gases nocivos. Hemos atacado a la naturaleza por años y el costo se refleja directamente en nuestro bienestar.

De acuerdo con estudios efectuados en Europa, vivir en una gran ciudad puede llegar a disminuir la esperanza de vida hasta cinco años por las consecuencias en el nivel de salud de sus habitantes, especialmente de aquellos que se encuentran en los estratos económicos inferiores. La disponibilidad de servicios adecuados y el estrés de la vida urbana afectan nuestro bienestar, pero uno de los problemas de mayor impacto se refiere a la contaminación en el aire, algo que cobra vidas segundo a segundo.

Según información proporcionada por la Organización Mundial de la Salud, más de 4.6 millones de personas mueren al año por enfermedades asociadas directamente a la mala calidad del aire; ya sea por asma, bronquitis, enfisema, enfermedades cardíacas y respiratorias o alergias. Esto también lo estamos experimentando también por la pandemia del COVID-19, donde los niveles de contaminación son un agravante para las muertes por este virus.

En un estudio de la Procuraduría Ambiental y de Ordenamiento Territorial de la CDMX de 2010, se estimaba que, en esta ciudad, solo el 18.5% de su superficie contaba con áreas verdes, un hecho alarmante si consideramos sus características poblacionales y ambientales específicas. La contaminación, agravada por la carencia de naturaleza, aumenta a un ritmo alarmante al tiempo que reportes del INEGI establecen que esta misma entidad encabeza la lista de tasa de defunciones registradas por enfermedades del corazón y respiratorios, lo que sugiere una posible relación entre la contaminación, la reducción de las áreas verdes y la esperanza de vida de los capitalinos.

Si bien la Ciudad de México encabeza esta situación, ya no es una realidad ajena a las grandes ciudades de nuestro país; una realidad que amenaza a todos los centros urbanos en crecimiento. Podemos culpar a la falta de educación pertinente, a nuestra carencia de consciencia respecto a la problemática o, como ha sido muy popular últimamente, a la tecnología. No obstante, concebir lo tecnológico como parte del problema es un grave error, pues perdemos de vista todas las posibilidades positivas que conllevan. No debemos olvidar que la tecnología es una herramienta y, como tal, puede tener el impacto que nosotros elijamos que, en este caso, debería ser contribuir a una integración con la naturaleza para aumentar la calidad de vida y el bienestar de los mexicanos. Afortunadamente, para eso existe la innovación ecotecnológica, la cual busca desarrollar tecnología concreta con el fin de mejorar la calidad ambiental.

Algunos de los ejemplos más comunes de este tipo de innovaciones en materia de ecotecnología, lo podemos identificar en las maravillas arquitectónicas como edificios de departamentos cuyos balcones albergan un bosque en Milán, el edificio en Ámsterdam conocido como The Edge, desarrollado bajo un esquema ahorrativo y sustentable en energía, espacio laboral y costos; y las enormes construcciones con paneles solares y dispositivos de captación de lluvia y energía eólica que se están volviendo populares en naciones más desarrolladas.

La naturaleza tiene mucho qué enseñarnos sobre los sistemas autosustentables y balanceados, es momento de reaprender sobre esto.

Es aprovechando estas tendencias que nos encontraremos en un proceso de despertar, de redefinir el progreso como una incorporación de lo natural en el desarrollo y no la negación de uno en favor del otro. Aún estamos a tiempo de hacer un ajuste de rumbo para rescatar lo mejor de dos mundos; la comodidad y desarrollo de las ciudades en conjunto con el cobijo y la protección de lo natural en una creación de equilibrio, bienestar que nos permita disfrutar las bondades de nuestro planeta por muchos años más.

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