En el paisaje citadino el bullicioso Culiacán, llama la atención el deambular de algunos personajes sucios, harapientos, con expresiones de demencia en sus rostros y movimientos corporales.
Cierto día, empujado por la curiosidad, me emparejé al paso de uno de aquéllos; se le conoce como El Loco Amancio. Camina con tranco largo, como cuando alguien pretende medir con pasos; viste al estilo campirano, con barba y pelo largo que escapa al viento desde debajo de un sombrero de palma, y lleva al hombro un morral de ixtle repleto de periódicos viejos.
Amancio ni se inmutó al verme, es más, creo que ni tan siquiera me tomó en cuenta; pero lejos de incomodarme su actitud, me dio confianza para actuar de inmediato.
-Oye Amancio. Por qué caminas siempre por las mismas calles?
Volteó a verme una, dos veces, y, a la tercera, sin hacer la más leve gesticulación, me contestó:
–Mira viejo, yo camino por donde quiero y como quiero, pero también quiero que sepas que me gusta caminar por el puente Almada, de allí se mira un bonito paisaje, pues ahí mero se juntan el Humaya y el Tamazula, que como novios que se aman, bajan desde la sierra; uno de Chihuahua y el otro de Durango. De ese amor, nace otro río, El Culiacán, y así juntitos viajan acariciándose hasta el Océano.
Intenté hacer otra pregunta, pero Amancio, sin voltear a verme continuó con su perorata:
Esta visión, mi viejo, -dijo señalando hacia la bifurcación que forma la isla de Orabá, con sus montañas azules, que allá, más al fondo se miran lejanas-, me trae recuerdos de cuando yo era hacendado allá pa´rriba. Me recuerdo que todo mundo me pedía consejo; consejos de todo tipo. Yo era bueno pa´todo. Tenía dinero, ganado, minas y…mujeres…¡Mucha mujeres! Era famoso por mujeriego. Una vez, bajó de La Piedra Bola el Sabás Urquídez Quintero, era un compa muy tímido, que fue a pedirme consejo pa´que le dijera como echarle los perros a la Cleofas Jacques Topete; hija de don Filemón Jacques y doña Herminia Topete. Y me dijo el Sabás:
-Amancio Pérez Picos, vengo a pedirte un favor, quiero que me digas cómo le hago pa´que la Cleofas me haga caso. Yo sé que tú eres gallazo pa´ eso de las viejas, y es por eso que estoy aquí, pa´que me des consejo.
-Tá bien, Sabás Urquídez Quintero, –le dije-, te voy a decir cómo le hagas, pero tienes que hacerlo mismamente como yo te diga. ¿Estás de acuerdo?
– Amancio Pérez Picos, respondió. ¡Por esta te lo juro!; ¿no ves que la Cleofas me traí restrojando el surco?
– Bueno, bueno, Sabás Urquídez Quintero, yo sé que tú tienes un caballo retinto de muy buena estampa. Mira bien. Con ese caballo vas apantallar a la Cleofas cuando venga a la iglesia del pueblo; para eso, tienes que pintar tú caballo de color verde metálico, relumbroso pues; también le pintarás las patas de color naranja y los ojos de azul añil. Después le vas a poner la mejor montura, esa que tienes plateada, pitiada con cabeza en bronce en forma de águila; y tú te vestirás de texano, con botas vaqueras de piel de víbora de cascabel, que no se te olviden las espuelas pa´ que hagas ruido en el empedrado y apantalles al gentío, sobre todo a los Buchones de La Tuna. Cuando ya tengas todo listo, un domingo te alevantas temprano, montas tu caballo verde y te vas a la plaza, la que está frente a la iglesia.
Amancio hizo una pausa, por un instante pareció detenerse, pero no, sólo miraba a la distancia, como evocando. Luego siguió:
–Cuando la Cleofas Jacques Topete salga de la iglesia, se te quedará viendo con la boca abierta, y tú de inmediato le dices:
-¡Bueno días, Cleofas! Ella toda lela te a contestar: ¡Buenos días Sabás, qué bonito caballo verde traís!; y al momento aprovechas para hacerle el invite:
-Cleofas, vamos, te invito a pasear en mi caballo. Y ella seguro te a contestar:
¡Ya vas Sabás!, y ¡zas!, la subes en ancas y te la llevas pa´la alameda. Una vez que estén allá, la apeas del caballo con delicadeza y te la llevas por la orilla del río; se van agarraditos de la mano, seguidos por tu caballo verde que, dócil y obediente, no relinchará para no perturbar la plática. Y le dices:
-Mira Cleofas, desde que te vi, sentí que mi corazón ya era tuyo. Dende que te vi, ya no he podido dejar de pensar en ti… Y así, con frases melosas, te la llevas, te la vas llevando hasta donde encuentres una playita del río, con zacatito verde y fresco, allí, la sientas con suavidad, y tú también te sientas a un lado de ella. Después con discreción, le echas un brazo por el hombro y con la otra mano suavemente la acuestas. Y le sigues diciendo:
-Cleofas, Cleofas de mi vida, yo te quiero, soy hombre y te voy a cumplir. En ese momento, le empiezas a subir la falda y le sigues diciendo:
-Cleofas, mira, yo me voy a casar contigo, todo lo que tengo ya es tuyo, porque tuyo es mi corazón: ¡Cleofas, Cleofas…Cleo…Cleo…Aaaagh… Y así, compa Sabás Urquídez Quintero, la polla será tuya.
-¡Hombre, Amancio Pérez Picos! ¡Con razón eres tan conquistador! ¡Tienes rete harto perico pa´las viejas! Haré lo que me dices, y dende hoy te viviré muy agradecido.
-N´hombre, qué agradeces Sabás, anda, has lo que te digo- le dije…
Amancio dio un profundo suspiro, de nuevo lo invadió la nostalgia, iba a preguntarle algo, pero otra vez se soltó con su tracatraca:
–¡Pues que te digo viejo!, el Sabás se alevantó temprano aquel domingo, montó su caballo, que la noche anterior había pintado de verde metálico. Espoleó a su caballo verde y se fue a la plaza, y luego luego empezó a alebrestar el cotarro entre la plebada, la envidia en uno que otro, y en otros más la risión. A las siete en punto salió la Cleofas de la iglesia, y el Sabás se fue al ataque:
-Buenos días Cleofas, -dijo el Sabás con melodiosa voz.
-La Cleofas al verlo, sorprendida lo miró y le dijo: ¡Buenos días Sabás! ¡qué bonito caballo verde traís!
Y el Sabás le contestó: -¿Cogemos, Cleofas? ¿Cogemos?
¡Qué estás diciendo mondrigo degraciado! ¡Ora verás! -, le contestó la Clofas bien encabronada…
¡El muy pendejo del Sabás, echo a perder mi estrategia! La Cleofas junto piedras, la plebada la secundó, y junto con los perros callejeros le dieron una corretiza hasta que se perdió en el chivirital. El Sabás Urquidiz Quintero se desterró del pueblo y jamás de los jamases supimos dél.
Amancio paró la caminata, de su morral sacó un enorme cigarro de hojadeelote con mariguana, le dio fuego, le dio una profusa fumada, entornó los ojos al dejar que el humo se suspendiera en sus pulmones. Y allí lo dejé, en aquella esquina, integrado al paisaje citadino.

Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.