Conforme pasa el tiempo, muchos de nosotros llevamos un día a día con una esperanza: regresar a nuestras rutinas lo antes posible. En un mundo donde salir a la calle y asistir a lugares públicos está restringido, añoramos la normalidad. No obstante, en estos momentos, es indispensable replantearnos el estatus quo: ¿y si lo que conocemos como normalidad es el verdadero problema?
La pandemia del COVID-19 sirvió para reflejar, sin duda alguna, la realidad de los mexicanos, enfatizando la desigualdad e inseguridad que nos aqueja en nuestra cotidianeidad. Mientras algunos disfrutamos la cuarentena trabajando desde casa, viendo películas y series en internet y escuchando nuestra música favorita, un 34.2% de los mexicanos carece de conexión a internet. Incluso, ¡1.8 millones de personas aún carecen de algo tan básico como es el acceso a la electricidad!
Al mantenerse conectados e informados, un sector privilegiado de la población alcanzó a entender preventivamente lo que se avecinaba. Como resultado, corrieron a los supermercados más cercanos para abastecerse de todo lo necesario: agua potable, papel de baño y alimentos no perecederos. Otros, aunque hubieran alcanzado a informarse oportunamente, no podrían haber reaccionado igual: casi la mitad de la población en México vive en la pobreza, dependiendo enormemente de sus ingresos diarios.
El panorama de la informalidad laboral también se hizo notar: ese 56.3% de la población ocupada que forma parte de las empresas sin recibir las prestaciones y garantías mínimas de ley, es el que más afectado se ha visto por la pandemia: despidos injustificados, cierres de sucursales y disminución de sueldos fueron solo algunas de las manifestaciones de esta realidad. Millones de trabajadores han quedado desprotegidos, frustrados, y con una gran incertidumbre al futuro.
Para muchos, la cuarentena ha sido un periodo de tranquilidad, de disfrutar a sus seres queridos y ahorrarse tiempo en el tráfico. Ese no ha sido el caso de cientos de mujeres que sufren abusos en sus hogares, que viven con el temor de perder la vida en manos de sus parejas o familiares. Ese no fue el caso de la pequeña de 13 años violada y asesinada en su propia casa mientras cumplía con la cuarentena. En la mayoría de los países afectados por el COVID-19, las denuncias por amenazas intrafamiliares han aumentado entre 20 y 40% durante el periodo de distanciamiento social, demostrando una vez más que la mayor amenaza para muchas se encuentra dentro de sus hogares y que no hemos avanzado lo suficiente en materia de igualdad de género.
Ante la crisis, se manifestaron las flaquezas de nuestra sociedad. El COVID-19 nos forzó a abrir los ojos y aceptar un escenario en el que no todo es color de rosa. Sin embargo, no es cuestión de lamentarnos, sino de generar un cambio lo más inmediato posible: aprovechemos esta oportunidad para reinventarnos, para buscar mejores condiciones y más equidad para los mexicanos. El COVID-19 no es solo la excusa perfecta para digitalizar la educación y los negocios, sino un llamado imperativo de la naturaleza a replantear nuestros esquemas.
La pandemia también llegó a revelar una gran verdad: un alto sector de la población consume mucho más de lo indispensable. Ante la crisis, muchos redescubrieron la definición de “necesario”: lo que más extrañan algunos es el contacto humano, estar en familia, la sensación del viento en sus caras y su libertad.
Durante el siglo pasado, el número de habitantes en el planeta se cuadriplicó, alcanzando cifras que hubieran parecido imposible décadas antes. En el siglo XXI, se espera que el impacto del crecimiento poblacional sea aún mayor, por lo que es indispensable replantear lo antes posible los esquemas de producción, traslado y de consumo. Digitalizar es un gran paso para esta transición, sin embargo, es indispensable que este proceso vaya acompañado de un sentido humano y sustentable que permita democratizar la educación continua, el desarrollo humano y el entretenimiento.
La humanidad entró en pausa. Fue un proceso forzado e inevitable del que ya hemos sentido sus inesperados efectos positivos: los niveles de contaminación en el mundo por gases de efecto invernadero han disminuido. A los pocos días de disminuir el tránsito de las personas, se pudieron volver a ver especies animales que se creían extintas, se limpiaron los ríos y canales, se comenzó a regenerar la capa de ozono.
Es momento de replicar ese fenómeno hacia nosotros mismos, contribuyendo con pequeñas acciones a la concepción de una nueva normalidad.
Tomemos los elementos positivos de la pandemia y apliquémoslos a nuestra nueva realidad; tomemos lo negativo como aprendizaje para evitar que la humanidad vuelva a pasar por algo similar y que, de enfrentar una nueva pandemia o catástrofe natural, contemos con un punto de partida más justo y sustentable para que la gran mayoría de la población pueda permanecer en sus hogares sin poner en riesgo su trabajo, su tranquilidad y su vida.
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