Hoy no estaré en el pase de lista. Hoy, como antes, estoy con las otras, en especial con ella que no se bajaba y se quedaba llorando en una esquina de la camioneta de redilas –esa es otra historia—.

Así como ella, esta tarde, lloro su ausencia. Ahora sí estaba desprotegida, más expuesta al mundo sin su presencia. Él también había partido, abandonaba este mundo. Era el cuarto de ellos, el último que le quedaba, se les sumaba, se unía a ellos, se iba y ella no sabía a dónde. El tercero, hacía un año que había partido, ese sí la dejó de la orfandad cruda, en el llanto ahogado. Cada que lo piensa se reprocha. Se paralizó al verlo allí, calladito, sin moverse, sin aliento. Estaba a su lado, lo vio sin poder llorarlo. Muda. No entendió nada. No supo qué. Sólo al tiempo, ya sin él, despertó y ya no estaba. Supe entonces que andaba sin cobijo, caminando un suelo distinto en un rumbo contrario al suyo. Cuando le avisaron del segundo, lamentó su falta, el mundo sin él. La ciencia sin él, el conocimiento, la  discusión sin su argumento. Pensé en su hija, la más chica de todas, la consentida, la que él mencionaba y alegraba su vida. Sentí su orfandad, la de ella, la mía, la de todos quienes lo admiramos. Ahora, el vacío. Le faltaría a ellos, a nosotras, a todos sus discípulos, a todos sus colegas: “ahora sí nadie nos representa”, dijeron ellos, los callados, los que no enfrentan disidencias. Nos quedamos solos. Él faltó cuando había perdido al primero, al ejemplar, al visionario, al inmigrante, al que venía de oriente y honraba a sus antepasados. El hombre fuerte que resurgía del fuego, que luchaba como pocos, que a sudor se hizo y partiendo surco se sembró en lo árido, en lo no creíble, en lo intransitable. El abarrotero del norte se había ido; el primero que creyó en ella tampoco estaba ya. Esos cuatro, sin conocerse siquiera la sostuvieron… y ya no estaban. Esos cuerpos, sus voces progenitoras que prometieron no dejarla nunca, mintieron. No estaban más, él se había ido igual sin anticipar nada, nada le dijo. Ni murmuró que la dejaría, que también él la soltaría, no estaba ninguno. Todos se fueron. 

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Ahora, yo con ellas. Sin darme cuenta, de nuevo con ella… con las que siempre estuvieron; ancestrales, sabias todas, ellas también, antes que a mi, los sostuvieron a ellos, los aventaron al mundo. A ellos no les quedó más que hacerse los inquebrantables. Ellos, que igual lloraron acuclillados en su esquina, ya no estaban más. Ellos, que elegantes cerraban la puerta y sonreían; más débiles siempre, lo sabían, terminaban por marcharse antes. Fueron igual, todos, incapaces de quedarse, de seguir el mundo, de continuar sin nada.

Un abrazo filial y fraterno a todos los amorosos padres.

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