Reflexiones

Alejandra Maytorena Güémez

Fast fashion: cuando lo barato sale caro

Se estima que el 73% de la ropa que se produce al año termina incinerada o acumulada en basureros, lo cual impacta negativamente a un ya muy golpeado medio ambiente.

En fechas decembrinas es muy común que nos concentremos en buscar el regalo ideal para nuestros seres queridos, cayendo en ocasiones en una espiral del consumismo en el que encontrar el detalle adecuado se vuelve de mayor relevancia que encontrar algún producto duradero, realmente útil o, incluso, que al menos no dañe al ecosistema. Uno de los regalos más comunes en estas fechas es el de ropa, considerando que es algo a lo que se puede sacar bastante provecho. Sin embargo, al hacer esto es muy probable que estemos cayendo en el mundo de la fast fashion, una industria que ha tenido un crecimiento exponencial en los últimos años.

En México, de 2013 a 2017 se triplicó la venta de ropa, de acuerdo estadísticas de grupo AXO, conforme se consolidaban a nivel mundial distintas marcas de ropa económica que cambian vertiginosamente al ritmo de la moda. Estas marcas aparecieron como un soplo de aire fresco ante un mundo sumido en distintas crisis económicas que orientaron a los consumidores a ahorrar. Fue en este punto que surgió la moda rápida, cuyo nombre para algunos es una alusión a la “comida rápida”, caracterizada por su poco valor nutritivo y lo económico y rápido de su preparación. El consumidor de fast fashion compra ropa prácticamente desechable con alto atractivo visual cuyo precio le permite costearla y utilizarla un par de veces antes de tirarla y reemplazarla.

Los defensores de la moda llegan a criticar el fast fashion como una represión de la individualidad, afirmando que imitan estilos de alta moda en cada entrega o colección que sacan y las venden a millones de personas. En realidad, ese es el menor de los problemas asociados a la moda rápida. Los nuevos sistemas de producción permitieron reducir el tiempo de producción de ropa de casi 300 días en los años ochenta, a tan solo dos semanas o menos.

Para efectuar la producción, esta industria busca reducir costos de manufactura, concentrando sus talleres en países donde el salario mínimo es muy por debajo de la línea de subsistencia, de ahí que la moda rápida se asocie con lo que algunos llaman la esclavitud moderna: sueldos que no alcanzan para vivir, pero se aprovechan de la extrema necesidad de las personas para hacerlas trabajar largas jornadas sin descanso, entre otras prácticas de engaños y fraudes en las que endeudan al trabajador para mantenerlo trabajando, además de explotación laboral y violación de derechos humanos, con jornadas que llegan a superar las 14 horas diarias. Usualmente, esto se da en países asiáticos, donde el salario mínimo es muy bajo y las regulaciones de protección a los trabajadores limitadas o inexistentes. Coincidentemente, el 59.8% de las exportaciones globales de ropa salieron de países asiáticos, siendo china el principal productor con alrededor de 158 billones de dólares.

A la moda rápida no solo se le acusa de explotación laboral indiscriminada, sino de también de estar contribuyendo a la terrible crisis ambiental que se cierne sobre nosotros. El ritmo acelerado de producción ha vuelto a la moda rápida la responsable del 10% de las emisiones de dióxido de carbono en el planeta, además de la segunda industria a nivel mundial que más agua utiliza para producir. Por si eso no fuera suficiente, se responsabiliza a la moda del 20% de las aguas residuales que se producen año con año en el mundo. Mientras las empresas reducen costos de manufactura, pareciera que aumenta el costo para el planeta.

También con la finalidad de reducir costos, las empresas de esta industria optan por materiales de baja calidad, lo que vuelve sus prendas desechables y al consumidor consciente de ello. Aún así, optamos por comprar ropa de la cual el 50% terminará en la basura en menos de un año al provenir de marcas de fast fashion. Muchos de nosotros hemos dejado de lado el valor de reparar una prenda, pues la compramos con la idea en mente de que puede ser fácilmente reemplazada, lo cual ha acelerado el ritmo al que desechamos y, con ello, la contaminación.

Se estima que el 73% de la ropa que se produce al año termina incinerada o acumulada en basureros, lo cual impacta negativamente a un ya muy golpeado medio ambiente. GreenPeace estima que, en 15 años, disminuyó en 36% las veces que se usa la ropa, encontrando personas que utilizan su ropa de 7 a 10 veces antes de tirarla. Además, los precios bajos y la disponibilidad aparentemente limitada de las prendas nos llevan a comprar de manera compulsiva, de tal manera que se estima que hasta el 40% de la ropa que se guarda en el armario jamás se usa.

Ahora bien, la solución no se encuentra en olvidarnos de la moda como tal o dejar de buscar vestimenta de nuestro agrado, sino de volvernos más conscientes de lo que consumimos y el uso que le daremos. En ocasiones, comprar un producto artesanal de buena calidad no solo ayuda a la economía local, también nos deja con prendas que podremos utilizar por mayor tiempo sin tanto desgaste. Al hacer el comparativo, probablemente sale igual comprar un par de prendas que duren años a comprar 10 que duren un par de meses. También se puede adquirir ropa que apoye tendencias amigables con el ambiente: desde productos elaborados a partir de fibras vegetales, hasta aquellos que conllevan sistemas de producción circular en los que se reduce el desecho al mínimo. Aunque parezca que acciones individuales no hacen la diferencia, es cuando miles de individuos hacemos pequeños cambios que podemos lograr una gran diferencia.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.

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