Reflexiones

Alejandra Maytorena Güémez

Gentrificación, ¿en el problema está la solución?

¿Qué tal si rehabilitamos e invertimos en espacios urbanos para que las personas no deban abandonar sus hogares y puedan tener emprendimientos más sólidos que contribuyan al desarrollo social?

Hasta hace un par de décadas, comprar una vivienda no era una misión imposible y el desarrollo urbano parecía ser suficiente para las necesidades de la población de las ciudades. Sin embargo, la búsqueda de oportunidades llevó a las personas a buscar mejorar sus condiciones de vida y desplazarse a los centros urbanos, donde esperaban incrementarían sus posibilidades de movilidad social y de desarrollo. De pronto, el 80% de las personas se agrupaban en zonas urbanas. Para satisfacer la demanda, las ciudades crecieron sin control ni planeación urbana adecuada, engullendo a pasos agigantados las áreas verdes y pueblos que se atravesaron en su voraz expansión. Esto dio paso a las megaciudades, con mejores oportunidades y nuevas tribulaciones para sus habitantes.

Para entender el crecimiento desenfrenado de la mancha urbana y de sus necesidades de infraestructura, basta con voltear hacia el cielo para observar el enorme enredo que supone el cableado en las ciudades; agregándose cada vez más cables sin molestarse por retirar los viejos. Los retos de movilidad, la falta de espacios dignos y suficientes de viviendas, la carencia de servicios y el encarecimiento desproporcionado del precio del metro cuadrado son algunos otros síntomas de cómo se nos ha salido de las manos el desarrollo de las ciudades sin realmente preocuparnos por prevenir estas problemáticas. En prospectiva, esto no se espera que mejore: hacia 2050, estimaciones prevén que dos de cada tres personas vivirán en una ciudad, lo cual es preocupante si también consideramos que la extensión territorial de las ciudades es de apenas el 1% de la superficie terrestre… pero mal planeadas y con espacios cada vez más reducidos por persona.

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En ese sentido, sobresalen dos dinámicas: por un lado, el crecimiento de las ciudades existentes y, por el otro, la paulatina transición de pueblos y zonas rurales en nuevos centros urbanos. La primera, es poco sostenible en el mediano plazo, especialmente en zonas que ya se encuentran sobresaturadas. La segunda, aun nos da oportunidad de enfocarnos en una planeación urbana adecuada para aprender de nuestros errores y eliminar potenciales problemas de raíz, garantizando disponibilidad de servicios y espacios dignos para todos. No obstante, en ambas se observa cómo los cambios en la dinámica poblacional, entre los que destaca el envejecimiento poblacional y la globalización, ponen en riesgo a los habitantes oriundos de zonas específicas con un fenómeno elitista y mal orientado llamado gentrificación. Si bien no se trata de un fenómeno precisamente nuevo, pues se ha escuchado desde hace casi 5 décadas, ha adquirido matices aun más fatídicos para las ciudades en el contexto moderno.

La gentrificación se da cuando espacios deteriorados se reconstruyen o rehabilitan en respuesta a los cambios sociales y económicos que llevan a un aumento de la demanda por espacios residenciales y comerciales. En un mundo ideal, estos procesos de transformación urbana podrían llevar a un desarrollo urbano más óptimo e incluyente, permitiendo la reubicación de personas para que se encuentren más cerca de sus trabajos, convirtiendo cada esquina de las ciudades en espacios únicos, aprovechando el ecosistema humano para cimentar microcomunidades de apoyo basados en principios como el del crono-urbanismo, también conocida como la ciudad de los quince minutos. En teoría, la solución al problema de las ciudades podría encontrarse en estas readaptaciones y recuperaciones de espacios… en la práctica, está agravando la desigualdad y fomentando los problemas ya mencionados.

Este proceso muchas veces comienza con la construcción de una sola infraestructura: un centro comercial, una escuela, áreas verdes, cualquier edificio que pueda servir de detonante para reactivar un espacio y atraer inversión y visitantes. Al llevarse a cabo motivado por intereses meramente económicos, sin respeto por las comunidades preexistentes o sus comunidades, el impacto casi inmediato de esto es un encarecimiento de la zona y de sus servicios que llevan a la población local a ser desplazadas por personas de un estatus económico superior. De igual manera, grandes comercios se instalan y dañan comercios familiares pequeños, dejando a familias enteras sin sustento y sin otra opción que no sea mudarse. En casos extremos, las zonas rehabilitadas se llenan de extranjeros conforme personas de alto poder adquisitivo aprovechan para invertir en edificios que serán destinados casi en su mayoría para dar hospedaje temporal a turistas.

La gentrificación parece ser una condición casi necesaria de la globalización, el desplazamiento social y la falta de consciencia social. Redistribuye de manera forzada a la población urbana y desplaza a las familias, reemplaza pequeños negocios familiares con cadenas comerciales trasnacionales. No obstante, también demuestra que la rehabilitación de los espacios es posible, tanto para mejorar las condiciones de bienestar de las personas, como para comenzar a contrarrestar las consecuencias de una falta de planeación urbana previa. En este fenómeno, tan dañino para los sectores más vulnerables de la población, se pueden encontrar grandes lecciones para replicarlo con miras a mejorar la calidad de vida de sus habitantes en general, para rehabilitar zonas marginadas y abandonadas cuidando la permanencia de las familias de la zona y su empoderamiento económico.

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¿Qué tal si rehabilitamos e invertimos en espacios urbanos para que las personas no deban abandonar sus hogares y puedan tener emprendimientos más sólidos que contribuyan al desarrollo social?

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.

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