
Se acercan las festividades navideñas y, con ello, se incrementa la cantidad de bellos foquitos de alegres colores iluminando el escenario urbano. Conforme se acerca diciembre, comienzan las decoraciones de los hogares, las calles y los edificios públicos que refuerzan el espíritu navideño de la población en general. Para muchos, basta con ver esas luces para situarnos en el ambiente de las fechas y comprender que quedan pocas semanas para terminar el año.
La costumbre de encender luces para las fiestas no es nueva; se cuenta con registros de que antorchas y diferentes estilos de iluminación festiva se utilizaban en la antigüedad cuando se acercaba el solsticio de invierno y otras celebraciones. Sin embargo, ahora las ciudades son más grandes, más pobladas… y nuestra huella ambiental también, lo cual lleva a la necesidad de reconsiderar esta tradición que, si bien engalana las ciudades, tiene un impacto irreversible en el medio ambiente, nuestra salud y en el bolsillo de las familias.
De acuerdo con la Universidad de York, en tan solo unos días de Navidad se incrementa la producción de gases contaminantes, llegando a emitir en esas fechas hasta el 5.5% del dióxido de carbono producido ¡en un año! Además, pese a la transición a focos de iluminación LED, que reducen significativamente el gasto energético y se consideran más ecológicas, enfrentamos un peligroso efecto colateral: la contaminación lumínica. Y, ¿cómo no, si según la NASA la iluminación aumenta entre 30 y 50% durante las fechas?
De por sí, aun y cuando no es Navidad, las ciudades importantes enfrentan el problema de la iluminación constante que rompe con el ciclo del día y la noche, manteniendo con iluminaria perpetua sus calles de tal forma que, para el cerebro humano, pareciera que no hay diferencia entre el día y la noche. Incluso, el brillo de algunas ciudades, como Los Ángeles en Estados Unidos, se puede ver desde un avión a más de 300 kilómetros de distancia.
Las personas que viven en ciudades con más de medio millón de habitantes se encuentran constantemente expuestas a luces nocturnas que llegan a ser hasta seis veces más intensas que en ciudades más pequeñas. El resultado es que, tan solo por vivir en ciudades grandes, las personas tienen mayor propensión a dormir menos de seis horas diarias y a sentir somnolencia excesiva durante el día, situaciones que perjudican nuestra salud física y mental, así como la productividad en nuestro día a día. El impacto de la iluminación constante en los seres humanos es especialmente cierto ante las luces blancas, cuyo componente azul inhibe la producción de melatonina y se vuelve un disruptor de nuestro reloj biológico, que controla los procesos internos de nuestro cuerpo.
La luz artificial, sobre todo en las fiestas de fin de año, nos roba la noche: más del 80% de la superficie terrestre tiene sus cielos contaminados por la luz, ocultando de nuestros ojos las constelaciones y galaxias que deberían ser visibles en la oscuridad de la noche. Esto no solo nos afecta a los humanos, sino a cientos de especies animales e insectos. Tan solo entre las especies polinizadoras, se considera la contaminación lumínica como una de las principales causas de su progresiva desaparición, pues las visitas de estas criaturas se reducen en más de 60% en lugares con iluminación artificial, comparando con lugares que alcanzan niveles de oscuridad naturales.
De igual manera, las aves se ven afectadas por la iluminación constante: la luz las atrae y desorienta, afectando más a las especies migratorias que se desplazan durante la noche. Se está volviendo más común que aves se accidenten y mueran al estrellarse con torres de comunicación o edificios debido al problema de la iluminación artificial. Los murciélagos ven afectado sus patrones de alimentación… y así todas las especies que dependen de distinguir entre la noche y el día para funcionar correctamente, incluyéndonos.
Para contrarrestar esta situación que no parece sino aumentar conforme recurrimos a la luz artificial para incrementar la seguridad en las zonas urbanas y decorar con distintas tonalidades las ciudades, se han probado distintas iniciativas a lo ancho del mundo que demuestran ser efectivas. Una de ellas, en Francia, se conoce como pueblos y ciudades estrellados: 12,000 asentamientos humanos que ponen el ejemplo para recuperar las noches y evitar contaminar los ecosistemas nocturnos con luces. Durante las horas de la madrugada, se sumergen en oscuridad sin verse afectadas por incremento en accidentes o delincuencia.
Por supuesto, no todas las naciones cuentan con las mismas necesidades ni posibles soluciones, pero podemos comenzar por reducir la luz artificial que no sea indispensable para el funcionamiento de la vida nocturna de los humanos que, en este punto, es inevitable. Para ello, urge volvernos más conscientes de la situación, entendiendo que las luces decorativas no son tan inofensivas como solemos pensar: nos causan un daño a la sociedad, al ecosistema y al planeta.
Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.