Reflexiones

Jorge Ibarra

Las juventudes frente a las incertidumbres de nuestro tiempo

El inconveniente con el porvenir es que no sabemos muy bien hacia dónde nos dirigimos.

En ocasiones es mejor la incertidumbre que la plena seguridad. La seguridad nos hace conformistas e incautos; la incertidumbre, por su parte, vuelve a las personas astutas y las obliga a buscar el cambio cuando las circunstancias lo ameritan. 

Atrás en 1998, cuando todavía cursaba la preparatoria, los estudiantes de ese entonces teníamos la ingenua certeza de un mundo que avanzaba en equilibrio. Las expectativas del mercado laboral no se presentaban tan adversas como nos lo revelarían los años posteriores. 

La mayoría estudiábamos carreras tradicionales esperando encontrar, al final de la ciclo universitario, un empleo que nos permitiera sostener una familia, contratar la hipoteca de una casa, comprar un auto nuevo y pagar el colegio de dos o tres hijos.

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Quizá si hubiéramos advertido con tiempo que la vida no era tan sencilla, el derrumbe de las ilusiones no nos hubiera pegado tan duro. Se dice que los millenials, los nacidos entre 1981 y 1994, son la primera generación en experimentar un retroceso en su calidad de vida con respecto a la de sus padres

También nosotros tuvimos algo de culpa. Nos confiamos y despolitizamos a pesar de que los signos del colapso eran evidentes. Nos creímos el cuento del emprendedor que es dueño de su propio tiempo

Hoy, contrario al optimismo de un cuarto de siglo atrás, la angustia y la incertidumbre recorren las aulas universitarias. Los estudiantes de ahora no saben en que van a trabajar, no están seguros si lo que están aprendiendo va a ser útil mas adelante cuando un robot o una computadora haga lo mismo pero de forma inmediata.

La llegada de la inteligencia artificial se anuncia como una profecía que viene a lapidar el futuro del trabajo profesional, de por sí mermado por la subcontratación, la automatización de los procesos productivos y la deslocalización industrial.

Pero hay que tener en cuenta que actualmente atravesamos una etapa de transición. Estamos dejando atrás una época, la que vio nacer el internet y la globalización. 

Esos tiempos están quedando en el pasado, lo cual no significa que ya no vaya a existir el internet, solo que ahora la web y los dispositivos electrónicos se asemeja más a un instrumento de control social, que a la promesa de libertad que entusiasmaba al inicio de la era de la información.

El inconveniente con el porvenir es que no sabemos muy bien hacia dónde nos dirigimos, y en el trayecto puede que las herramientas profesionales que tenemos ahora, ya luego no sirvan de mucho. 

La ventaja que tiene esta nueva generación en edad de formación, es que al menos ya no los agarran por sorpresa, y en estas circunstancias eso se vuelve una oportunidad porque queda abierta la posibilidad de transformación hacia una vida más justa y sostenible para muchas generaciones más.

Claro que también es posible la desviación hacia la catástrofe y el autoritarismo. Por eso es alentador que los jóvenes de ahora no confíen en nada. No hay nada más revolucionario y retador que una camada de gente que ve con sospecha toda institución de poder.

Y en la construcción del nuevo mundo que se avecina, quizá lo más importante sea dejar atrás esos valores de competencia híper productiva que dominaron la cultura. Si queremos salvar algo será necesario afianzar una ética solidaria, cosmopolita, basada en un compromiso real con los derechos humanos y la conservación de los recursos.

Antes que cualquier aprendizaje tecnológico, es necesario que los estudiantes más jóvenes conozcan cuáles son los grandes retos de la humanidad, y cuál es la causa social de los problemas como el cambio climático, el descrédito de la democracia, las desigualdades y la pobreza.

Solo así podremos enfrentar sin miedo el futuro, sabiendo que las herramientas que desarrollemos, incluida la inteligencia artificial, tendrán un propósito concertado, un objetivo humano y reconocible. 

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Y es que el problema con la IA no es el desplazamiento de la fuerza de trabajo, esto siempre ha ocurrido desde la primera revolución industrial. Por eso el reto de ahora, como el de hace 250 años, es mantener el poder de las decisiones políticas en manos de la gente.

El gran reto de los jóvenes es participar, sin miedo y sin reservas. 

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Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.

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