Las redes sociales nos permiten estar cada vez más informados de lo que sucede en nuestro entorno y en el mundo. Sin embargo, esta situación ha planteado nuevos retos mientras discernimos entre la desinformación y lo verídico, entre lo relevante de lo pasajero. Además, llegamos a un punto en el que nos saturamos de tanta noticia, especialmente de aquellas negativas, que el resultado puede ser abrumador, llevándonos a desensibilizarnos como mecanismo de defensa. A pesar de ello, aún hay situaciones tan desoladoras que pueden estremecer a una nación entera. Fue así el triste caso de cinco jóvenes desaparecidos y posteriormente asesinados que cimbró a nuestro país al alcanzar un nivel de crueldad y sadismo que lo hizo destacarse en medio de un contexto en el que se acumulan más de 2 mil 300 homicidios dolosos ¡en un mes! Según datos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, en junio de 2023 se registró un promedio de 76.7 homicidios dolosos por día. Al ver la estadística, es difícil dimensionarlo en términos de sueños coartados, familias destruidas, vidas arrebatadas… situación que se vuelve peor si consideramos que es recibida con total indiferencia por la cabeza de Estado que se supone debería velar por los mexicanos.

La violencia que ha asolado nuestras calles, hogares y corazones ha dejado cicatrices profundas en la sociedad mexicana. Cada día, las noticias nos recuerdan los terribles resultados de la confrontación entre el Crimen Organizado y las fuerzas del orden. Las vidas perdidas, las familias destrozadas y las comunidades sumidas en el miedo son testigos de la magnitud del problema. Es evidente que el status quo es insostenible y que es imperativo que todos los sectores de la sociedad se unan para instaurar un cambio positivo.

Al no haber respuesta adecuada de los gobernantes, a la altura de la insoportable situación que vivimos, nos toca a nosotros combatir la crisis en México desde nuestra trinchera; recuperar nuestro país que es rico en historia, cultura y diversidad, pero se encuentra secuestrado por la escalada de violencia que nos ha robado la paz y hemos normalizado con resultados devastadores. Nuestro país se encuentra ante una encrucijada crítica en la que la violencia ha alcanzado proporciones exorbitantes en todos los rincones. El camino hacia la solución requiere de acciones firmes por parte del gobierno que se acompañen por una profunda introspección y acciones colectivas a favor de una convivencia saludable y pacífica. Entonces, si por parte del Ejecutivo no se hará nada, podemos avanzar por nuestra cuenta hasta que llegue la transición política, una de las bendiciones de la democracia, y podamos trabajar en conjunto.

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El primer paso hacia la solución es un llamado unánime para dejar la violencia atrás y optar por la paz y la convivencia. Esto no significa ceder ante la delincuencia, sino abrazar una mentalidad donde la resolución de conflictos se base en el diálogo, la empatía y el respeto por los derechos humanos. La violencia solo engendra más violencia, y debemos romper este ciclo destructivo. Es cierto que esto difícilmente permeará en ciertos sectores de la población que ya han olvidado hasta su mismo sentido de humanidad y moral, pero no por eso debemos dejar de intentarlo. La violencia no consiste únicamente en masacres y balaceras, empieza por conflictos en el tráfico, gritos y agresiones a la gente a nuestro alrededor. Sabemos que enfrentamos una crisis de salud mental en la que muchos nos sentimos más frágiles y volátiles, poner nuestro granito de arena permitiría reducir el conflicto para construir lentamente un mundo mejor.

La educación y la prevención son clave para cambiar mentalidades y actitudes, inculcando valores de respeto, tolerancia y empatía en las nuevas generaciones. Muchos jóvenes no cuentan con herramientas para canalizar sus energías hacia actividades positivas, ni para resolver conflictos a través del diálogo, y la descomposición del tejido social es prueba de ello. Ahora que hay tanta polémica sobre el contenido educativo, es un gran momento para priorizar las herramientas para el cuidado de salud mental que tanto nos hacen falta.

Otra herramienta clave es fortalecer nuestras comunidades. Nos hemos vuelto desconfiados, poco empáticos. Necesitamos estar unidos, organizar actividades que puedan fomentar la cohesión social, así como la colaboración y el diálogo para ayudar a comprender de fondo las raíces de la violencia y, juntos, encontrar soluciones.  He escuchado miles de veces que se dice “somos más los buenos”. Ser apáticos o indiferentes no nos hace buenos, necesitamos cambiar de estrategia para salir adelante. Por supuesto, por parte del gobierno nos hace falta fortalecer el sistema judicial, recuperar la cooperación internacional, invertir en desarrollo y buscar una verdadera rehabilitación de los delincuentes, entre muchas cosas más, pero lo importante es comenzar a avanzar en la dirección correcta.

La crisis de violencia en México no puede ser abordada por un solo sector. La sociedad civil, las autoridades y las organizaciones internacionales deben colaborar en la búsqueda de soluciones sostenibles. La superación de esta crisis requerirá paciencia, dedicación y una transformación cultural profunda. Sin embargo, es un esfuerzo que vale la pena para restaurar la seguridad y la paz en nuestras comunidades.

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El camino hacia la convivencia pacífica es empinado, pero juntos podemos lograrlo. La historia de México está llena de ejemplos de valentía y unidad en tiempos difíciles. Hagamos honor a ese legado y construyamos un futuro más prometedor para las generaciones venideras. Es hora de dejar atrás la violencia y abrazar una convivencia sana basada en el respeto mutuo, la empatía y la justicia. Juntos, podemos hacer que México recupere su esplendor y brille como un faro de esperanza en medio de la adversidad.

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