Dicen que quien no conoce su historia, está condenado a repetirla. Aprendemos de las experiencias, nuestros errores nos permiten ajustar para no equivocarnos en lo mismo una y otra vez, aunque a veces ignoramos el aprendizaje y optamos por mantener la rutina sin pensar en que hacer las cosas iguales, nos dará el mismo resultado. Por ello no es de extrañarnos que, por otro lado, también se dice que el humano es el único animal que se tropieza con la misma piedra. Ambas frases se contraponen en la realidad que vivimos, en la cual, a pesar de que acabamos de vivir en carne propia una serie de eventos difíciles y disruptivos que sacudieron a la humanidad, nuestras decisiones actuales indican que, al parecer, no aprendimos nada.

Tras más de dos años de pandemia, con casi 65% de la población mundial con al menos una dosis de vacuna y varios países, entre ellos el nuestro, relajando las medidas sanitarias como la portación obligatoria de cubrebocas, nos encontramos con prisa por regresar al mundo como era antes, desaprovechando todo lo que hemos aprendido a raíz de la pandemia de tal manera que nos condenamos a nosotros mismos a volver a pasar por exactamente lo mismo de ocurrir un rebrote o la aparición de otro virus o bacteria de la misma magnitud. Incluso, podemos ver países que, mientras otros guardan los cubrebocas y reanudan sus actividades cotidianas, han vuelto a cerrar sus fábricas y escuelas conforme el Covid-19 amenaza una vez más con salirse de control.
Siendo que la pandemia exacerbó problemas sociales existentes y nos señaló puntualmente aquellas áreas de desarrollo que debíamos focalizar para maximizar el bienestar social, es inaudito que en lo general hemos ignorado cada una de las advertencias, comenzando por la incipiente desigualdad que asola a México y el mundo.
En reiteradas ocasiones, la Organización Mundial de la Salud señaló que la enorme diferencia de ingresos y capacidades adquisitivas de las familias ha mermado el combate a la pandemia, dificultando el acceso a medidas preventivas y reactivas ante el virus para algunos grupos sociales y, en ocasiones, naciones enteras.
En el mismo sentido, la crisis contribuyó a crear una radiografía de la desigualdad social: mientras los más privilegiados podían tener los recursos y la oportunidad de refugiarse en casa y realizar sus actividades laborales y estudiantiles de manera remota, aproximadamente el 50% de los mexicanos no contaban con esa opción y debieron enfrentar la dura decisión de poner en riesgo su vida y su salud para salir a conseguir su ingreso diario. El problema está claro como el agua, sin embargo, solo se toca el tema como parte de discursos políticos que buscan polarizar a la población mientras escasean las políticas públicas a nivel federal y global que permitan coadyuvar en la reducción de esta situación.
El combate activo a la pandemia se llevó a cabo de manera distinta en países, los que tomaron medidas contundentes y contaban con un sector salud más robusto lograron controlar los contagios y reducir las muertes con mayor eficiencia que el resto. Nueva Zelanda, Vietnam y Taiwán encabezaron la lista de mejor gestión de la pandemia, de acuerdo con el Instituto Lowy de Sidney, mientras que los últimos lugares los obtuvieron Brasil, México y Colombia. En nuestro caso, la primera línea de defensa fue encontrada vulnerable y desprevenida tras años de negligencia y mal manejo de recursos… además de limitada por su alcance con tan solo 2.4 médicos por cada mil habitantes, mientras que las recomendaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico son que debe haber, al menos, 3 médicos por cada mil habitantes. El personal de salud en distintos niveles y responsabilidades se convirtieron en piezas vitales para combatir la pandemia, exponiendo día con día sus vidas para salvar las de otros. No obstante, la crisis amaina y no se observan en el horizonte medidas que mejoren las condiciones del sector para fortalecerlo y darle la prioridad que merece.
El confinamiento aceleró la inclusión a lo digital, generando nuevas oportunidades de emprendimiento y trasladando al mundo virtual servicios que antaño se encontraban únicamente en el mundo físico. La digitalización se volvió vital para la supervivencia de los negocios, al tiempo que se fomentó el consumo local y el apoyo a las pequeñas empresas. En el mismo sentido, el trabajo y la educación remotos se volvieron una opción para aquellos que tenían acceso a internet y el equipamiento mínimo para realizar las tareas requeridas sin salir de casa. Ahora, con las medidas sanitarias relajadas, observamos que tanto empresas como escuelas se apresuran a un regreso a una normalidad que ya no existe, pero nos negamos a soltar: el tráfico y los tiempos de traslado aumentan de nuevo, regresando a niveles de contaminación peligrosos para la salud y para el medio ambiente… situación que impacta la calidad de vida conforme unidades económicas grandes y pequeñas rechazan los esquemas de trabajo remoto e híbridos que se ha comprobado que funcionan.
Aunado a los que menciono anteriormente, existen docenas de aprendizajes que no debemos olvidar ni tirar en saco roto: lo esencial del cuidado de la precaria salud mental, el cambio en los patrones de consumo, la relevancia de la cultura para sobrellevar el confinamiento… entre otros. Es un gran momento para realizar un cambio de rumbo en general que nos lleve a buscar una mejor calidad de vida para la mayoría al tiempo que construimos el futuro que queremos para todos. ¡No conseguiremos un cambio si seguimos haciendo lo mismo! Debemos tomar lo aprendido con esta situación tan compleja que enfrentamos los últimos años y llevarlo a la práctica… ¿por qué esperar a que la situación empeore para querer hacer un cambio que podemos comenzar ahora mismo, tanto en la esfera individual como en la vida pública?
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