Hay quien se cae de un segundo piso y nomás se raspa las rodillas. No fue mi caso. Bajaba el escalón, le saqué a pisar una caca de perro y el tobillo se me torció. Me caí. Me golpeé la cabeza con el pasamanos y la mano se me atoró en el barandal… no pude levantarme. Mi vecino, el que no me habla porque le dije que no suelte a su perro en la azotea pues cada que subo a tender la ropa me ladra bien rabioso y me da tremendo susto, subía la escalera y fue quien me auxilió. Esguince simple de tobillo, lesión de cervicales y desgarre moderado de muñeca: reposo, collarín y yeso hasta el codo. 

¿Por qué a mi, doctor?, me lamento.

¿A escuchado que hay quien cruza el pantano sin mojarse? no fue su caso, me responde. Pues sí, afirmo. Por lo menos mi vecino y yo hicimos las paces y me dijo que amarrará bien a su perro para que cuando yo suba a tender la ropa —cosa que según el galeno tardaré en hacer, más bien, me ha sugerido que me olvide de subir a la azotea y que mejor me compre una secadora; me he negado siempre y ahora mismo me sigo negando— lo haga sin pendiente. Le doy las gracias y le he pedido que otra cosa buena que haría por mí es recoger las cacas de las escaleras. Sonreímos, —la verdad yo no tanto—.

Por algo pasan las cosas, siempre decía mi abuela. Ahora sí creo que la caída fue por algo bueno. Gracias a eso cancelé la cita. No me creyó. <<Voy a tu casa>>, me dijo. Así lo hizo. Abrí la puerta. Turbó los ojos y sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro al verme en semejante situación. Apenas vi su sonrisa, tan tierna, con esos labios tan rojitos, sentí deseos de colgarme de su cuello, imaginé la escena y me pareció aparatosa; en primera el brazo enyesado y el collarín no me darían libertad. <<¿Ya me crees?>>, le dije sin dar indicio de que deseaba colgarme de su cuello sin importar la contorsión. Me apoyé en su antebrazo y caminamos al sillón. Continuará…

Comentarios: [email protected]

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO