Reflexiones

María Julia Hidalgo

Reencuentro…

(fragmento de La mujer que quiso hacer todo al revés)

Cómo explicarle a Gina que fuimos víctimas directas del rezago cultural del país en esos años. Sumado a que nosotros vivíamos en un poblado donde los maestros no enseñaban. Se suponía que ellos debían inyectar inquietudes de superación en sus alumnos, pero los pobres estaban concentrados en cómo salir ellos mismos del hoyo económico que representaba su profesión. Y qué decir de aquéllos que viajaban de ‘aventón’ a las rancherías para ahorrarse el costo del transporte; cuando llegaban a contar con el servicio. En los poblados cercanos no había referentes culturales ni artistas a quienes admirar y seguir. Ellos también se iban lejos en busca de su crecimiento y desarrollo. No quedaba nada para nosotros. No se diga del escaso o nulo material que nos llegaba al poblado. Ya ni decir alguna influencia propositiva, mucho menos programas con un sesgo formativo. La programación radiofónica no presentaba propuestas ni alternativas. Más bien recibíamos producciones de bajo nivel y calidad. Y no es que en la actualidad la oferta sea muy variada, para el caso es lo mismo; sin una dirección que guíe, el resultado suele ser similar o hasta peor.

Pero ahora se asustan de lo que hay: una descomposición social que no saben cómo parar. 

Convocatorias, becas, posgrados, estancias, competencias, ¿qué era todo eso? A lo mucho Emilia conocía las competencias, y eran las que hacían los domingos en un campo de béisbol que había en su pueblo. También en las que participó alguna vez en un concurso de fotografía; aprendió bien la técnica del revelado y sus fotos fueron vistas por muchos. Emilia no supo que podía obtener una beca para continuar en la capital del país. Ignoraba que las convocatorias eran un espacio abierto donde podía participar y ganar una oportunidad para estudiar, incluso en el extranjero. Conocer otra cultura, hacer posgrados o estancias cortas, cursar materias en otro lugar y en otro idioma, aprender de otros maestros que hablan en diferentes lenguas. Pero ni sus padres ni sus maestros tuvieron a bien informarle a lo que tenía derecho. ¿Cómo habría de enterarse si ya era demasiado con que tuviera el descaro de estudiar algo más que la preparatoria? Mira qué necedad de molestar a los parientes de la ciudad para vivir con ellos. Esperar el fin de semana para irse a su pueblo en tranvía y regresar con su familia y amigos, con los que cada vez tenía mayores diferencias y donde empezaba a sentirse extraña y más incomprendida de lo que ya se había sentido desde que era una niña. Cuando leyó el libro La ignorancia, de Milan Kundera, se alegró de pensar que no era la única. Las diferencias entre los que se van y los que se quedan se han dado en todo el mundo y en todas las épocas. El novio que tenía empezaba a quedarle chico. Los padres solían preguntarse si habrían hecho bien en permitir que Emilia estudiara. Sus ideas raras seguro no la llevarían a nada bueno. Sin entender muy bien lo que seguiría, la familia la acompañó el día de su graduación. Bien o mal, terminó una licenciatura y la joven de veintiún años pudo integrarse al mercado laboral local. Ésa ya sería otra historia. 

LEE MÁS: La mujer que quiso hacer todo al revés

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