Enfrentamos un panorama de cambios muy complejos y prácticamente impredecibles en distintos ámbitos de la vida: la crisis sanitaria que parece no tener fin, la crisis climática que pisa los talones de nuestro futuro y, por supuesto, la crisis económica que amenaza el dinamismo de los mercados globales. La incertidumbre ha pasado a ser la característica constante conforme se reducen las expectativas de crecimiento mientras el Banco Mundial advierte sobre los riesgos de llegar a un escenario de estancamiento y alta inflación que podría durar años.

Anteriormente, panoramas similares motivaban a las personas a aferrarse a lo conocido, cuidando cada fragmento de sus vidas de las que pueden obtener certeza, como es el caso del empleo, que se volvía un eslabón fundamental de estabilidad. Esto llegaba al grado de que se encontraba una estrecha asociación estadística entre el desempleo y la salud mental.

Actualmente, la situación pinta diferente: las prioridades se transforman junto con la sociedad y  la urgencia de la adaptación laboral nos ha rebasado.

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A finales de 2021, comenzó un fenómeno sin precedentes conocido como “La Gran Renuncia”. Mientras millones de empleos se perdían por el cierre de unidades económicas y la imperante necesidad del distanciamiento social, millones de trabajadores dejaron voluntariamente sus empleos en tiempo récord, alcanzando la cifra más alta desde 2000. Este comportamiento atípico resaltó en un entorno económicamente adverso en el que muchas personas buscaban desesperadamente un modo de subsistencia… al tiempo que aproximadamente el 40% de la fuerza laboral, de acuerdo con un estudio global de Microsoft, consideraba cambiar de empleador.

Con la transición generacional, millones de personas revaluaron la posición del trabajo en sus vidas. De pronto, se perdió el atractivo de tener una vida de éxito y estabilidad económica que giraran en torno al trabajo mientras se dejaba de lado la vida personal, la salud y la existencia más allá del entorno profesional. Trabajadores en todo el mundo decidieron rehacer su relación laboral de manera que permitiera un equilibrio entre la vida profesional y personal, en un modelo de éxito multifacético en el cual el desempeño laboral es solo una fracción de un complejo esquema más integral centrado en el bienestar individual.

Aunado al cambio de mentalidad que estamos experimentando como sociedad, frente al coronavirus personas vulnerables se vieron forzadas a priorizar su salud como antes no lo hacían, otros trabajadores se vieron imposibilitados de mantener su rutina establecida al tener a sus hijos estudiando desde casa. Las razones son diversas, pero, como resultado, la rotación de personal incrementó notoriamente; es decir, el ritmo en el cual los trabajadores requieren ser reemplazados se volvió más acelerado. En cierto nivel, la rotación de personal se considera normal ya que acompaña el ritmo mismo de la vida: jubilaciones, retiros, cambios de trabajo, llegada de talento joven, expansión y reestructuración de las empresas.

De hecho, una rotación de 15% o menos se considera sana, considerando los ciclos. Una rotación que se encuentre entre el 15% y el 30% representa una pérdida considerable de capital humano. Una rotación que supera al 40% se considera de gravedad.

En México, a finales de 2021, se estimaba un promedio para este indicador de 16.7%, que ya señala una situación de alerta y, además, nos posiciona como primer lugar de Latinoamérica en rotación de personal. Si bien las razones para esta situación son variadas, expertos coinciden que una parte de este comportamiento se podría aminorar implementando lo que se conoce como salario emocional el cual consiste en, básicamente nutrir constantemente al capital humano, aceptando su posición como activo valioso de la empresa y retribuyéndolo con esquemas de trabajo respetuosos con su desarrollo personal y profesional.

Ejemplos de esto son esquemas de trabajo híbrido o remoto, horarios flexibles, capacitación constante, reconocimientos, apertura de oportunidades y libertad para innovar, todos elementos que, no solo aumentan el bienestar del trabajador, sino que, de aplicarse adecuadamente, tienen un impacto positivo en la productividad y fomenta que las personas busquen conservar su trabajo.

Aunque en México decimos que se ha priorizado el desarrollar y retener el talento humano, nos hace falta impulsar a las empresas a ofrecer esquemas laborales en los cuales el salario monetario y el salario emocional hagan mancuerna para satisfacer las necesidades de su equipo, a través de estrategias sólidas que permitan atender y reaccionar a la realidad en la que vivimos. Claro, implica un costo… pero, en el mediano y largo plazo, es más rentable optar por fortalecer los esquemas laborales que sustituir a los trabajadores, dado que reemplazar a un empleado puede salir hasta en 300% de su salario base.

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Toda transformación requiere de tiempo y esfuerzo, especialmente cuando se lleva a cabo en un escenario donde la adversidad y la incertidumbre se vuelven rutinarias. Es esencial poner en marcha estrategias conjuntas que nos lleven a un punto en común entre lo ideal, lo práctico y lo posible para conseguir que el anhelado bienestar individual vaya de la mano con el progreso, la productividad y las necesidades de las empresas. El salario emocional es una pieza clave para lograrlo, aunado con las aportaciones de la academia y la sociedad que nos ayuden a aceptar esta nueva normalidad en la que se busca el equilibrio entre lo laboral, lo personal y lo social.

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