Don Antonio del Bosque me habló por teléfono, me sorprendió porque hacía seis meses nos habíamos cruzado en un encuentro fugaz; fue una noche que llegué a un Sanborns de la ciudad de Hermosillo y lo sorprendí leyendo la novela Tierra blanca.
Luego del saludo me preguntó: -¿Cuánto cobras por venir acá a presentar tu libro? -No cobro por presentar libros, pero sí me es necesario vender algunos ejemplares para los gastos. –Por eso no te preocupes, nosotros te cubrimos. ¿Cuándo vienes? –Pon la fecha.
Tres días después, viernes por la tarde, me encontré de nuevo con don Antonio para ir al lugar del evento que estaba programado a las cinco de la tarde. –Estamos en tiempo. Me dijo. –Pero todavía no me dices dónde será la presentación. –Es que no quise decírtelo por temor a que me dijeras que a ese lugar no entras –Si es en el infierno, desde hace tiempo quiero tener una charla con mi compa el Diablo. –Pues casi atinas, es en el penal. ¡La cárcel! Oye, qué sorpresa. Desde que salió la novela, siempre estimé que ese lugar es el ideal para comentarla. -¿En serio?
Llegamos, y en la entrada nos esperaban el Alcaide, la promotora cultural del penal y la periodista y licenciada en letras Sonia Bustos. Al llegar al auditorio casi me caigo de la sorpresa: Una rondalla se arrancó con el Sinaloense, una manta gigante rezaba: Bienvenido Leónidas Alfaro Bedolla, escritor sinaloense. Un cerrado aplauso de poco más de 600 lectores cautivos, coronó la llegada, ante representantes de la prensa y cámaras de televisión.
Tomamos asiento y don Antonio se paró ante un micrófono para dirigir. Hizo las presentaciones, cedió la voz al Alcaide quién leyó un breve discurso de bienvenida, siguió Sonia quién hizo una estupenda reseña de la novela, y ella misma me cedió la voz.
Agradecí con atropelladas palabras a Sonia, al Alcaide y a don Antonio. Alcé la vista e hice un recorrido visual al conglomerado. -Y ustedes, sean bienvenidos. La mayoría de los rostros estaban apacibles, atentos, y seguí: -Don Antonio me dijo que al menos diez, de los más distinguidos huéspedes de este lugar, -risas-, han leído el libro, y estimando que Sonia ha hecho una buena reseña, creo que no tengo nada que agregar sobre su contenido, por eso, mejor pido a ustedes que leyeron la obra, me den sus comentarios, porque tengo la sospecha de que he dejado muchos asuntos fuera; el tema del narcotráfico, el consumo de drogas, sus efectos tienen muchas aristas y… en fin.
Silencio. Nadie se atrevía a intervenir. A punto de tomar de nuevo la palabra, uno alzó la mano; una presidaria edecán le llevó el micrófono, era un hombre espigado de mediana edad, y por su voz, supe que era sinaloense. –Señor Leónidas, yo lo único que le puedo decir, es que en efectivamente, son munchas las cosas que faltan por decir, pero en su libro dice muchas verdades pesadas; sobre todo, eso de la miseria en la sierra, de los desalojos, abusos y los enjuagues entre narcos y autoridades, sobre todo, lo guachos, son muy abusivos.
Después fueron muchos los que quisieron hablar, uno dijo: –Compa, su novela me hizo vivir munchos recuerdos de allá, de Culichis y la Tierra blanca; hubo un momento que sentí el polvo de La Juan de la Barrera en la suela de mis guaraches.
Desde lo más alto de la escalinata del auditorio, tronó otra voz: –Compa, usté a mí, no me la pega. Pa´ver escrito esa novela, usté, tuvo que haber andado con los narcos. ¿Cierto o no cierto?
Silencio. De nuevo hice un recorrido, y en los rostros esta vez había expectación; con lentitud tomé el micrófono y giré mi vista hacia el Alcaide. –Si el señor Alcaide, me asegura que no quedaré encerrado, hablo. –risas- -Tiene razón compa, sí he andado con narcos. El hombre que era de complexión robusta, dio un codazo al de enseguida, como diciendo, -te lo dije guey.
Un murmullo nos invadió. Irrumpí: -Tierra blanca, es el nombre del barrio más famoso de Culiacán. En los años 60, 70´s., fue tomado por los productores de amapola y marihuana. En los 80´s. se extendió la presencia de ellos por toda la ciudad, en los 90´s. todo el Estado, y en el 2000 en toda la nación; y aunque la mayoría los despreciamos, hubimos de convivir con ellos; nos impusieron su terror y su más poderosa pandemia: la corrupción.
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