Un nuevo modelo de vivienda: espacios dignos para todos
El esquema arquitectónico de muchas ciudades transita ya de casas familiares al de departamentos en los que el metro cuadrado es cada vez más caro.
Permanecer en casa se consideraba una primera línea de defensa frente a la pandemia; una opción para frenar de golpe los contagios y evitar la muerte de miles de millones. No obstante, resultó ser una medida imposible al considerar que el 20% de la población mundial no cuenta con una vivienda digna en la cual refugiarse, además de que aún no todas las profesiones pueden ser digitalizadas. Ahora, en un punto de inflexión para la historia de nuestra especie, han salido a relucir problemas estructurales que deben ser solventados si deseamos salir adelante, entre los que se encuentra la terrible realidad de la vivienda en el mundo y, lamentablemente, en nuestro país.
Después de la Segunda Guerra Mundial, debido la inminencia de la amenaza nuclear, se ideó el Reloj del Apocalipsis, un mecanismo por científicos de diferentes especialidades que estiman año con año la cercanía de la humanidad a alcanzar una autodestrucción, simbolizada por la media noche. Desde el año pasado, el reloj se mantiene a 100 segundos de ese terrible momento, considerando el bioterrorismo, las tensiones internacionales, la inteligencia artificial, el cambio climático y los virus y súper bacterias incontrolables. En la historia reciente de la humanidad, ¡jamás habíamos estado tan cerca de nuestro fin, ni siquiera durante la Guerra Fría!
Nos enfrentamos a diversas crisis que nos demuestran que tenemos que cambiar nuestros hábitos, patrones de consumo y estilos de vida.
Nuestro modelo de vida, al que estábamos tan acostumbrados, demostró no solo no ser sostenible, sino estar destinado al fracaso rotundo. Hacer ajustes en el rumbo es imperativo si queremos tener el futuro brillante que como humanidad soñamos. Las situaciones actuales comprueban que debemos cambiar antes de que sea demasiado tarde. Por un lado, el cambio climático que nos urge a transitar a comportamientos más amigables con el ambiente antes de que lleguemos a un punto de quiebre donde la vida humana sea imposible de perpetuar. Por el otro, la crisis de salud que nos llevó a reemplazar, en la medida de lo posible, las actividades presenciales por alternativas digitales.
Ante este panorama, expertos plantean las opciones de oficina y educación en casa como una forma de reducir el riesgo de contagios de COVID-19 y cualquier potencial pandemia y, al mismo tiempo, minimizar la necesidad de trasladarnos diariamente para combatir el tráfico y la emisión de gases y ruidos contaminantes. Es una excelente alternativa, una que algunos países del mundo habían adoptado paulatinamente desde años antes, pero, para otros, es un sueño lejano por una sencilla razón: ¿cómo promover las actividades desde casa cuando, en el mundo, más de 1000 millones de personas carecen de una vivienda digna?
Se considera vivienda digna a un espacio suficiente para los miembros de la familia, con privacidad y áreas para poder realizar sus actividades cotidianas, con acceso a servicios básicos como son la electricidad, el internet y el agua potable y construida con materiales de calidad que minimicen los riesgos de derrumbe u otras fallas. Sin embargo, sobre todo en las grandes urbes, dejamos de lado esos conceptos en favor de explotar al máximo espacios reducidos y ya sobrepoblados. El esquema arquitectónico de muchas ciudades transita ya de casas familiares al de departamentos en los que el metro cuadrado es cada vez más caro. Se cuenta con situaciones que parecen extraídas de alguna distopia, como las jaulas dentro de departamentos en Hong Kong que renta la gente por altas sumas de dinero para vivir en espacios de menos de un metro cuadrado junto con docenas de personas.
Aunque en México no hemos llegado tan lejos con la crisis de vivienda, el escenario dista de ser brillante. En 2018, el informe de Derecho a la Vivienda del Consejo Nacional de Evaluación de la política de Desarrollo Social reportó que, aproximadamente, el 45% del total de viviendas registradas en el país no gozan del derecho a la vivienda digna, principalmente por la falta de recursos económicos. En zonas rurales, 8 de cada 10 viviendas llegan a estar en condiciones inferiores a la óptima por espacios y materiales. Por si fuera poco, al menos 5 de cada 10 habitantes no pueden cubrir sus necesidades básicas, aun cuando destinaran el 100% de sus ingresos a hacerlo.
Irónicamente, en un año en el cual el Producto Interno Bruto se vio severamente afectado en México, los precios de la vivienda aumentaron. Esto implica que, comprar una casa es cada vez menos accesible para los mexicanos, sobre todo considerando que el 56% de la ocupación laboral en México se sustenta en el sector informal: sin acceso a créditos, prestaciones o estabilidad alguna.
Mejorar nuestro futuro no se limita a la opción de transitar a home-office en la medida de lo posible, se requiere mejorar la calidad de las viviendas para que dejen de ser solo un espacio para trasnochar y se vuelvan un hogar en donde se puedan llevar a cabo actividades de convivencia, recreación, y fomentando la salud y la educación. Esto por sí solo no basta; se debe rediseñar el entorno de las viviendas con ayuda de la planeación urbana que permita acercar espacios y servicios a la ciudadanía, creando ciudades para todos.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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