Hace cuatro años, un joven sinaloense –un adolescente, en estricto apego a las categorías de edad- fue masacrado a balazos en Zapopan. Como anticipo de un libro de próxima aparición sobre Culiacán, la densidad de su historia y su violencia desde mediados del siglo XX hasta el Jueves Negro del Culiacanazo (cuyo título será Culiacán, Culiacanes, Culiacanazos), presentamos la breve estampa de una vida arrastrada por el río de la narcoviolencia y su fango subcultural en Sinaloa, en México. El asesinato de Juan Luis Lagunas, el Pirata de Culiacán, fue muy sonado en su momento, pero más allá de eso su vida traza un cuadro que muestra la encarnada, repetida y literal realidad de uno de los más cruentos e invisibles dramas de nuestro tiempo.
La muerte era sólo un peaje.
Aunque mi estancia fue corta en esta vida,
muchos me recordarán.
– Corrido de el Pirata de Culiacán.
“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote (1914). Y bien, la circunstancia no determinó paso a paso la existencia de Juan Luis Lagunas Rosales, el Pirata de Culiacán como se le conoció en las redes sociales, joven de 17 años que fue asesinado de 15 balazos en un bar de Zapopan, Jalisco, el 19 de diciembre de 2017, pero sin duda tuvo mucho que ver con el rumbo que cobró su vida y su lanzamiento a una fama inesperada y a un fatal, por anunciado, desenlace.
Villa Juárez,lugar del que era originario Juan Luis, es una localidad de poco más de 24 mil habitantes, perteneciente al municipio de Navolato, considerado de alta marginación por CONEVAL (a unos cuantos kilómetros de la capital sinaloense), y asentamiento de migrantes de diversas partes del país y la región. Cada año llegan alrededor de 90 mil jornaleros para emplearse en los campos agrícolas del valle de Culiacán, muchos de los cuales fincan su residencia definitiva en la zona: de esos flujos demográficos provino Juan Luis Lagunas. Junto con ello, estas comunidades han sido pobladas por familias que huyen de la violencia que azota a la serranía desde hace décadas. Hace algunos años, en el estudio hecho por la investigadora Laura Rubio, se establecía que: “desde el 2008 (hasta 2014) la violencia interna ha desplazado en Sinaloa a casi 2 mil familias. Sólo desde 2012 (al 2014) se han visto obligadas a huir de sus pueblos y rancherías 600 familias nada más en los municipios de Sinaloa, Badiraguato, Choix y Guasave (…). Este 2015 (es decir, en sólo un año) el desplazamiento pudo haber alcanzado los 25 mil. Para darnos una idea de la magnitud del hecho –informaba Rubio-, el conflicto del neozapatismo y los desplazados por razones de posesión de tierras y diferencias religiosas en Chiapas, generó esa cifra de desplazados en diez años” (http:cmdpdh.org/project/desplazamiento-interno-inducido-por-la-violencia-una-experiencia-global-una-realidad-mexicana/).
Como tantos jóvenes en condiciones semejantes, abandonado por sus padres, criado por su abuela, el Pirata resolvió ir a vivir a Culiacán. Muy probablemente llegó a alguno de los lugares en que se han asentado los grupos de “desplazados” (¡grandioso eufemismo!) de la sierra y los valles antes, durante y después de la Operación Cóndor, de la construcción de presas o de la recurrente violencia delincuencial en los Altos. Cerros de la ciudad habitados por gente despojada de su patrimonio, su trabajo y su horizonte de vida. Lomas verdes que se llenaron de hormonas rebosantes de frustración, vidas que crecieron junto con los incipientes pies de casa en tiempos anteriores a los pisos y techos firmes de Pronasol o la repartidera sin ton social pero con son político de la Cuatroté.
Durante algún tiempo se mantuvo lavando autos hasta que se viralizaron aquellas imágenes en las que aparece bebiendo de golpe una buena cantidad de whisky y desplomándose inconsciente al suelo. De inmediato, sus videos en las redes tuvieron legiones de seguidores: más de 37 mil en Twitter, 323 mil en Instagram y cerca de 790 mil en Facebook. Todavía adolescente, despojado de horizonte de vida, decidió entonces, como en La vorágine de José Eustasio Rivera, jugar su corazón al azar y se lo ganó la violencia: la violencia como espectacularidad, y ese triste espectáculo como forma de vida y de conquista de un estatus que, de otro modo, no hubiera alcanzado jamás.
Este, por cierto, es una suerte de credo profano, expresado en la conocida frase “no nacimos pa´semilla”, de buena parte de las actuales generaciones de jóvenes que nacen en situación de exclusión: preferible una vida intensa y corta en la delincuencia a una larga y fatigosa en la precaria normalidad.
Precisamente ese episodio, ese súbito desplome, dio origen la frase con la que se le identificó en lo sucesivo: “Así nomás quedó”. Una expresión que denota, como me comentaba César Hernández, editor de la revista Espejo, una suerte de “estoicismo a la sinaloense”, aunque yo más bien la ligaría con la convicción de “no haber nacido pa’ semilla”. Tomar cualquier riesgo, incluido el de la muerte y no se diga el del autoescarnio, con tal de ensanchar antes que alargar la vida.
La apócope no podía faltar. En una nota del 22 de diciembre de 2017, el periódico El País señaló que, aunque no tenía un canal de Youtube, Juan Luis era considerado un narcoyoutuber. Nuestra mediósfera lo asimiló sin ningún problema, incluida la convencional, y de eso hay constancia en varios programas de medios electrónicos en los que acompaña a diferentes personajes de la escena musical mainstream con absoluta naturalidad.
Esto habla de una ruptura social que ocurrió hace rato. Y otra vez la apócope omnipresente: la narcocultura es la dimensión simbólica de buena parte de nuestras rutinas sociales. Sus corridos, videos, memes, mensajes en mantas o cobijas, se escuchan, se ven y se comparten en el dispositivo móvil mientras se lava el coche, se bebe la cerveza o el Buchanan’s, se come un plato de birria, se visita el panteón, se va con la novia o se espera al hijo fuera de la escuela. La narcocultura que le dio fama a la vida de un joven sinaloense que terminó sus días brutalmente asesinado, es también, aunque de una manera bizarra, vida cultivada en determinadas condiciones, simbología que da significado a esas vidas desprovistas de propósito convencional. Cultura del espectáculo, sí, habría que decir, forzando un poco a Vargas Llosa, eso es también la narcocultura: lo trágico es que acá el espectáculo somos nosotros mismos, lo fraguamos como actores, como cómplices, como testigos festivos, como víctimas o victimarios, como protagonistas. De ahí la necesidad del examen de nuestra propia historia y nuestra propia densidad social.
Pienso en Juan Luis y me pregunto: ¿escogió deveras él mismo, por sí mismo, una ancha vida, no larga vida? Sigo preguntándomelo mientras recuerdo la inevitable circunstancia de Ortega y Gasset. Sigo preguntándome si, cual Píndaro de estos días, se dijo a sí mismo: “Alma mía, no aspires a una vida inmortal, pero agota el campo de lo posible”. No sé qué tanta razón tenga el corrido post mortem que se le ha compuesto a Juan Luis, pero sin duda él esperaba que así fuera: Aunque mi estancia fue corta en esta vida/ Muchos me recordarán. Por razones distintas a las que él deseaba, sospecho, yo también recordaré a Juan Luis Lagunas Rosales.
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Ronaldo González Valdés. Sociólogo y ensayista. Entre sus libros, Sinaloa: una sociedad demediada, Juan Pablos editores, 2008, La cultura en Sinaloa. Narrativas de lo social y la violencia, H. Ayuntamiento de Culiacán, colección Palabras del Humaya, y George Steiner. Entrar en sentido, Prensas de la Universidad de Zaragoza, España, 2021. El 2022 aparecerá su libro Culiacán, Culiacanes, Culiacanazos.
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