Vuelven las huelgas a Mazatlán, y con ello la oportuna politización del desarrollo
Lo que los mazatlecos palpan, es un sentimiento de desarraigo. La ciudad y las playas ya no las sienten suyas
El desarrollo no es neutral, el progreso tiende a favorecer a unos por encima de otros, en especial a los que ya cuentan con ciertas ventajas, y a los que tienen el dinero e influencia para imponer su propia narrativa de lo moderno.
Mazatlán fue hace poco la tierra rezagada del pacífico mexicano. Un puerto turístico en declive, hasta que la creciente afluencia de visitantes reveló a los inversionistas el brillo de la perla escondida bajo la arena.
La promesa de desarrollo vino en forma de edificios, estadios y espectáculos para agasajar a los vacacionistas. A la gente se le decía que había llegado el tiempo para Mazatlán, que las oportunidades y el empleo se materializarían en el bienestar de las familias.
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Muy lejos de esa utopía, lo que los mazatlecos palpan, es un sentimiento de desarraigo. La ciudad y las playas ya no las sienten suyas. Los barrios más antiguos se han deshabitado, y los nuevos, donde crecen y juegan los niños, se construyen cada vez más lejos. Hasta allá donde no se alcanza a ver el rojo atardecer, porque eso ya se volvió un lujo.
El ruido, el tráfico y el ajetreo permanente profanan la serenidad e invocan una anarquía en la que no cabe el derecho a la ciudad gestionado por la planificación y el ordenamiento territorial.
Todo lo han dejado al juego del mercado, que con su lógica insana distribuye los espacios conforme a la posibilidad de pago por apropiación exclusiva.
Los pocos ganadores lo hacen a costa de los impuestos con los que se mejora la infraestructura urbana. También están los que recurren al dinero malhabido. Los más sinvergüenzas celebran festines en un nuevo acuario, y entre amigos contabilizan las inversiones y presumen sus proyectos.
A ellos si les alcanza el dinero para comprar, uno, dos, tres departamentos, quizá un edificio y una plaza comercial, abrir un restaurante y desarrollar fraccionamientos enteros sobre las nuevas avenidas.
El otro noventa y nueve por ciento de los emprendedores, los más modestos, se convierten en empresarios casi a la fuerza, no hay de otra, de algo se tiene que comer. Trabajadores por cuenta propia, a veces en la informalidad, o mediante una aplicación que se queda con un buen porcentaje de las ganancias: ubers, repartidores, estilistas, barberos, un puesto de tacos o hotdogs, licuados, vendedores ambulantes, cocadas, empanadas, llaveros.
Y del lado de los asalariados, cuando toca repartir las ganancias, distribuirlas entre los que hacen posible el desarrollo, los que levantan los edificios, cargan maletas, sirven las mesas y tienden las camas, ahí ya no alcanza, porque la prioridad es seguir acumulando, para reinvertir, para generar más empleos… lo repiten como mantra para alimentar el hambre con esperanzas.
Pero a la gente no se le engaña tan fácil. No tiene ni una década que comenzó a repuntar la economía de Mazatlán, cuando se hace evidente que esto va abriendo brechas grandes de desigualdad.
Y así, poco a poco, el progreso empieza a politizarse.
Si anteriormente la ciudadanía estaba aletargada, hoy ya comienza a cuestionar. La sociedad civil se anotó un logró al destituir y enjuiciar a un alcalde corrupto.
Ahora ya se comienzan a organizar los vecinos para detener construcciones ilegales que no cumplen las normas de edificación y usos del suelo. Se investiga sobre la procedencia de los recursos, se interponen demandas para proteger el medio ambiente, se abren por la fuerza accesos de playa que estaban siendo privatizados.
El último de los frentes de lucha que estaba pendiente por manifestarse era el de los trabajadores. Sin embargo, dos huelgas ocurridas los primeros días de mayo manifiestan el despertar de la conciencia de clase.
Ambas manifestaciones tienen detrás el mismo reclamo. La indignación por el reparto inequitativo de utilidades. Y la queja no es mínima, ni va dirigida a pequeñas empresas sin solvencia.
Las señaladas son dos de las compañías más exitosas de la localidad: Grupo Pinsa y Pueblo Bonito.
Esto puede llegar más lejos, porque el sentir no es privativo de esas dos empresas. Es la ciudadanía en todas su formas, desde la comunidad, hasta en el trabajo, la que no encuentra cómoda esta versión del desarrollo.
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Por eso, politizar el desarrollo significa, entrar en la discusión, sobre las instituciones que deben crearse o prevalecer, de la manera en que se debe ordenar el territorio, de los servicios mínimos que hay que proveer antes que nada, del tiempo de ocio, de los lugares de esparcimiento, el trabajo bien remunerado, el derecho a la vivienda, la disposición de un medio de transporte eficiente y costeable, de tantas cosas que debemos pensar como un derecho incuestionable.


Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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