En los conciertos, lanzar un Dr. Simi al escenario ya es casi un ritual. Un gesto tierno convertido en símbolo generacional. Este año, esa misma figura alcanzó otra escala con el SimiFest, un festival con cartel internacional, boletos de hasta 3,500 pesos y una narrativa que mezcla música, “buenas vibras” y causa ambiental. Según la publicidad, cada boleto se convierte en una “bomba de vida” para reforestar el país.

Suena hermoso, pero cuando una empresa que vende medicamentos, consultas médicas y ahora experiencias masivas empieza a hablar de salvar al planeta, surge una pregunta incómoda: ¿estamos frente a un modelo realmente sostenible o ante una estrategia de marketing con causa envuelta en confeti verde?

Farmacias Similares es, ante todo, un gigante. Con más de 9,000 sucursales en México y presencia en otros países, se presenta como empresa socialmente responsable, presume programas sociales a través de la Fundación Dr. Simi y mantiene un discurso constante sobre valores, salud y comunidad. Su brazo ambiental, SíMiPlaneta, dona millones a proyectos ecológicos y el personaje del Dr. Simi se ha convertido en un ícono cultural con un enorme capital afectivo entre los jóvenes. La empresa ha logrado construir un universo simbólico poderosísimo, donde la ternura del peluche, el acceso a la salud y las causas sociales conviven como parte de una misma narrativa.

Pero cuando se trata de evaluar la sostenibilidad real del modelo, la historia cambia. A diferencia de otras empresas de su tamaño, Farmacias Similares no publica un reporte de sostenibilidad integral que permita conocer su impacto ambiental y social completo. Hay revistas corporativas, notas de programas sociales y convocatorias del Fondo por Mi Planeta, pero no existe, al menos de forma accesible y pública, un documento con indicadores verificables sobre huella de carbono, consumo energético, manejo de residuos, condiciones laborales, logística o impacto acumulado de sus eventos masivos. La narrativa existe. La evidencia completa, no tanto.

El SimiFest es un ejemplo claro. El evento se promociona como un festival “con causa” donde cada boleto financia una bomba de semillas destinada a reforestar el país. Las bombas de semillas tienen potencial, sí, pero la evidencia científica es matizada: sus tasas de germinación varían, requieren condiciones muy específicas y, sin seguimiento, muchas no prosperan. En México, incluso programas públicos de reforestación aérea han sido cuestionados por su baja eficacia cuando no incluyen monitoreo y mantenimiento. En el caso del SimiFest, no existen informes públicos que detallen cuántas bombas se producen, dónde se dispersan, cuántas germinan, cuántas sobreviven a tres o cinco años o cuánta superficie realmente se restaura. Sin ese balance, la promesa de “tu boleto ayuda al planeta” corre el riesgo de quedarse en marketing verde más que en sostenibilidad verificable.

El contraste se profundiza cuando se voltea a ver la base del negocio. Diversos médicos que han trabajado en estas cadenas describen condiciones muy similares: pago por consulta, generalmente alrededor de 60 pesos, ausencia de prestaciones de ley, falta de seguridad social y un esquema de ingresos que depende del volumen de pacientes atendidos. A esto se suma un tema especialmente delicado: varios profesionales han señalado presiones internas para recetar más medicamentos de los necesarios, incluidos antibióticos, con el fin de incentivar la compra en la misma farmacia. Estudios sobre consultorios de farmacia en México han documentado estos patrones desde hace años: esquemas de honorarios, jornadas exigentes, incentivos vinculados a la cantidad de recetas y poca supervisión clínica. Las consecuencias no son menores. La sobre prescripción no solo afecta la calidad de la atención, sino que alimenta uno de los mayores problemas de salud pública: la resistencia antimicrobiana. Investigaciones señalan que hasta 70% de los antibióticos recetados en este tipo de consultorios son inapropiados en indicación, dosis o duración. En otras palabras, mientras el personaje del Dr. Simi vuela entre aplausos en un concierto, hay prácticas estructurales que podrían estar comprometiendo la salud a largo plazo.

Esto revela algo más profundo: el enorme soft power que la empresa ha construido. Los peluches y su gesto simbólico, el festival, las campañas sociales, la narrativa emocional y la causa ambiental crean una identidad encantadora que conecta con la gente. Pero ese poder blando también puede funcionar como una cortina que disimula lo que aún no se cuenta. Porque sí, Farmacias Similares ha facilitado acceso a consultas económicas en un país donde los servicios públicos están rebasados, y sí, su fundación realiza actividades sociales valiosas. Pero también es cierto que hay opacidad en indicadores ambientales y laborales, prácticas médicas cuestionables y una falta de transparencia que impide evaluar a profundidad su verdadero nivel de sostenibilidad.

En un país donde millones dependen de estas farmacias para recibir atención médica básica, la ética debería estar al centro. Si una empresa quiere hablar de salvar al planeta, de sembrar vida y de transformar México, tendría que empezar por casa: por sus doctores, por sus prácticas de prescripción, por su huella ambiental y por la transparencia que la ciudadanía merece. Mientras eso no ocurra, seguiremos lanzando peluches y celebrando festivales, pero sin saber qué hay detrás del telón.

Y quizá la única pregunta honesta sea ésta: ¿estamos aplaudiendo una empresa que realmente cuida la vida o un marketing con causa que nos distrae de lo esencial?

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO