Este escenario de violencia es un recordatorio
de que la democracia no puede florecer
en un terreno de intimidación y miedo.
-Nancy Guadalupe Domínguez

Ayer dijimos ¡Con los Niños No! Ahora debemos agitar el aire al grito de ¡Con las Mujeres No! Y ¡Con las Escuelas No!

Hay que hacerlo porque las acciones de violencia de las últimas semanas no admiten descanso y su flecha apunta hacia dos coordenadas que nos son especialmente apreciadas: hablamos de las mujeres (niñas y adultas) y de las instituciones que tradicionalmente hemos considerado nuestro segundo hogar, pues en las aulas pasan nuestra infancia, adolescencia y buena parte de la juventud. Por un promedio de 20 años la formación académica la recibimos en las aulas, los laboratorios y bibliotecas. Lo que ha sido razón suficiente para cultivar un profundo respeto por las instituciones educativas y sentirnos agraviados cuando nos enteramos de robos o daños a sus instalaciones.

Ha resultado traumático saber que un colegio privado en la ciudad de Culiacán y dos escuelas públicas en la periferia sufrieron ataques violentos que afectan el patrimonio con incendios parciales, robos y afectación a una biblioteca. Hay que agregar que también hay demanda insistente de padres de familias en las sindicaturas de Tepuche, Culiacán y Villa Juárez, Navolato, para que las clases virtuales sean el recurso didáctico central con el fin de mantener el ciclo escolar en pie, al considerar que la violencia en esas comunidades y en las inmediaciones de las zonas escolares ponen en alto riesgo la integridad de alumnos y personal educativo.

Imposible dejar de lado lo que nos sucedió en el mes de noviembre: hasta el día 27, un número de quince mujeres había perdido la vida de manera violenta. Y un número importante aumentó la inclemente cifra de desaparecidas. La dimensión del problema y las mil historias que la acompañan complican más el entendimiento de la situación, sin que la autoridad y la sociedad podamos encontrar el remedio que detenga la práctica de desaparecer personas, especialmente el caso de mujeres, entre las que contamos a María de los Ángeles, de Mazatlán, quien buscaba a su padre y a un hermano. Los rumores nos hablan de trata de blancas y otras acciones criminales no menos graves. Lo que nos lleva ahora a plantear dolorosamente: ¡Con las Mujeres No!

La Comisión Estatal de los Derechos Humanos y otros organismos de la sociedad civil han manifestado la preocupación por lo sucedido a las escuelas y comunidades educativas mencionadas. Y a la preocupación han acompañado las propuestas de acercamiento con las sociedades de padres de familias y con el personal docente, a fin de que no sientan orfandad ante la situación que han vivido, que se sepan respaldados moralmente y que hay disposición desde otros campos del quehacer social que pueden ayudar a restaurar el acervo bibliográfico y a recuperar el patrimonio perdido.

En otros momentos hemos dicho que haya ojos, oídos, olfato, tacto y palabra, que permitan estar alertas ante cualquier actividad que ofenda a la sociedad. Tener alerta nuestros sentidos para registrar las ofensas graves en contra de las mujeres y la disposición para poner a la autoridad en conocimiento de las mismas ayudará grandemente a disminuir esas conductas delictivas. Sin rodeos digamos a los cuatro vientos: ¡Con las Mujeres No!

No necesitamos de muchas razones para encarar a quienes han atentado contra el patrimonio de las instituciones educativas y su capacidad para mantener la continuidad de la formación académica de las generaciones actuales de infantes, adolescentes y jóvenes. Basta una y es contundente: A las escuelas hemos asistido todos, buenos y malos. El aprovechamiento académico y formativo tiene mucho de desigualdad. No cabe duda y no lo ponemos en discusión. Pero a las aulas no les podemos fincar las responsabilidades que corresponden al Sistema Educativo, a las políticas públicas excluyentes y a las autoridades educativas por sus fallas. Por todo ello, la obligación de todos es respetar las escuelas. Y hacer valer la consigna ¡Con las Escuelas No!

¿Por qué insistir dos y mil veces en el respeto a la integridad de las mujeres? Porque la vida de todos tiene una feliz aurora en un vientre de mujer. Porque ofender a una mujer (niña o adulta) es tocar de manera negativa al primer referente que tenemos de la vida. Las guerras que la sociedad ha vivido a través de miles de años han sido muy amargas y en ellas una odiosa cuota de violencia tocó a las mujeres, cuyo papel fue más pasivo que activo en dichos conflictos. La presente crisis de seguridad nos grita demasiado fuerte que no es la excepción al hablar de esa nefasta cuota. Pero, aunque tenga antecedentes en otras épocas, hay hechos y conductas que no aceptaremos, como las muertes violentas de mujeres o su desaparición forzada. Aceptarlo nos hace desencaminar varios peldaños en la escala de la civilización.

Con todo lo complicada que nos resulta la presente coyuntura de inseguridad, nos ha permitido ver más claro hacia dónde dirigir buscando remontar este mal momento y reiniciar la andadura que nos lleve no solo a la paz y al desarrollo en todos los sentidos. Nos llevará buen tiempo lograrlo, pero hay algunos pasos que nos encaminan a una segura salida: el acercamiento social en torno a algunas organizaciones, iniciativas de movilización y objetivos a seguir cohesionan a ciertos grupos sociales y los logros en salud pública, como el nivel de vacunación, de personas beneficiadas en políticas sociales. Ojalá y la autoridad llegue a la conciencia de que acercarse y accionar junto a la sociedad tiene un valor de mayor trascendencia que apostarle a un estado policiaco y militarizado que dificulta hasta la vida económica fundamental. Vale.

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