Nos cuenta la AI Gemini de Google que un corolario es un “término que proviene del latín corollarium y se utiliza en diferentes contextos, pero su significado esencial se mantiene: es una consecuencia obvia, natural e inmediata de algo que ya ha sido probado, demostrado o establecido”. En Matemáticas y Lógica “es una proposición que sigue directamente de un teorema o axioma que se acaba de demostrar, con una mínima o nula prueba adicional”, pero en Relaciones Internacionales “es una extensión, adición o reinterpretación de una doctrina o principio ya establecido, que se justifica como una consecuencia lógica o necesaria de la doctrina original, adaptada a nuevas circunstancias”, así que se presenta como una novedosa política activa que envera la anterior doctrina.
La Doctrina Monroe de 1823 prohibía la intervención europea en América, bajo el supuesto de que los mismos Estados Unidos podrían ser víctimas de una reconquista inglesa. El Corolario Roosevelt de 1904 establecía que, para evitar que el desorden financiero diera excusa a esa intervención de potencias no americanas, EUA debía intervenir y “poner orden”. O sea, para aterrizar más el concepto, debía actuar como policía internacional o gendarme del mundo, con mucho garrote y poca zanahoria, por eso se le conoció como política del gran garrote o big stick en su momento.
Ahora, el “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe es un concepto incluido en el documento recién divulgado de Estrategia de Seguridad Nacional (National Security Strategy o NSS en inglés) el gobierno de Donald Trump, y representa una reafirmación y “modernización” en clave neoimperialista de la Doctrina Monroe original.
En esencia, el corolario se basa en la premisa de que Estados Unidos reafirmará su preeminencia en el hemisferio occidental, léase el Atlántico y las Américas, y buscará activamente impedir la interferencia o el control de potencias externas, especialmente China y Rusia, sobre infraestructura estratégica o fuerzas militares en la región.
Esto blinda la esfera de influencia directa estadounidense, abriendo paso a que China pueda hacer lo propio con Taiwan y Rusia con Ucrania, dentro de una tripolaridad de facto en los equilibrios geopolíticos mundiales. En donde, sin embargo, no hay que olvidar que el desafío estratégico de largo plazo para EUA es el ascenso chino y el control del Pacífico y de los estrechos o pasos marítimos del mundo, por lo que las concesiones a Rusia en el frente euroasiático se pueden leer en función antichina, para que el oso no se siga acercando al dragón y no resulte fagocitado en él.
El principio de Prioridad Hemisférica pone al continente americano por delante de otras regiones en las prioridades de seguridad y política exterior de EUA, pero no porque América Latina y Canadá serán privilegiadas y favorecidas en la relación con el vecino imperial, sino porque deberán ponerse a raya u obedecer. Es la traducción del poder duro a la política exterior en el patio trasero de la potencia.
El principio de Contención de Potencias Externas requiere que Estados Unidos obstaculice activamente a cualquier potencia externa la capacidad de colocar fuerzas militares o de espionaje, o bien controlar infraestructura estratégica (puertos, telecomunicaciones, energía) en el hemisferio: en efecto Rusia en Venezuela, Cuba o Nicaragua, y sobre todo China en Argentina, Panamá, Perú, Brasil y muchos países latinoamericanos han estrechado vínculos. La República Popular se ha vuelto en este siglo el mayor socio comercial sobre todo en Suramérica, o bien, ha construido puertos e instalaciones militares o de observación espacial, ha invertido capitales y energías diplomáticas para garantizarse alimentos y recursos naturales o de inteligencia del Río Bravo a la Patagonia.
La sempiterna lucha estadounidense contra la Migración y el Narcoterrorismo será otro principio, nada nuevo, pero ahora implementado con cañonazos y drones contra lanches en el Caribe y el Pacífico, en menosprecio de cualquier derecho humano y legalidad internacional, incluso cometiendo verdaderos crímenes de guerra (por los cuales está siendo ya investigado el Secretario de Guerra Pete Hegseth): la estrategia califica la migración masiva como una amenaza y prioriza la lucha contra el narcotráfico y las organizaciones criminales transnacionales (como los cárteles de la droga, ya declarados “terroristas”). Plantea además el uso de fuerza letal y la clasificación de los cárteles como organizaciones terroristas, como ya vimos en la práctica en este primer año de administración del tycoon.
Otro principio del corolario es la Reafirmación de Soberanía: ideológicamente se plantea que el pueblo estadounidense (y no las naciones extranjeras o instituciones globalistas) controlará su propio destino en el hemisferio, haciendo eco, en efecto, del mesianismo contenido en otra doctrina fundacional del país, la del Destino Manifiesto. Lo anterior implica el resurgimiento de la lógica de primacía, hard power e injerencia estadounidense en América Latina, similar a la del “Corolario Roosevelt” y la política del “Gran Garrote” del siglo XX. El pensamiento y la acción de Trump en América, anexión de facto de Panamá y Groenlandia incluida, debe leerse en clave antichina, pero no sólo, pues representa también un giro hacia Europa, particularmente la Unión Europea, que es otra cosa, a la que Trump no respeta ni considera ya como aliado fundamental.
En este contexto, dentro del arco norteamericano, el país más temido es México, el “otro” inasimilable e irreductible que vive en la frontera sur y dentro de los Estados Unidos, y que ahora es regido por gobiernos que tratan de rescatar recursos y soberanías perdidas desde la inclusión y la defensa de sus prerrogativas.
Respecto de la clásica Doctrina Monroe, la de Trump identifica nuevas amenazas e instrumentos para asegurar una hegemonía estadunidense en jaque, y que va a basarse más en los factores de coerción y adhesión incondicionada al imperio que en los elementos de consenso y poder blando, el poder de la atracción espontánea y consentida. Es un momento de decadencia y apretón de tuerca, que se hará sentir mucho más en el continente americano que en otras partes, como ya hemos visto en las fraudulentas elecciones de Honduras, en las chilenas y argentinas, en donde la injerencia yanqui ha sido un factor relevante si no es que determinante.
El discurso del narco y de la migración como “invasiones” de los malos latinos en contra de los buenos norteamericanos de origen “comprobado”, blanco y protestante, germánico o anglosajón, es la cifra ideológica del MAGA en su afán de reestablecer las coordenadas raciales de dominación en las Américas e internamente, excluyendo de forma xenófoba e inferiorizando a los demás pueblos con discursos coloniales, como lo han sido y lo son la “lucha al terrorismo” o “al narco”.
El concepto de “orden” que subyace al corolario Trump, como al de T. Roosevelt en su momento, refiere a un orden externo en su esfera de dominación, que va más allá del tema económico o financiero, y a un orden interno para dividir a la población y reencontrar a “la América grande de nuevo”, con base en “la pureza de la raza” y la etiqueta de ciudadano bueno o malo, de migrante peligroso o aceptable, es decir, con base en criterios mutuados del nacionalsocialismo y el fascismo europeos del siglo XX y de la herencia colonial del imperialismo clásico.
Si el Corolario Roosevelt fue una doctrina de estabilización financiera y militar para el siglo XX, el de Trump es una doctrina de seguridad fronteriza, tecnológica y de contención geopolítica diseñada para el siglo XXI.
Otros dos grandes referentes de Trump han de mencionarse. Uno es el presidente James K. Polk con su Doctrina de “No Transferencia”, que, si bien no era un “corolario” como tal de la de Monroe, a esta desde luego se ligaba. En su mensaje al Congreso en 1845, al hablar sobre el interés de potencias extranjeras en la adquisición de la región de California, entonces territorio mexicano, Polk reafirmó la Doctrina Monroe y añadió un matiz, según el cual Estados Unidos no podría ver con indiferencia la transferencia de cualquier territorio en América de una potencia europea a otra.
Los eventos que detonaron la toma de posición del presidente James K. Polk en 1845, al reafirmar la Doctrina Monroe con el principio de No Transferencia, estuvieron directamente relacionados con el expansionismo territorial de Estados Unidos, fundado en su “Destino Manifiesto”, y la creciente rivalidad con potencias europeas en el Pacífico. La anexión de Texas en 1845 a Estados Unidos fue la causa inmediata de la ruptura de relaciones con México y la antesala de la guerra. Polk usó el principio de “No Transferencia” para justificar la anexión ante Europa y, más importante, para advertir que cualquier intento de potencias europeas de interferir o apoyar a México sería considerado un acto hostil.
Además, el gran objetivo expansionista de Polk era adquirir California, que entonces formaba parte de México, y había preocupación en Washington de que Gran Bretaña o Francia trataran de comprar, colonizar o establecer un protectorado sobre California o la Bahía de San Francisco, aprovechando la inestabilidad política y financiera mexicana. También por eso Polk actualizó la doctrina en aquella coyuntura.
Otro referente trumpiano, al que rindió homenaje en varias ocasiones y en su discurso de instalación, es el presidente William McKinley (1897-1901), ya que este personificó el paso de Estados Unidos de una nación aislacionista a una potencia mundial proteccionista e imperialista. Esto es, aranceles, palabra mágica amada por Trump, y dominación tipo “America First” con expansionismo y la primacía global.
La globalización estadounidense comienza allí, con un imperio de ultramar y la formación incipiente de una potencia marítima, o “talasocracia”, tras la adquisición de facto de Puerto Rico a España tras la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, pero también de la isla del Pacífico occidental Guam, de Filipinas y la conquista de Hawái, que era un reino aparte.
Como ya mencioné, dos o tres polos, no significa que Trump planee entregar el Pacífico. Lo que busca es redefinir las reglas de la competencia global para evitar que China gane la partida, a través de una combinación de presión arancelaria, fortalecimiento de alianzas clave y una política transaccional más flexible en tecnología.
De hecho, se mantienen en esta visión las alianzas de QUAD y Five Eyes (Cinco Ojos), pivotes de la geopolítica occidental-estadounidense, especialmente enfocadas en el Indo-Pacífico y la competencia con China y Rusia.
Five Eyes (FVEY) es la alianza de inteligencia más antigua, profunda y extensa del mundo desde la Guerra fría, en la que se amplían y comparten capacidades para compartir información de inteligencia Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Por otro lado, el QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), una alianza de seguridad más reciente, se centra en la cooperación estratégica y “la apertura” en la región del Indo-Pacífico, mediante un foro estratégico informal antichino, con: Estados Unidos, Japón, India y Australia.
Para América Latina y México son tiempos de redefiniciones y ajustes frente a la renovada arrogancia y brutalidad del gobierno-Calibán instalado en Washington, entre la colusión con la barbarie y la experimentación de vías y uniones alternas.

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