“Ahora o nunca” deben de haber pensado en el cuarto de guerra de Netanyahu y del gobierno de Israel a la hora de realizar ataques “preventivos”, nuevamente, contra Irán, considerado como relativamente más vulnerable en este momento, para mermar su capacidad de enriquecer uranio y llegar a tener armamento nuclear.
Israel ha podido atacar directamente con misiles la capital, Teherán, y asesinar mediante operaciones del Mossad a nueve científicos nucleares en territorio iraní.
Esto ha sido posible ahora gracias al apoyo estadounidense, ya que una agresión de este tipo en 2024, en abril y octubre, no había sido totalmente exitosa, pero Trump ha reforzado el envío a su aliado de armas y tecnologías que lo han envalentonado. Irán es la única potencia que puede contraponerse al plan genocida del Estado judío de hacerse con el control de la franja de Gaza y desplazar forzadamente a toda la población palestina.
La reciente escalada del conflicto entre Irán e Israel fue provocada por este último, pero también es producto de décadas de contraposición, dentro de un equilibrio inestable entre potencias regionales y ejes de alianzas, siendo Turquía, Israel, Irán y Arabia Saudí los jugadores centrales y cíclicamente beligerantes.
De entre estos, el enemigo número uno de Estados Unidos es Irán, que absolutamente no puede ser aceptado por el imperio como hegemón regional en detrimento de Israel.
La escalada eventual del conflicto en curso podría incluso llevar a Trump y sus halcones a tomar la decisión de atacar a Irán, o por lo menos de asesinar a Alí Khamenei, líder supremo iraní que, al parecer, se encuentra refugiado en algún bunker, y destruir el sitio subterráneo de enriquecimiento de Uranio en Fordow, después de que Israel ya dañó en estos días el sitio de Natanz.
Esto para forzar un cambio de régimen, aunque a la fecha se antoje improbable: no es cosa fácil lanzar a un nuevo presidente con el paracaídas en Teherán e instalar algún régimen “amigo”, pues muchas de estas operaciones, por ejemplo, en Afganistán y en Irak o Libia, han dado como resultado la toma del poder por gobiernos aún peores o más hostiles a los intereses occidentales. Ya hay reemplazos internos para el viejo líder de los ayatolás, así que difícilmente llegaría algún outsider “moderado” o prooccidental a desplazar de tajo a las élites y a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (Pasdarán). La abanderada “exportación de la democracia” o, en su variante, “de los derechos humanos” ha sido una política neocolonial euroamericana fracasada y hasta catastrófica para los mismos derechos que pretendía defender.
Por el momento, solo por el momento, Trump ha excluido estas hipótesis, pero la situación es cambiante y quedan en la mesa en caso de que el régimen de los Pasdarán intensifique su retaliación y decida devastar ciudades israelíes, matar masivamente a civiles o destruir instalaciones y bases estadounidenses.
Así que ahora para el Estado judío se abre el tercer frente, el supremo y más existencial: genocidio-conflicto contra los palestinos en Gaza y Cisjordania; ofensiva y “control de daños” en Líbano, particularmente contra las milicias de Hezbolá, proxy iraní en el país de los cedros; y la guerra con Irán, siempre latente pero ahora peligrosamente encendida. El escudo antimisiles israelí, el “domo de hierro”, y sus otros tres sistemas de defensa provistos por EUA pueden ser penetrados por los ataques desde Irán, en contra de las previsiones de los medios de comunicación occidentales y, tal vez, del mismo gobierno.
Donald Trump ha dejado la cumbre del G7 por la crisis en Oriente Medio y acerca portaviones alrededor de Irán, el cual, a su vez sigue respondiendo a los bombardeos y amenaza con cerrar el paso del estrecho de Ormuz. Esto, cabe recordarlo, podría desatar una crisis petrolera-energética global y mostrar la debilidad de Occidente en la pugna por defender los planes del ala sionista y los halcones del gobierno israelí que, más a la derecha incluso del mismo primer ministro, Benjamín Netanyahu, planean extender los confines de su país del Nilo al Éufrates, eliminando de paso las amenazas de Hamás y de un posible estado palestino, así como, sobre todo, del régimen iraní. Por su parte, Netanyahu prefiere “jugar al suicidio” nacional y personal, incrementando la apuesta y las víctimas de sus bombas, para postergar los graves problemas judiciales pendientes sobre su cabeza.
Los líderes del G7 desde Canadá, huérfanos de Trump, con quien casi todos, salvo quizás la italiana Giorgia Meloni y el británico Keir Starmer, se han peleado de una u otra manera en sus primeros seis meses de mandato, firmaron una declaración de apoyo a Israel en la cual conciben a la República Islámica de Irán como una principal fuente de inestabilidad en la región, por lo que hay que evitar se dote de un arsenal nuclear.
¿En caso de guerra prolongada, apoyarán los europeos y EUA abiertamente a Israel, mientras sigue su aniquilamiento de la población palestina, contra Irán? ¿Cómo sostendrían ética y materialmente un esfuerzo de esta naturaleza, casi suicida?
Reporta Limes, la Revista Italiana de Geopolítica, entre otros medios, que “mientras tanto, continúan los duros ataques cruzados: las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) bombardearon varios objetivos en Teherán, como los estudios de televisión de la cadena Irib durante una emisión en directo. Las FDI afirmaron entonces haber matado al nuevo jefe del Estado Mayor, Ali Shadmani, un hombre especialmente cercano al líder supremo Ali Jamenei. Por su parte, las Fuerzas Armadas iraníes afirmaron haber alcanzado la sede del Mossad (inteligencia exterior israelí) en Tel Aviv”. Es muy difícil seguir el día a día de la guerra, de las fake news de los gobiernos en conflicto y de sus aliados, pero sí es posible trazar algunos escenarios y consideraciones. Jerusalén está en la encrucijada: ataca a Irán para tratar de declararse victoriosa en el otro frente, abierto el 7 de octubre de 2023, pero a la vez se acerca al punto de no retorno y al suicidio, asistido por un Estados Unidos que, pese a su renuencia, podría ser arrastrado a la guerra. Y, como en Irak hace 20 años, difícilmente se demostraría la presencia de “armas de destrucción masiva” o “armas químicas”,
Se abren distintos escenarios, capítulos locales de una guerra grande o guerra civil global que va recrudeciéndose y va quedando cada vez más delineada, en sus contornos y contenidos, de Ucrania a Gaza, de Yemen a Pakistán y Libia.
Un primer factor importante es que Irán no es Siria, no es Palestina, o Libia o Irak, sino un país con 91 millones de habitantes, un régimen confesional, un Estado islámico, que, pese al disenso interno y las críticas, sigue manteniéndose relativamente firme desde 1979 y con vocación imperial o hegemónica en la región. Si bien al parecer no cuenta con el arma nuclear, no estaría lejos, entre dos y seis meses, de contar con bombas atómicas, como “seguro de vida” extremo, contrapuestas a las que seguramente, pero sin admitirlo oficialmente, ya tiene Israel.
Por otro lado, se trata de un país petrolero que puede controlar, como ya mencioné, uno de los nodos o pasos marítimos internacionales más estratégicos y causar un choque energético global. Si bien Estados Unidos ha llamado a la oposición interna y a la población a rebelarse y defenestrar a los ayatolás, esto no se ha producido y no aparece todavía como una opción viable.
El cambio de régimen podría ser, en efecto, un objetivo de esta oleada de ataques contra el régimen de los ayatolás y la población civil, que está siendo asesinada por docenas. Lo mismo vale para un eventual involucramiento armamentista, tecnológico o hasta más directo, “en el campo de batalla”, de los Estados Unidos. Aún se ve lejano pero cabe recordar que su apoyo a Israel ha sido constante y este país sí está activo ya en múltiples escenarios de guerra.
Entonces, la participación más directa de EUA no se puede excluir, pero representaría para Trump, evidentemente, otro giro geopolítico mayúsculo, contrario a su propósito o promesa de no abrir otros costosos frentes de beligerancia internacional.
Sin embargo, probablemente, en casos extremos, prevalecería el apoyo a su aliado en Oriente Medio por encima de otros intereses internos que, frente al hecho consumado y a la presión de los aparatos, no podrían promover una retirada de este escenario en el corto plazo, y apostarían a tumbar y reemplazar el dominio de los ayatolás. China, más que Rusia, sería la potencia que no podría digerir fácilmente la caída de Teherán o un cambio de gobierno y posicionamiento geopolítico. Aun así, tras un régime change, no estaría garantizado el orden regional, pues para Irán poseer armas nucleares, como lo ha sido para Pakistán o Corea del Norte, representa un seguro de vida imprescindible, estratégico e independiente de su mayor o menor cercanía coyuntural con Occidente.
Ahora o nunca, decíamos. Después de los ataques israelíes de octubre del 2024, Teherán parecía débil, pero su capacidad de represalia existe, y se está viendo: si bien sus proxy y aliados, como la Siria del otrora dictador Bashar al-Assad, las milicias Hezbolá y Hamás ya no representen un peligro real o hayan sido neutralizados, sí pueden causar muchos daños sus misiles, armas y fundamentales energéticos, poblacionales y militares.
Para Israel, paradójicamente, abrir otro frente de guerra hasta provoca efectos positivos, al compactar a buena parte de la población, dividida por la respuesta militar contra Gaza, pero más cohesionada ante la mayor amenaza iraní, reforzar las franjas bélicas del gobierno y distraer la atención de la opinión pública mundial del genocidio en curso. A solas, probablemente, Jerusalén no podría hacerle frente a una embestida persa de carácter total, pero sí con el apoyo de las mayores potencias occidentales y ante la probable postura “neutral” de Rusia, en donde Putin incluso ya se ofreció como posible negociador.
El acuerdo sobre energía nuclear (civil) entre países europeos, los Estados Unidos de Obama e Irán, negociado durante años y finalmente firmado en 2015, pareció ofrecer un marco mínimo de entendimiento y de no proliferación nuclear en la región, para su uso solamente civil, pero Trump desde 2016 decidió salirse del pacto, empujando otra vez a la República Islámica hacia posturas más agresivas.
Ahora, Trump lo quiere revivir como “alternativa diplomática” para conjurar un conflicto en el cual Israel lo está involucrando por las malas, pero a estas alturas podría ser demasiado tarde y los ayatolás no tienen tantos incentivos para aceptar un trato que su contrincante ha violado descaradamente: podrían, eso sí, ser tentados a aceptarlo, a cambio de una normalización diplomática internacional y la abolición de todas las sanciones en su contra, siempre y cuando Estados Unidos pueda garantizar estas condiciones, lo que no es tan fácil.
Justamente hemos visto cómo Israel actúa de manera independiente, aun con apoyo, pero no necesariamente con aprobación y coordinación, respecto de la voluntad de la potencia.
Israel ha contado con operaciones de inteligencia en suelo iraní por parte del Mossad y esto le ha dado seguridad y confianza para atacar y afirmar que conoce el escondite de Khamenei y los sitios de enriquecimiento de uranio, además de contar con infiltrados en muchos de los ganglios del poder en Irán, lo que podría fomentar oposiciones políticas y brechas sociales entre el polo laico y el ultrarreligioso en aquel país y su sociedad.
Star Link de Elon Musk incluso resolvió disponibilizar la conexión de sus satélites para fomentar el uso interno de las redes sociales e Internet para tratar de generar obstrucciones fácticas al régimen, sin embargo, todavía no se han generado efectos palpables que inclinen la balanza a favor de los opositores del régimen.
La guerra global sigue con creces, entre fuegos cruzados, focos de riesgo inminente, distractores y precipicios que se avecinan, mientras miles y miles de personas son sacrificadas en aras de intereses económicos y predatorios sin fronteras.
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